El 23 de diciembre de 2011, cuando Diego Simeone
llegó como entrenador del Atlético Madrid, comenzó a escribirse una historia
que toda la afición soñaba y en algún rincón depositaba en este ídolo del club
que aparece nada menos que en el himno moderno, compuesto por el magnífico
poeta Joaquín Sabina.
Hasta ese día, el “Aleti” era “el pupas”, como se
conoce en Madrid al equipo que parecía portar mala fortuna, desde que perdió
insólitamente la final de la Champions League de 1975 ante el Bayern Munich,
cuando Miguel Reina, también arquero y padre de Pepe, actualmente en el Nápoli,
dejó el arco para firmar un autógrafo a segundos del cierre y los alemanes le
empataron y obligaron a un nuevo partido, 0-4.
Los “colchoneros” no pudieron recuperarse nunca del
todo de aquel día, y su problema se profundizó en los ochenta con la
constitución en sociedad anónima y la llegada del fallecido empresario Jesús
Gil y Gil a la presidencia. Hoy mismo se dice que sigue en la conducción la
familia Gil aunque con el empresario cinematográfico Enrique Cerezo en la
presidencia.
Al Atlético le pasó de todo en este tiempo. No
consigue un título desde la temporada desde “el doblete” (Liga y Copa del Rey)
de la temporada 1995/96 (con Simeone líder de ese equipo), descendió a Segunda
División (“El Infierno”, según el propio club) a principios del siglo XXI y
permaneció dos temporadas, estuvo a punto de fundirse y arrastra una deuda
enorme con el fisco, y desaprovechó cracks que vistieron su camiseta, como
Fernando Torres, Christian Vieri, David de Gea, Diego Forlán, Sergio Agüero,
Maxi Rodríguez, Simao y tantos otros.
También arrastraba más de una década sin ganarle a
su rival de la ciudad, el Real Madrid, y casi sin siquiera sacarle puntos ni de
local ni fuera de casa. Estar realizando una mala campaña ya era lo habitual,
jugara quien jugara y pocos entendían cómo por momentos ni siquiera compartían
el once titular sus dos mejores hombres, el “Kun” Agüero y el uruguayo Diego
Forlán.
Aún ganando, por fin, una Europa League, había sido
despedido Quique Sánchez Flores, y el
psicólogo Gregorio Manzano manejaba un equipo insípido, en una mediocre campaña
en la que no se veía la luz y es así que el presidente Cerezo y el director
deportivo, el ex jugador José Luis Pérez Caminero, entendieron que era el
momento justo de cambiar y llamar al que para todos era el único capacitado
para cambiar un eje de tantos años de derrotas o situaciones sin salida:
Simeone.
“No me duele confesar que
no estuve entre aquellos devotos del Atlético de Madrid que celebraron
sonoramente la contratación de Simeone
como entrenador de la primera plantilla. El catastrófico comienzo del curso
2011-2012 desorientaba a los futbolistas y soliviantaba a los aficionados, cada
vez más críticos con el despotismo nada ilustrado de la Directiva. A algunos,
nos pareció un resorte vano y populista, una forma de acallar a los hinchas más
inconformes con un jugador que hizo historia por su coraje pero también por su
brusquedad.
Por fortuna los errores
en el fútbol son mucho más subsanables que por ejemplo en el matrimonio. Y por
fortuna la capacidad de sorpresa de nuestro deporte favorito desnuda los
pronósticos y revienta las expectativas. El futbolista que transitaba de bronca
en bronca se tornó en un entrenador calmado, respetuoso, astuto. Del desmán de
sus arengas nació un discurso ponderado en las formas pero capaz de transmitir
las cualidades de fe y de coraje que le distinguieron en el añorado doblete del
96”, nos cuenta con claridad Fernando Vara de Rey, intelectual y miembro de la
Asociación “Los 50”, un grupo de caracterizados hinchas y socios del club,
conformado por periodistas, historiadores e intelectuales, opuestos a las
conducción.
Coincide con estas apreciaciones
el periodista Aritz Gabilondo, encargado de seguir al Atlético Madrid para uno
de los dos diarios deportivos fuertes de Madrid, el “As”: “Simeone cambió al
Atlético. Con el técnico argentino, volvió el espíritu ganador que parecía
perdido y que llevó incluso al equipo a Segunda. No era un problema de
jugadores, era un problema de mentalidad. El Cholo ha construido un equipo de
ganadores, que no se acobarda ante nadie y en ningún escenario. Eso, y la
intensidad que ha puesto al estilo de juego, han sido la mezcla perfecta. Su
sentimiento al escudo ha calado en el vestuario. Los jugadores son en el campo
lo mismo que era Simeone como jugador: impetuoso, guerrero, inteligente,
entregado”.
