Juan Román
Riquelme es tan hábil haciendo declaraciones como lo fue jugando al fútbol, y
su peso en un club tan popular en la Argentina como Boca Juniors, donde ganó
tres Copas Libertadores y una Copa Intercontinental, fue tal que apenas cuatro
años después de su retiro, regresa ahora como vicepresidente segundo del club
al ser el personaje clave para que su agrupación ganara las elecciones por
cuatro años, hasta 2023.
La figura
futbolística de Riquelme es tan importante, que en Boca llegó a opacar a Diego
Maradona (éste jugó con la camiseta azul y amarilla dos veces, entre 1981 y
1982, cuando era muy joven y fue transferido al Barcelona, y entre 1995 y 1997,
cuando se retiró), porque consiguió muchos más títulos y con mayor continuidad
y además, en uno de los mejores momentos del club en su historia, algo que el
campeón mundial de México 1986 no se lo perdonó nunca: que Riquelme le haya
ganado en idolatría.
Pero lo de
Riquelme no termina en lo que hizo dentro de la cancha. Durante la final de la
Copa Intercontinental de 2000 ante el Real Madrid de “Los Galácticos” de
Vicente Del Bosque, en Tokio, al terminar la primera parte, alguien desde atrás
tocó mi hombro, seguramente habiendo escuchado mi acento argentino, y en un
español distinto me dijo “oye, ése chaval con el número diez es hoy, para mí,
el mejor jugador del mundo”. Me lo decía Miguel González, “Michel”, ex jugador
de lo que se llamó “La Quinta del Buitre” en los años Noventa, un fabuloso
ataque de los blancos que hizo historia, junto con Emilio Butragueño, Miguel
Pardeza y el gran goleador mexicano Hugo Sánchez.
Aquel Riquelme,
muy joven (tenía 22 años) brilló ante el Real Madrid y desde ese momento, 29 de
noviembre de 2000, estuvo en la mira de un dirigente del Barcelona, que terminó
fichándolo un año más tarde, Jaume LLauradó, pero se encontró con un entrenador
como el holandés Louis Van Gaal, que no contaba con un jugador de sus
características, de mucha posesión de balón y que jugara suelto. Riquelme
siempre agradeció el gesto pero se dio cuenta de que tenía que irse a donde
pudiera desarrollar su juego y en el Villarreal encontró su lugar ideal en
Europa y de hecho, fue el artífice de todo, desde la llegada de este club
humilde a la semifinal de la Champions League ante el Arsenal en 2006, hasta
del penalti fallado sobre el último minuto que le daba el pase a la final de
París ante el Barcelona de su compatriota Lionel Messi.
Si se consultara
al goleador uruguayo Diego Forlán, considerado como mejor jugador del Mundial
2010, éste atribuirá gran parte de su éxito como máximo goleador de la Liga
Española, a Riquelme y es el día de hoy cuando un gran atacante como fue el
francés Robert Pirés, compañero suyo en el Villarreal, insiste en que hubiera
ido a jugar a Boca sólo por Riquelme.
Pero Riquelme no
tiene una personalidad fácil. En 2007, su situación con el entrenador chileno
Manuel Pellegrini (hoy en el West Ham) era insostenible y volvió a Boca e
inmediatamente fue campeón de la Copa Libertadores de ese mismo año con unas
actuaciones monumentales, especialmente la de la final ante Gremio de Porto
Alegre, aunque por cuestiones estatutarias, la FIFA no lo dejó participar del Mundial
de Clubes ante el Milan de Kaká.
Al poco tiempo,
comenzaron los problemas en Boca. Riquelme hacía jugar a todo el equipo dentro
de la cancha, pero generaba polémicas afuera. Justo cuando el ingeniero
Mauricio Macri dejaba la conducción de Boca para pasar a ser alcalde de Buenos
Aires, un medio difundió la nómina de lo que el futbolista cobraba mensualmente
y él lo atribuyó al político, con el que ya habían tenido problemas en la etapa
anterior cuando en 2001, tras algunas discusiones, y tras un gol a River en el
gran clásico, Riquelme se acercó a festejarlo a la altura del palco
presidencial, y le mostró sus orejas al estilo “Topo Gigio” como queriendo
mostrarle por quién gritaba la gente en la mítica Bombonera.
Ya años más
tarde, a los treinta años y más asentado, por su carácter comenzó a liderar a
las plantillas de Boca hasta que en las elecciones de 2011 se puso en juego su
continuidad. El candidato a presidente de Boca Daniel Angelici, alineado con
Macri, ya alcalde de Buenos Aires otra vez votado por cuatro años más, ganó las
elecciones del club con la idea de que renovarle el contrato por cuatro años a
alguien de 33, era demasiado, pero Angelici ganó y tuvieron que convivir hasta
2015 (Boca perdió una final de Copa Libertadores ante el Corinthians de Brasil
en 2012 en el final de la temporada y con Riquelme anunciando un retiro que
luego no cumplió) y Angelici terminó su primer mandato, en 2015, coincidiendo
con su amigo Macri ganando las elecciones para preside te argentino y con
Riquelme, espantado, yéndose por seis meses a Argentinos Juniors (club en el
que nació Maradona) para lograr su ascenso a la Primera División y allí sí,
comunicar su retiro.
Cuatro años más tarde, cuando ya Angelici no podía
volver a participar en la elección, Riquelme apoyó a una lista opositora, la de
Jorge Ameal y el ex conductor radial y televisivo Mario Pergolini (autor del
formato “Caiga Quien Caiga”, CQC, exportado a todo el mundo), y no sólo se
impuso en las elecciones justo cuando Macri era derrotado en el país y
terminando con 24 años de macrismo en Boca.
Promete volver con sus amigos, varios ex jugadores que
consiguieron títulos inolvidables para el club entre 1998 y 2005, pero Riquelme
ya no juega. Incluso, antes de las elecciones en Boca, ya preparaba su partido
homenaje que tuvo que postergar para llegar al poder político.
Ahora, a los 41 años, Riquelme deberá demostrar que no
sólo era un excelso jugador de fútbol sino que puede ayudar a gobernar a uno de
los clubes más populares y difíciles, que perdió una final de Copa Libertadores
ante su máximo rival, River Plate, hace un año, y que fue eliminado por este
equipo cinco veces desde 2014.
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