Desde hace tiempo, nada volvió a ser lo mismo. Por
muchos años, primero de manera incipiente con Frank Rikjaard de entrenador, y
ya luego con Josep Guardiola y Tito Vilanova de forma consolidada, el Barcelona
estableció un maravilloso reinado futbolístico, siempre con la base de algunos
jugadores geniales, pero con un concepto moderno de equipo.
No sólo se sabía a qué jugaba ese Barcelona, algo
que no es sólo característico del equipo catalán sino de tantos otros (hoy, se
sabe a qué juegan-bien o mejor- el Tottenham, el Borussia Dortmund, el Chelsea,
el Sevilla, el Atlético Madrid, por ejemplo), sino que hubo cantidad de
partidos que eran grandes lecciones de cómo se puede ganar de la mejor manera
posible.
No hace falta recordar tantos partidos gloriosos,
que muchos atesoramos en la memoria o en los archivos. Y en ese contexto de
tantos años, no sólo de juego brillante sino de dominio del mundo del balompié,
los grandes cracks, algunos siguen y otros ya se retiraron o fueron cambiando
de equipo, tuvieron el respaldo del funcionamiento colectivo.
Una de las características fundamentales que perdió
el Barcelona desde la muerte de Vilanova (sabio continuador del estilo de
Guardiola) es la horizontalidad, para bien y para mal.
Esa horizontalidad le permitía tejer cada avance,
cada movimiento sin tiempos hacia el arco rival, porque esa posesión de balón
tenía un sentido, y era, primero, asegurarse depender de sí mismo (cosa
virtuosa y elemental) y luego, darle el corte justo al área para la definición
y de esta forma, obtener una ventaja que luego, al continuar la posesión, se
hacía casi imposible de remontar, máxime que el rival debía abrirse en la
búsqueda de empatar o descontar, y de esta manera aparecían más espacios para
explotar.
Uno de los problemas de aquel Barcelona –uno de los
muy pocos- fue el del gol. No es que no lo tuviera y de hecho, ha goleado
infinidad de veces a sus rivales, sino que no marcaba, muchas veces, de acuerdo
a la enorme diferencia de posesión que establecía ante los rivales.
Incluso, a veces también falló puntualmente en
algunas cuestiones relativas a la definición, como con la carísima contratación
de Zlatan Ibrahimovic, que acababa molestando los movimientos de Lionel Messi,
cuando éste pasó a jugar en el centro del ataque, o cuando se intentó que un
clarísimo volante central como Cesc Fábregas, pasara a jugar de “falso nueve”.
Lo que sí hemos sostenido siempre, si bien resulta
anecdótico, es que nunca (hasta que llegó Luis Suárez, aunque ya el equipo no
jugaba a lo mismo) el Barcelona pudo reemplazar a dos jugadores fundamentales:
ni a Samuel Eto’o, con una movilidad única por su físico y velocidad, ni a Yaya
Touré, porque ningún otro mediocentro tuvo tanta llegada al gol ni tanta
insidencia ni potencia ofensiva.
Esto para nada significa que Sergio Busquets no sea
un mediocentro de enorme calidad porque lo es, pero se trata de un jugador
mucho más del círculo central y alrededores, que de promediar el campo rival.
Esa zona, casi ni la pisa porque simplemente, se trata de otras
características.
Señalado esto, el Barcelona post- Eto’o y Touré, fue
sufriendo otras bajas como la de Carles Puyol, que sí pudo ser reemplazado por
Javier Mascherano, pero quien no pudo conseguir a nadie a su altura desde que
se fue, ex Xavi Hernández, uno de los mejores jugadores de la historia.
Ya con algunas posiciones en baja, el Barcelona fue
cometiendo algunos errores muy importantes, como no haber reemplazado bien a
Víctor Valdés en la portería y no haber sabido completar una plantilla que en
todas las posiciones estuviera bien cubierta, y de hecho, fuera del once
titular, no hay un banquillo de garantías en casi ninguna posición, con
excepción de Arda Turán y Jèrèmy Mathieu. Si se suma a esto las transferencias
de Alexis Sánchez y en especial de Thiago Alcántara, cartón lleno.
