martes, 25 de mayo de 2010

Saber de qué se trata II







Como todo, la elección de fotos que ilustran este artículo son antojadizas, subjetivas, porque no podemos tener una mirada objetiva. La objetividad no existe en tanto somos sujetos. Sí existen, en algunos casos, la imparcialidad, la neutralidad. Sólo en algunos casos. Pero cuando escribimos, siempre nos colocamos en un lugar, en una posición.
Estos doscientos años que se cumplen hoy de la Revolución de Mayo, nos encuentran, como siempre, como desde aquel lluvioso día del que se ha escrito tanto, queriendo saber una vez más de qué se trata. Acaso, la gran pregunta de millones de compatriotas a lo largo de dos siglos completos, para tratar de entender por qué la Argentina sigue sin ser lo que, para muchos, fue llamada a ser. Por qué en el mundo se sigue diciendo que hay cuatro clases de países: los desarrollados, los subdesarrollados, Japón y Argentina. Japón, porque con nada lo hizo todo, y Argentina, porque con todo no hizo nada.
Con estas fotos, quisimos contextualizar una Argentina distinta, la menos declamada en las enciclopedias pero acaso la más cercana, la que dio a sus mejores exponentes, en algunos casos por sabiduría, en otros por coherencia, en otros por brillantez, en otros, por trayectoria. Y a través de ellos, representantes de tantos otros, trazamos una línea imaginaria hacia el futuro, preguntándonos si a partir de su ejemplo, si a partir de una ética de base, se podrá construir, por fin, un país mejor.
¿Qué significa un país mejor? es un concepto muy amplio para un desarrollo que requeriría de libros enteros, aunque ya muchísimo se ha escrito. Para nosotros, significa una Argentina que tenga claramente resueltos sus problemas de fondo: el hambre, la miseria, las enfermedades que vergonzosamente aún persisten, la existencia de ciudadanos de primera y de segunda, la enorme distancia entre las clases sociales, la ignorancia de los derechos y acaso de la misma existencia de los nativos, que fueron masacrados en el siglo XIX, el reconocimiento de la principalidad de un Estado ético y superador de las individualidades, para lo cual la clase política debe, por fin, planificar y no buscar conveniencias personales.
Argentina ha pasado por mejores momentos que en la actualidad, desvastada por los sucesivos gobiernos corruptos, aunque sostenidos por el mismo pueblo que luego los vituperó, acaso, otra vez, por no haber entendido de lo que se trata.
A menor conocimiento, a mayor pan y circo, menos chances de saber de qué va la cosa. El tema, entonces, es que se trate de que todos tengan acceso a la información, a las posibilidades de crecimiento, y hay una única manera posible: a través del Estado. Comprender esto es empezar a comprenderlo todo. Ya se ha probado el efecto de la famosa "mano invisible" del mercado. No funciona, genera diferencias sociales difíciles de revertir y siempre opera a favor de los que más tienen.
Para las nuevas generaciones, comprender el rol del Estado es terminar con años y años de intentos de destrucción del mismo, basados en el volátil y antojadizo concepto vacuo de "Nación". Sin Estado no hay herramienta, no hay posibilidades de igualdad de oportunidades. Y allí va Argentina, en esta lucha tremenda, atada a tantos intereses, en busca de dar vuelta su historia y para eso, el pueblo debe saber de lo que se trata, como antes, como siempre.
Pocos países en la tierra tienen tantos recursos, tanta calidez, tanta humanidad, tanto talento para conseguirlo, pero muchos otros rasgos propios equilibran el potencial. Acaso de esa lucha interna entre cualidades y defectos, algún día aparezca la síntesis que la potencie. Pero para que eso ocurra, debrán caer demasiados todavía. Falta mucho para que todos sepan, de verdad, de lo que se trata en la Argentina.

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