lunes, 13 de febrero de 2017

Sub-20, cuando el resultado no disimula la realidad



La milagrosa clasificación al Mundial de Corea del Sur de la selección argentina sub-20, gracias a que un resultado ajeno fue beneficioso (que Brasil no le haya podido ganar a la colista Colombia), no cambia el concepto: el equipo de Claudio Úbeda ingresó por la ventana, en la cuarta y última plaza sudamericana, y lo más alarmante pasa por su juego y no por el tiempo de trabajo que tuvo el entrenador.

Desde antes de iniciarse el torneo sudamericano de Ecuador, clasificatorio para el Mundial de la categoría, la insistencia mediática sobre la desorganización desenfocó lo más importante acerca de los juveniles argentinos: el desatino con el que se viene “trabajando” desde hace años en el fútbol nacional, que no produce cracks porque se encuentra involucrado en los negocios mucho antes que en el juego.

El problema, entonces, de ninguna manera es el tiempo de preparación, que estimamos más que suficiente. Lo hemos dicho en más de una oportunidad: cuando se juntaron para cualquier amistoso, Ricardo Bochini y Diego Maradona la rompieron, porque lo importante estaba (está y estará) en el talento natural, en el deseo por construir jugadas, por buscarse entre los que más saben.

Ya le decía a este escriba un prestigioso colega alemán, Jörg Wolfrum, de la revista Kicker, que demás vivió muchos años en la Argentina, es decir que no habla desde lejos y sin conocimiento: “No te creas que las selecciones juveniles alemanas necesitan mucho más tiempo que la argentina para participar en un torneo”.

Por supuesto que no. La diferencia que existe hoy, y desde hace ya muchos años (como mínimo todo el siglo XXI) entre los juveniles alemanes y argentinos es que el fútbol alemán, la Federación Alemana (DFB) sabe a qué apunta, lo que quiere de un equipo y de sus jugadores. Sabe a qué quiere jugar.

El fútbol argentino vive espasmódicamente. No tiene idea de qué quiere porque navega en la confusión de que todo es válido cuando eso es muy relativo. Todo es válido cuando hay atrás el respaldo de una idea básica, de una técnica desarrollada para luego, sí, experimentar distintos sistemas tácticos.

Este cronista recuerda una larga conversación con Carlos Bilardo (de las muchas que tuvo en su carrera) en el centro de prensa de Boston durante el Mundial 1994, es decir, hace 23 años casi, en la que el entrenador comentaba lo preocupado que estaba por el trabajo de divisiones inferiores argentinas porque los jugadores profesionales llegaban cada vez con menos conocimientos y sin ellos, nada se podía desarrollar.

Tampoco hay maestros, porque en la medida que se van retirando o muriendo los que vieron  aquel gran fútbol argentino que era respetado y temido en el mundo, no hay espejos, algo que ya cuentan los que sobreviven de otras épocas con los mayores. 

Muchos veteranos sostienen que el fútbol argentino ya no fue el mismo tras la huelga de 1948, cuando emigraron los mejores, y esto se acentuó en los últimos treinta años cuando ya el mercado se hizo global y los jugadores se van al exterior demasiado pronto, incluso en muchos casos sin siquiera madurar y deben crecer in situ, sin que se les tenga a veces paciencia.

Entonces regresan para dar un paso atrás y luego dos adelante, van armándose como pueden, y entonces sí, a mediana edad, ya formados, rinden en los mejores clubes del mundo (en este fin de semana, un maravilloso pase de Leandro Paredes provocó un golazo de Dzeko en la Roma).

Entonces cuando aparece la excusa del “tiempo de trabajo” por parte de muchos medios, rápidamente debemos responder que de ninguna manera ese es el problema, sino quién elije a los jugadores seleccionados, en base a qué características, qué es lo que se privilegia sobre qué, y quiénes son los encargados de tomar decisiones y a su vez con qué motivo se determina que fulano sea el entrenador en lugar de mengano, en un país en el que las mafias y los intereses están a la orden del día y a la que no escapa ningún ambiente (y cuando digo ninguno, quiero decir “ninguno”).

