No ocurre muy seguido en el fútbol mundial que el considerado mejor jugador en todas las latitudes, no lo sea tan claramente en su país. El caso de Lionel Messi, por esto mismo, es muy particular y especialmente llamativo.
A lo sumo, la temporada futbolística que finalizará con la disputa de la Copa Confederaciones en Sudáfrica, tuvo la competencia como mejor jugador entre el propio Messi y Cristiano Ronaldo, y si bien para muchos la balanza se decantó para el lado del argentino al convertir el segundo gol del Barcelona en la reciente final de la Champions League en Roma, todo indica que este partido no fue el detonante sino la impactante suma de 38 goles, y la brillantez de su juego, lo que determinó el cambio de poder para la opinión de los analistas, que son al fin y al cabo los que con sus votos decidirán a fin de año los dos máximos galardones individuales: el Balón de Oro de la revista France Football y el FIFA World Player.
Sin embargo, aún con las mieles del triplete histórico conseguido por el Barcelona en esta temporada (Champions, Liga Española y Copa del Rey), con las contínuas felicitaciones y los permanentes halagos de la prensa de todo el mundo, basta que Lionel Messi ponga un pie en su país, Argentina, para escuchar casi atónito las polémicas que se suscitan sobre su juego, y aún sobre su compromiso afectivo y futbolístico con la selección nacional.
Es cierto que para los argentinos, Messi es mucho más admirable con la camiseta del Barcelona, que un afecto cautivo por no haber jugado nunca en su liga profesional y haber emigrado desde los inicios de su adolescencia directamente al Barcelona, previo paso por los infantiles de Newells Old Boys de Rosario.
También lo es que la fama de Messi, desde lo futbolístico, al menos lo producido en el Barcelona, llega en cuentagotas a la Argentina porque paradójicamente no se ven casi nunca los partidos del equipo catalán por TV, ya que sólo llega por un sistema codificado de difícil acceso económico para la mayoría de la población, y en la Champions League, si bien aumenta la audiencia, sigue apareciendo por TV cable, que tampoco es tan sencillo, sumado a que la Champions se disputa en horario vespertino y de trabajo en la Argentina.
Es decir que Messi es mucho más una marca, una imagen, sumado a todo lo hecho con los seleccionados argentinos juveniles, su participación en la selección mayor, y los cortes televisivos de noticieros, imágenes en los distintos sitios de Internet, y muchas entrevistas que le puedan realizar, que se rebotan en el país.
Sin embargo, el público sabe, intuye, conoce, que Messi es un supercrack, incluso comparable en producción futbolística, talento y generación de espectáculos, al mismísimo Diego Maradona, que sin embargo sigue sin jugarse, como entrenador de la selección argentina, por el hoy mejor jugador del mundo, como si la posibilidad de que su digerido llegue a emularlo y hasta sobrepasarlo no le gustara demasiado.
Pero lo más llamativo es la actitud de buena parte del periodismo deportivo, ligado por lo general a un sector ideológico que sostiene que lo que más importa en el fútbol es ganar (como si alguien que conoce este deporte quisiera jugar a empatar o perder), sostiene llamativamente que a Messi aún le queda mucho por aprender, que en la selección argentina no rinde como en el Barcelona, o que su compromiso con la selección no tiene la fuerza que parece tener su apego al Barcelona.
Cabe recordar que Messi no sólo pudo aceptar jugar para España cuando ya integraba “La Masía” del Barcelona, lugar de concentración de los juveniles, y no se había puesto nunca la camiseta argentina, pero se negó rotundamente porque siempre aspiró colocarse la remera celeste y blanca, y peleó denodadamente cuando su club no lo cedía en 2008 para participar en los Juegos Olímpicos de Pekín, que al cabo terminó ganando, igual que el Mundial sub-20 de 2005 en Holanda.
Carlos Bilardo, director de selecciones nacionales, sostuvo por estos días que Messi será mejor jugador del mundo “cuando gane un Mundial” y hasta varios medios se llegaron a preguntar si el supercrack del Barcelona debiera ser titular o no en el equipo argentino y que en todo caso su juego, según dicen, pasa a depender de otros creativos y no de él mismo, o destacan que en la final de la Champions, la gran figura del partido fue Xavi, y no precisamente Messi.
Si esto puede ser extraño en otros países, no debiera serlo al que sigue mucho la historia del fútbol argentino. En 1978, el entrenador César Luis Menotti negó al propio Maradona la chance de participar (y ganar) en el Mundial al considerar que aún no tenía la suficiente dosis de competencia internacional (en el campeonato local había marcado 25 goles con Argentinos Juniors), y en el Mundial 2006, José Pekerman optó por dejar a Messi sentado en el banco de suplentes y no pudo mantener la ventaja de 1-0 ante Alemania en cuartos de final.
Para el Mundial de Suecia de 1958, Argentina se dio el lujo de no llevar a su delantera más poderosa, con la que había ganado brillantemente, un año antes, el torneo sudamericano de Perú. Sin embargo, aunque ya eran estrellas del calcio tanto Humberto Maschio, Antonio Angelillo y Enrique Omar Sívori, ninguno estuvo en la máxima cita y no sólo eso: tampoco se convocó a un tal Alfredo Di Stéfano, para muchos, el mejor jugador de todos los tiempos, y quíntuple campeón de Europa con el Real Madrid. De más está decir que el equipo argentino fue eliminado en primera rueda y que al regresar se cuestionó el sistema de juego utilizado, pero no que faltaron tamañas estrellas y que en cambio, había viajado el veterano Angel Labruna, de 39 años.
Messi, por tanto, tiene que luchar hoy contra todos estos prejuicios, hasta que su fútbol entierre tantos dislates.
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