En media temporada que quedaba, el “Cholo” consiguió
parar un equipo sólido, que comenzó a funcionar en ataque haciendo explotar al
goleador Radamel Falcao, se consolidó en las posiciones de arriba en la Liga, y
ganó de manera brillante la Europa League en una recordada final ante el
Athletic de Bilbao de su compatriota Marcelo Bielsa por 3-0, para vapulear nada
menos que al Chelsea, en la final de la Supercopa de Europa en Mónaco por 4-1,
con una exhibición del colombiano Falcao.
¿Por qué Simeone? “Nosotros siempre pensamos en él,
pero era muy joven, había regresado a terminar su carrera en la Argentina y
seguimos siempre su muy buena carrera de entrenador, pero es un hombre del
club, identificado con su gente, y campeón en sus tiempos de jugador, ¿qué más
podíamos pretender?”, comenta Cerezo.
Simeone fue, desde pequeño, un protagonista especial
del fútbol, alguien que desbordó con su pasión el hecho de haber sido jugador.
Él mismo se definió una vez como alguien que jugaba “con el cuchillo entre los
dientes” y su vehemencia muchas veces le jugó en contra, como aquella imagen de
la marca de sus botines que dejaron sangrando la pierna de Julen Guerrero, del
Athletic, uno de los sex-symbols de los noventa, o cuando en el Mundial de
Francia, una actuación haciéndose el lesionado, motivó la expulsión de David
Beckham en un Argentina-Inglaterra de octavos de final, que tardó cuatro años
en cicatrizar y que dio lugar a ríos de tinta.
“Yo siento el fútbol así y siempre digo que el
sacrificio no se negocia. Muchas otras cosas las puedo llegar a hablar con mis
jugadores, pero no el hecho de que deben matarse en la cancha, ese es mi piso.
De allí en más, podemos conversar”, sostiene el propio Simeone quien todo
parecía indicar que se había encontrado dirigiendo a su amado Racing Club
porque aún era jugador en 2006 cuando los dirigentes le pidieron que cambiara
de status. Pero no era así. El “Cholo” siempre había sido DT, desde muy joven,
desde cuando con la camiseta de Vélez, o la juvenil de la selección argentina,
ya gritaba desde la mitad de la cancha a compañeros más veteranos para ordenarlos
o para que lo ayudaran a marcar.
Lo fue con entrenadores de distintas filosofías y
personalidades y por eso tampoco se enojó cuando Carlos Bilardo lo marginó del
Mundial de Italia 1990, para quedar ya definitivamente instalado en el equipo
titular desde el año siguiente y son conocidas sus escapadas en el Sevilla,
junto a Diego Maradona, entre 1992 y 1993 para cruzar el Oceáno Atlántico y
ponerse la camiseta celeste y blanca aunque no tuviera autorización del club.
De todos modos, son pocos los jugadores que logran
tanta identificación en los clubes en los que jugaron. Simeone lo consiguió
primero en Vélez Sársfield, luego en el Atlético Madrid, donde integró aquel
equipo, excepcional para esos años, que ganó el “doblete”, como en la Lazio
italiana, y luego en Racing Club, o en la selección argentina, aún sin ganar en
tantos años más títulos que dos Copas América (1991 y 1993).
“Tal vez todo eso suceda porque de jugador siempre
antepuse a mi juego el hecho de sacrificarme, de ponerlo todo, de vivir
profesionalmente al máximo, así entiendo yo las cosas y se las transmito ahora
a mis hijos”, en referencia a Giovanni y Gianluca, que están en River Plate, el
primero hasta ya ha jugado una decana de partidos, mientras su padre dirige en
España.
La epopeya de Simeone como entrenador comenzó cuando
tras un paso breve por Racing, fue a dirigir a Estudiantes de La Plata, justo
cuando había regresado al equipo uno de sus máximos ídolos, Juan Sebastián
Verón, desde el fútbol europeo, en 2006 y con quien no es amigo pese a años de
compartir equipos italianos y la selección. “Nos tenemos un gran respeto,
aunque somos muy distintos”, aclara.
Estudiantes siguió de cerca a Boca Juniors, que iba
por su tricampeonato consecutivo, hasta el final. A tres jornadas estaba a seis
puntos de distancia, a dos jornadas, a cuatro, a una jornada, a tres, y
finalizaron iguales y tuvieron que jugar a los tres días un partido de
desempate, que ganaba Boca 1-0 y terminó ganando Estudiantes 2-1 para volver a
la gloria luego de 24 años sin títulos. Tal vez sea el mejor resumen de
Simeone: la eterna lucha contra la adversidad, la necesidad de revertir
situaciones.