El problema es el talento, y para que aparezcan seguido los talentos, significa que quienes rigen el fútbol argentino desde la toma de decisiones técnicas y tácticas sepan a qué quieren jugar, qué tipo de futbolistas buscan, si los mejores de verdad, o los rubiecitos obedientes de fábrica que llegaron porque sus padres pueden pagarle las escuelitas primero, o pudieron utilizar en muchos casos los contactos suficientes para llegar en vez de otros que jamás podrán llegar por no disponer de los elementos suficientes.

Entonces, desde hace muchos años, las selecciones juveniles argentinas hacen lo que humanamente pueden en este contexto, en el que ni siquiera hay un mínimo proyecto por el que hay una continuidad desde categorías menores, si bien, reiteramos, esto sigue siendo secundario respecto del proyecto general a largo plazo.

Si el fútbol argentino ya no produce arqueros atajadores y que sepan sacar con la mano con precisión (en vez de “reventarla”, como casi piden algunos comentaristas por TV), si no hay más marcadores de punta chiquitos que se arrojen al suelo porque tampoco hay más wines “porque no se usa”, si los marcadores centrales no son más elegantes, con la cabeza levantada para salir jugando, y tampoco miden bien los tiempos para salir y anticiparse y tampoco cabecean bien en ambas áreas. Si aunque es lo que aún va quedando, tampoco aparecen aquellos “cincos” deslumbrantes y de mucha presencia, los “ochos” ya no llegan al gol para “trabajar la banda” (¿??), y ni hablar del final de los números diez porque “en Europa se juega doble cinco), y los nueves no son lo que hizo que el Papa Francisco admirara tanto a René Pontoni, que además de meter goles, jugaba, es que se perdió la brújula, la identidad, y no se sabe qué se quiere, más allá de todos los negocios que se puedan hacer, con los empresarios sentados en los palcos para llevarse hasta el último chico.

Y un párrafo final para la selección brasileña, que se quedó fuera del Mundial de Corea pero que bien pudo llegar si Argentina no le embocaba un gol en el último minuto del anteúltimo partido: desde hace años, que decidió copiar el desvencijado y trabajado fútbol albiceleste en vez de seguir su camino.

No es lo más conveniente. El futbolista argentino es ganador porque tiene carácter, es luchador, conserva una cierta técnica que ni por asomo es la que fue, pero en general, salvo excepciones, no es un modelo a imitar.

El fútbol argentino no imitó al brasileño y prefirió copiar al europeo tras el desastre del Mundial de Suecia en 1958. No sea cuestión de que en esa pérdida de brújula del fútbol brasileño, que parece olvidar todo lo hermoso que nos dio, copie ahora a sus vecinos cuando éstos no tienen casi nada para ofrecer. Esos tiempos ya pasaron, como cuando Leónidas, el diamante negro, dijo en aquellos años treinta que fue quien fue “gracias a Antonio Sastre”.


Ya lo dijo José Pekerman tras el Mundial de Alemania 2006: “Abajo no hay nada”. Y parece que va teniendo razón, con o sin Mundial de Corea.

1 comentario:

Luis dijo...

Totalmente de acuerdo, y lo que más lamento es que antes del partido la arenga para los jugadores fue hecha por el embajador Luis Juez (?).. y completó el combo Claudio Ubeda al considerar que: "Nacimos para sufrir".. por supuesto que esta frase se la atribuyo tal vez a sus recuerdos de cuando jugaba en Racing Club, donde realmente debió sufrir cada partido en las peores épocas de la gloriosa Academia.. Pero decir que la selección argentina nació para sufrir es alarmante para alguien que está entrenando al futuro de una disciplina tan cara a los sentimientos de los argentinos. un abrazo..