Pero aún quedan dos puntos más de gran importancia
en lo táctico: una de ellas, la contratación de dos grandes delanteros como
Neymar y Luis Suárez, que generaron un tridente temible y con una tremenda
capacidad de gol siempre con el genio de Lionel Messi como estandarte, pero al
mismo tiempo, eso y la salida de Xavi fueron generando un juego cada vez más
vertical que cambió aquella idea original de los tiempos de Rikjaard.
El gran problema, entonces, de este Barcelona de
hoy, es que por un lado ya no tiene una plantilla completa sino cracks en
algunas posiciones, su juego ya no brilla y es mucho más vertical y lo más
importante: no tiene un entrenador acorde a un tiempo tan distinto, y que no
supo ni pudo plasmar una idea madre que contuviera este momento.
Así es que el partido de anoche en París ante el PSG
vino a demostrar lo que en estas columnas se escribió durante tantos meses: que
si el Barcelona puede pelear siempre los títulos en la Liga Española es por la
enorme desigualdad que hay en un torneo en el que siempre (ahora con excepción
del Sevilla) son los mismos los que están arriba por las enormes diferencias de
presupuesto, pero que bastaría que los blaugranas se encontrasen con un rival
fuerte en Europa para que las cosas quedaran claras.
Y es lo que ocurrió. Este PSG, con un entrenador sí
capaz como Unai Emery, y con un sólido equipo en todas sus líneas (porque hay
tanto o más dinero que en las arcas blaugranas pero además, hay idea de qué se
quiere hacer con él), asfixió al Barça, no lo dejó mover y le dio una lección
de táctica. Pero además, lo dejó herido de muerte para la Champions League de
esta temporada.
El Barcelona, lo venimos diciendo, no tiene un entrenador
acorde a su rica historia y a una plantilla que sigue teniendo varios cracks,
aunque ya no sea tan completa, y que bien pudo administrar de otra manera los
mismos recursos.
La diferencia con Gerardo Martino es simplemente que
éste tomó un equipo destruido tras el final del ciclo de Guardiola y no le han
fichado la cantidad y calidad de los jugadores que luego sí han venido con Luis
Enrique, si bien el argentino cometió el error en el mercado de invierno de
confiar en los veteranos que luego se resintieron físicamente.
Pero Luis Enrique no reunía los antecedentes como
entrenador para estar a cargo del equipo, y si perdura es por algunos títulos ganados
por un equipo que los puede ganar si encarrila una buena racha (incluso sigue
en condiciones de darnos muy buenos partidos, porque con Messi e Iniesta y con
el tridente ofensivo siempre es posible) y porque sus antecedentes de jugador
le otorgan una mayor tolerancia.
Un último párrafo es para Messi, y más que nada, un
gran interrogante acerca de su futuro. De quedar el Barcelona en marzo
eliminada de la Champions League, ¿Eso le genera al genio algún ruido pensando
en su futuro, cuando su contrato vence en junio de 2018? ¿No irá pensando que,
tal vez, es el momento de cambiar de aires o seguirá fiel al club en el que
jugó toda su vida profesional?
Queda esperar a una muy complicada remontada en
marzo en el Camp Nou ante el PSG, pero más allá de ella, el Barcelona debe
hacerse un enorme replanteo cuando acabe esta temporada, mucho más allá de
ganar o no ganar títulos. Por un lado,
tratar de retener a Messi, cuestión elemental. Y por otro: apuntar a saber a
qué quiere que jueguen sus equipos, y en base a eso, contratar a un entrenador
acorde.
Este tiempo de improvisaciones ya le comienza a
pasar al Barça una enorme factura, como la de anoche en París.
No hay comentarios:
Publicar un comentario