Poco tiempo después pudo dirigir a River Plate,
donde en 2008 ganó el último campeonato de este importante club, aunque en el torneo
siguiente estaba último cuando a poco del final, tuvo que irse y River acabó
descendiendo a Segunda dos años después y como para descender se toman las
últimas 3 temporadas completas y se hace un promedio, algunos lo colocan como
parte del problema. Pero Simeone sufrió mucho más que eso. Distanciado de su
esposa, la modelo Carolina Baldini, las revistas del corazón la mostraron en
sus portadas de vacaciones con un bañero, por lo que en el siguiente clásico
ante Boca, en la Bombonera, los hinchas locales, cruelmente, lo recibieron
arrojándole botes salvavidas.
Pero “El Cholo” (apodo que le pusieron de pequeño al
tener el mismo apellido de un jugador de Boca de los años sesenta al que lo
apodaban igual aunque de nombre Carmelo, lateral derecho) sabe cómo son los
medios y de hecho, fue armando todo un clan. Su hermana, que lo representa,
está casada con el preparador físico Carlos Dibos, que integró el plantel de la
selección argentina con Alfio Basile, y tiene representante de Prensa, algo
poco común en el mundo del fútbol.
Luego de un paso sin mucha fortuna por San Lorenzo,
decidió (con acierto) que era el momento de buscar fortuna en Europa, más aún
con sus antecedentes. Primero salvó del descenso al Catania en el Calcio, y fue
allí cuando en 2011 apareció la oferta del Atlético, sumando como ayudante al
ex arquero de la selección argentina y del mismo Atlético, Germán Burgos, antes
extravagante, rockero, melenudo y gracioso, hoy regordete y serio, y que en un
derby ante Real Madrid, en plena discusión por una jugada desde un banquillo al
otro, llegó a decirle a José Mourinho “Mira que yo no soy Tito (por Vilanova),
yo te arranco la cabeza”.
“Yo siempre supe que esto es lo que quiere la
afición del Atlético, y coincide con mi manera de ser. Vivo el fútbol con una
enorme intensidad”, dice Simeone, quien desecha los cargos de “tribunero”
(hacer cosas para que la gente las vea).
Mourinho supo tras ese derby (ganado por el Real
Madrid, por la Liga), que con Simeone del otro lado no la tendría fácil y
cuando se conoció que la final de la Copa del Rey de la pasada temporada los
volvería a enfrentar, como último partido del año, se preocupó. El partido se
iba a jugar en el Santiago Bernabeu y qué mejor motivación para sus rivales de
ciudad que erradicar años de derrotas en una sola noche y en el escenario más
preciado, y terminó ocurriendo.
No sólo eso: el Atlético lograba la clasificación
directa para la Champions League, algo que no conseguía desde el “doblete” de
1995/96, aunque muchos creyeron que todo se terminaría con la inevitable venta
de Falcao, que aterrizó en el Mónaco del magnate ruso Dmitri Rybolovlev.
Se equivocaron una vez más. Simeone pidió que
dejaran en el plantel al talentoso turco Arda Turan, fichó a David Villa del
Barcelona, pero más que todo, potenció al brasileño Diego Costa, que hoy es el
centro de la atención porque se lo disputan para el Mundial las selecciones de
su país y la española, que lo quiere nacionalizar.
Para que no quedaran dudas y nadie se durmiera en
los laureles, el Atlético comenzó la nueva Liga ganando los primeros ocho
partidos consecutivos, siguiéndole el ritmo al Barcelona, volvió a ganar (y con
absoluta autoridad) al Real Madrid en el Bernabeu, lleva ganados sus tres
partidos de Champions League y mantiene la misma solidez, mientras crece como
equipo.
Todo esto consiguió Simeone, porque no entiende otra
cosa que no sea ganar. Da lo mismo que sea con una defensa de cuatro jugadores
o de tres, que use cuatro volantes, tres y un mediapunta, un delantero o dos.
Se adaptará siempre a las necesidades. Difícil calificarlo como defensivo u
ofensivo. Es un pragmático a todas luces, llamado para las grandes cosas, y ya
en carrera, junto a Gerardo Martino, del Barcelona, para suceder a Alejandro
Sabella en la selección argentina.
“Sé que algún día dirigiré a la selección”, nos
dice. ¿Y quién puede dudar de que así será si se le metió eso en la cabeza?.
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