martes, 19 de julio de 2011

Siguen las frustraciones porque no hay coherencia (Jornada)


Hace dieciocho años, Carlos Bianchi comenzaba a desandar un camino de gloria como director técnico, consiguiendo lo que nadie en la Argentina ni en Sudamérica: seis Copas Libertadores jugadas, cuatro ganadas, una final perdida por penales y una semifinal.
Parajódicamente, en los mismos dieciochos años, desde 1993, la selección argentina no ha ganado nada en competencias de mayores, porque su último título, allá lejos y hace tiempo, fue la Copa América de Ecuador, con Alfio Basile como entrenador y con aquella generación de los Ruggeri, Batistuta, Goycochea, Leo Rodríguez, Gorosito, Caniggia.
No es casual. Cuando mínimamente la AFA tuvo proyecto, por pequeño de miras que fuera, los éxitos llegaron, los títulos se consiguieron. Esto pasó cuando César Luis Menotti asumió en 1974 con miras al Mundial de Argentina en 1978, cuando se le permitió trabajar con varios equipos, entre ellos uno juvenil y otro del Interior, porque se entendió que no había otra manera de revertir el desastre organizativo anterior.
También pasó, aunque futbolísticamente de manera más discutible y más dependiente de un genio como Diego Maradona, en los tiempos de Carlos Salvador Bilardo, que luego se prolongó a Basile, Daniel Passarella y Marcelo Bielsa, con un paréntesis importante para hacer, y es que en 1995, por única vez, la AFA, cansada de que los directores técnicos de la selección mayor colocaran a sus amigos en los juveniles, llamó a concurso para ese puesto y lo ganó un ignoto volante de Argentinos Juniors de los años setenta, José Pekerman, que con seriedad y verdadero conocimiento de su medio, consiguió nada menos que cuatro mundiales sub-20, aunque desde hacía rato que venía advirtiendo sobre la falta de valores más abajo y sobre la falta de docentes para trabajar la parte técnica con los nuevos chicos que iban apareciendo.
Desde ya que la AFA jamás tomó en serio al fútbol, enfrascada como está en negocios y conveniencias, y por eso, dejó pasar siempre la chance de contratar al que por lejos es el mejor técnico del país, Carlos Bianchi,. Quien arrasó y arrasa en todas las encuestas. De hecho, Bianchi pudo haber trabajado con una base de su Boca campeón de todo, a la que se le podría haber agregado las estrellas necesarias, pero no. Claro, un Bianchi hubiera sido ingobernable para los negocios, para democratizar el contacto con los medios de prensa, y hubiera impedido muchas de las barbaridades que se llevan a cabo en la institución y que dan para varios tomos de una enciclopedia del horror.
Por eso mismo, Sergio Batista no es casual sino absolutamente funcional a un sistema. El actual técnico argentino, a diferencia de su último rival en la Copa América, Oscar Tabárez, responde siempre lo mismo ante preguntas distintas, cuando el uruguayo responde siempre distinto ante preguntas parecidas, como sostiene muy bien el colega Jonathan Fabián, de www.mundialdefondo.com
No más entender la diferencia intelectual entre ambos, la claridad conceptual del uruguayo ante la simpleza sin recursos del argentino, sirven para establecer las enorme diferencias, además de la experiencia que aquilatan, y por ello, la forma en que cada uno planteó el partido del sábado en Santa fe con lo que disponen.
Batista tuvo al mejor jugador del mundo, Lionel Messi, en sus filas por treinta minutos en superioridad numérica, y como local, y no pudo hacer demasiado y el supercrack del Barcelona terminó jugando solo, ayudado por jugadas desesperadas individuales de los demás, y con una defensa que no se podía mantener en pie, compuesta por un Gabriel Milito sin timming y un Nicolás Burdisso pasado de revoluciones y ambos, sin poder ganar una sola pelota aérea.
En el fútbol existe el azar, desde ya, como en toda actividad humana. Pero en cuanto a la eliminación de la selección argentina en esta Copa América, no se puede hablar de suerte o desgracia. No cuando Batista se desdice con Carlos Tévez y termina siendo permeable a Julio Grondona y los intereses del marketing, o tampoco cuando cede ante grandes grupos comunicacionales para entrevistas o columnas firmadas, o tampoco cuando su rival dispone de quien sigue por computadora detalles de cada tiempo y sale a la segunda parte con el partido estudiado, gracias a la ayuda cibernética.
A Batista, que desterró la palabra “Barcelona” de su discurso táctico, al igual que el 4-3-3, le quedó grande la selección argentina, y tampoco hubiera ganado el cargo por concurso, ni con dirigentes más capaces.
Decir, como dijo, que “no fue fracaso” haberse quedado afuera de una Copa América como local, siendo la selección argentina, con todo el público a favor, con el mejor jugador del mundo en sus filas, con un grupo original que le prepararon para que pasara sin problemas y casi es eliminado como peor tercero y habiendo ganado solamente a Costa Rica B, es un rotundo fracaso, sin más.
Y no termina allí. La falta de miras de esta dirigencia más que mediocre, que está matando la gallina de los huevos de oro, puede pasarla peor: en una clasificatoria para el Mundial 2014 con cinco plazas entre nueve equipos, y sin Brasil (que será local en tres años), la selección argentina deberá enfrentarse como local a ocho equipos, de los cuales a tres no les pudo ganar como local, con lo mejor que pudo poner en la cancha (Bolivia, Colombia y Uruguay), y también fracasaron el sub-20 y el sub-17, que hace años que perdieron a Pekerman para que entrara uno de los amiguitos del poder.
Y Bianchi sigue durmiendo la siesta, mientras los años pasan, y las frustraciones siguen. Y muy probablemente continúen.

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