Si bien ya los indicios venían desde principios de
2013, esta semana hubo demasiados detalles que parecen irse agregando en el
creciente rumor de que Lionel Messi, el mejor jugador del mundo y símbolo del Barcelona,
podría dejar la institución cuando acabe la presente temporada, aunque todo se
mantenga en estricto silencio.
Ya cuando terminó la pasada temporada, en el último
verano europeo, el Barcelona rechazó ofertas por el astro argentino, tanto del
PSG como de otros grandes europeos, y ni siquiera escuchó una indirecta que a
través del Real Madrid llegaba solventada en una importante marca publicitaria.
Sin embargo, muchos se sorprendieron por un dato no
menor cuando Messi renovó el contrato con el club hasta 2018, en febrero
pasado. El argentino no quiso aumentar la cláusula de rescisión, tasada en 250
millones de euros, algo extraño porque es lo que en la generalidad de los casos
ocurre tras un acuerdo con una figura. ¿Cuál habría sido la razón para la negativa?
¿No permitía, el rechazo a su aumento, una cercanía de clubes importantes, a la
paga de su pase? ¿No mantenía al club en alerta a futuro por si llegaba alguna
oferta importante?
Cuando llegó al Barcelona el brasileño Neymar, el
tema volvió a instalarse. No por celos, porque el argentino, con cuatro Balones
de Oro (que bien podrían ser cinco en unos días más) no tiene nada que envidiar
a nadie y hasta aceptó la llegada de su compañero sudamericano con quien lo une
una muy buena relación, sino porque el recién llegado acabó cobrando más,
seguramente porque su contrato se firmó más tarde.
Lo cierto es que la llegada de Neymar disparó una
primera frase hostil, que fue la del siempre escuchado y respetado Johan
Cruyff, tan ligado al Barcelona, aunque en este momento fuerte opositor a
Sandro Rosell y más cerca de su antecesor, Joan Laporta: “yo vendería a Messi.
No pueden estar los dos juntos”.
Esta frase de Cruyff se puede entroncar con la del
ex entrenador del club y ahora con suceso en el Bayern Munich, Josep Guardiola,
que tuvo un revelador diálogo en una oportunidad en el final de su trabajo en
el Barcelona, cuando llamó a sir Alex Fergusson para pedirle un consejo (según
el brillante libro de Guillem Balagué “Guardiola, la otra forma de ganar”, 2012)
sobre qué hacer cuando un jugador está muy por encima del equipo, y el escocés
le recomendó “vender a ese jugador”.
En el pasado verano, se sumó lo de Neymar a la
incomodidad del problema fiscal de Messi en España, que se solucionó
demostrando rápidamente voluntad de pago, cuando ya la prensa de Madrid se le
echaba encima. Sin embargo, el absoluto silencio del Barcelona dejó un cierto
aire extraño.
Luego vino la llegada de Gerardo Martino como
entrenador, de quien muchos dijeron que fue elegido por el guiño de la familia
Messi, aunque fue ídolo de Jorge, su padre, en tiempos de jugador de Newell’s
Old Boys de Rosario en los años ochenta y principios de los noventa, lo que no
significa que tuviera diálogo con el astro previo a encontrarse en Cataluña.
Sin embargo, con Martino Messi comenzó a ser
reemplazado en varios partidos, y a descansar en otros, algo nada habitual en
el argentino, que con Guardiola atravesó situaciones tensas por lo mismo.
Su situación personal, sumado a ciertos cambios en
el esquema, un juego que tuvo momentos de menos preciosismo y algo menos de
apuesta a la tenencia del balón, agregaron más condimento al caldo que empezaba
a cocinarse en el club, hasta que llegó el último parón que lo mantiene alejado
de las canchas y en un proceso de recuperación en la Argentina, lejos de
Barcelona.
“Olvídense de Messi”, escribió el periodista
argentino Rodolfo Chisleanschi en un polémico artículo en el influyente diario
madrileño “El País” acerca de que en esta temporada, lo que verdaderamente le
importa al supercrack es el Mundial de Brasil y llegar lo mejor posible a esa
instancia, para la que queda medio año.
No parece que a Messi no le vaya a importar ganar su
cuarta Champions League porque es, tal vez, el más competitivo de todos los
jugadores del planeta al punto de llorar desconsoladamente tras la final de
2006 en París, por no haber estado presente, aún ganando la Copa.
Lo que se quiere plantear, y es entendible, es que
en un año mundialista no hay ningún objetivo que lo supere y máxime, con la edad
perfecta de Messi para conseguirlo y porque es lo único que le falta para una
carrera inigualable y que acaso lo terminaría de convertir en el mejor jugador
de la historia.
En este contexto, sorprendió esta semana el
vicepresidente económico del Barcelona, Javier Faus, afirmando que el club no
se plantea mejorar el contrato de Messi “porque este señor ya firmó y arregló
antes con el club”, en tanto que para enfriar la situación, el propio
presidente Rosell dijo que durante su gestión “es dificilísimo que vendamos a
Messi”.
Si Rosell quiso arreglarlo, no pareció muy completo.
“Dificilísimo” no significa “imposible” y ya hay una diferencia sustancial.
Es que ya comenzaron algunas comparaciones con otros
tiempos por parte de la alertada prensa catalana, que por primera vez observa
un desgaste: en 1961, y para paliar el gasto de la construcción del Camp Nou,
el Barcelona vendió a su astro Luis Suárez al Inter, y ahora el club se plantea
agrandar el estadio o directamente construir otro. ¿De dónde sacaría el dinero?
Y si además, llegó Neymar, aunque no se le quiera dar la razón a Cruyff..
Casualmente, uno de los clubes interesados en Messi
siempre fue el Inter, que anduvo danzando alrededor del argentino en los
últimos meses, desde que recibió la inyección de nuevos capitales desde que
Massimo Moratti vendió sus acciones. También el PSG y el Manchester City se
anotan en la carrera.
¿Se irá Messi del Barcelona tras el Mundial o sólo
se trata de indicios que aportan a la confusión? ¿Estamos a pocos meses de una noticia
de altísimo impacto en el mundo del fútbol?
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