La milagrosa clasificación al Mundial de Corea del
Sur de la selección argentina sub-20, gracias a que un resultado ajeno fue
beneficioso (que Brasil no le haya podido ganar a la colista Colombia), no
cambia el concepto: el equipo de Claudio Úbeda ingresó por la ventana, en la
cuarta y última plaza sudamericana, y lo más alarmante pasa por su juego y no
por el tiempo de trabajo que tuvo el entrenador.
Desde antes de iniciarse el torneo sudamericano de
Ecuador, clasificatorio para el Mundial de la categoría, la insistencia
mediática sobre la desorganización desenfocó lo más importante acerca de los
juveniles argentinos: el desatino con el que se viene “trabajando” desde hace
años en el fútbol nacional, que no produce cracks porque se encuentra
involucrado en los negocios mucho antes que en el juego.
El problema, entonces, de ninguna manera es el
tiempo de preparación, que estimamos más que suficiente. Lo hemos dicho en más
de una oportunidad: cuando se juntaron para cualquier amistoso, Ricardo Bochini
y Diego Maradona la rompieron, porque lo importante estaba (está y estará) en
el talento natural, en el deseo por construir jugadas, por buscarse entre los
que más saben.
Ya le decía a este escriba un prestigioso colega
alemán, Jörg Wolfrum, de la revista Kicker, que demás vivió muchos años en la
Argentina, es decir que no habla desde lejos y sin conocimiento: “No te creas
que las selecciones juveniles alemanas necesitan mucho más tiempo que la
argentina para participar en un torneo”.
Por supuesto que no. La diferencia que existe hoy, y
desde hace ya muchos años (como mínimo todo el siglo XXI) entre los juveniles
alemanes y argentinos es que el fútbol alemán, la Federación Alemana (DFB) sabe
a qué apunta, lo que quiere de un equipo y de sus jugadores. Sabe a qué quiere
jugar.
El fútbol argentino vive espasmódicamente. No tiene
idea de qué quiere porque navega en la confusión de que todo es válido cuando
eso es muy relativo. Todo es válido cuando hay atrás el respaldo de una idea
básica, de una técnica desarrollada para luego, sí, experimentar distintos
sistemas tácticos.
Este cronista recuerda una larga conversación con Carlos
Bilardo (de las muchas que tuvo en su carrera) en el centro de prensa de Boston
durante el Mundial 1994, es decir, hace 23 años casi, en la que el entrenador
comentaba lo preocupado que estaba por el trabajo de divisiones inferiores
argentinas porque los jugadores profesionales llegaban cada vez con menos
conocimientos y sin ellos, nada se podía desarrollar.
Tampoco hay maestros, porque en la medida que se van
retirando o muriendo los que vieron
aquel gran fútbol argentino que era respetado y temido en el mundo, no
hay espejos, algo que ya cuentan los que sobreviven de otras épocas con los
mayores.
Muchos veteranos sostienen que el fútbol argentino ya no fue el mismo
tras la huelga de 1948, cuando emigraron los mejores, y esto se acentuó en los
últimos treinta años cuando ya el mercado se hizo global y los jugadores se van
al exterior demasiado pronto, incluso en muchos casos sin siquiera madurar y
deben crecer in situ, sin que se les tenga a veces paciencia.
Entonces regresan para dar un paso atrás y luego dos
adelante, van armándose como pueden, y entonces sí, a mediana edad, ya
formados, rinden en los mejores clubes del mundo (en este fin de semana, un
maravilloso pase de Leandro Paredes provocó un golazo de Dzeko en la Roma).
Entonces cuando aparece la excusa del “tiempo de
trabajo” por parte de muchos medios, rápidamente debemos responder que de
ninguna manera ese es el problema, sino quién elije a los jugadores
seleccionados, en base a qué características, qué es lo que se privilegia sobre
qué, y quiénes son los encargados de tomar decisiones y a su vez con qué motivo
se determina que fulano sea el entrenador en lugar de mengano, en un país en el
que las mafias y los intereses están a la orden del día y a la que no escapa ningún
ambiente (y cuando digo ninguno, quiero decir “ninguno”).
El problema es el talento, y para que aparezcan
seguido los talentos, significa que quienes rigen el fútbol argentino desde la
toma de decisiones técnicas y tácticas sepan a qué quieren jugar, qué tipo de
futbolistas buscan, si los mejores de verdad, o los rubiecitos obedientes de
fábrica que llegaron porque sus padres pueden pagarle las escuelitas primero, o
pudieron utilizar en muchos casos los contactos suficientes para llegar en vez
de otros que jamás podrán llegar por no disponer de los elementos suficientes.
Entonces, desde hace muchos años, las selecciones
juveniles argentinas hacen lo que humanamente pueden en este contexto, en el
que ni siquiera hay un mínimo proyecto por el que hay una continuidad desde
categorías menores, si bien, reiteramos, esto sigue siendo secundario respecto
del proyecto general a largo plazo.
Si el fútbol argentino ya no produce arqueros
atajadores y que sepan sacar con la mano con precisión (en vez de “reventarla”,
como casi piden algunos comentaristas por TV), si no hay más marcadores de
punta chiquitos que se arrojen al suelo porque tampoco hay más wines “porque no
se usa”, si los marcadores centrales no son más elegantes, con la cabeza
levantada para salir jugando, y tampoco miden bien los tiempos para salir y
anticiparse y tampoco cabecean bien en ambas áreas. Si aunque es lo que aún va
quedando, tampoco aparecen aquellos “cincos” deslumbrantes y de mucha
presencia, los “ochos” ya no llegan al gol para “trabajar la banda” (¿??), y ni
hablar del final de los números diez porque “en Europa se juega doble cinco), y
los nueves no son lo que hizo que el Papa Francisco admirara tanto a René Pontoni,
que además de meter goles, jugaba, es que se perdió la brújula, la identidad, y
no se sabe qué se quiere, más allá de todos los negocios que se puedan hacer,
con los empresarios sentados en los palcos para llevarse hasta el último chico.
Y un párrafo final para la selección brasileña, que
se quedó fuera del Mundial de Corea pero que bien pudo llegar si Argentina no
le embocaba un gol en el último minuto del anteúltimo partido: desde hace años,
que decidió copiar el desvencijado y trabajado fútbol albiceleste en vez de
seguir su camino.
No es lo más conveniente. El futbolista argentino es
ganador porque tiene carácter, es luchador, conserva una cierta técnica que ni
por asomo es la que fue, pero en general, salvo excepciones, no es un modelo a
imitar.
El fútbol argentino no imitó al brasileño y prefirió
copiar al europeo tras el desastre del Mundial de Suecia en 1958. No sea
cuestión de que en esa pérdida de brújula del fútbol brasileño, que parece
olvidar todo lo hermoso que nos dio, copie ahora a sus vecinos cuando éstos no
tienen casi nada para ofrecer. Esos tiempos ya pasaron, como cuando Leónidas,
el diamante negro, dijo en aquellos años treinta que fue quien fue “gracias a Antonio Sastre”.
Ya lo dijo José Pekerman tras el Mundial de Alemania
2006: “Abajo no hay nada”. Y parece que va teniendo razón, con o sin Mundial de
Corea.
1 comentario:
Totalmente de acuerdo, y lo que más lamento es que antes del partido la arenga para los jugadores fue hecha por el embajador Luis Juez (?).. y completó el combo Claudio Ubeda al considerar que: "Nacimos para sufrir".. por supuesto que esta frase se la atribuyo tal vez a sus recuerdos de cuando jugaba en Racing Club, donde realmente debió sufrir cada partido en las peores épocas de la gloriosa Academia.. Pero decir que la selección argentina nació para sufrir es alarmante para alguien que está entrenando al futuro de una disciplina tan cara a los sentimientos de los argentinos. un abrazo..
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