No hubo nada que hacer. La selección italiana cuatro
veces campeona del mundo (1934, 1938, 1982 y 2006) quedó eliminada de Rusia
2018 luego de un angustiante y complicado partido ante su similar de Suecia,
que aguantó el 0-0 en el San Siro de Milán después de haber ganado en la ida
del repechaje 1-0.
El impacto de la eliminación “azzurra” es aún
inconmensurable porque seguramente traerá consecuencias de todo tipo, desde la
pérdida de una potencia mundial en Rusia 2018 hasta el posible cambio de
paradigma para un fútbol que ya se venía desbarrancando desde muchos aspectos y
que anoche tocó fondo y generó una crisis que dejó a los “tifosi”,
acostumbrados a los éxitos, en estado de shock.
Ni siquiera el director técnico Giampiero Ventura,
vilipendiado desde todos los sectores, anunció su renuncia al cargo porque,
según dijo luego, “hay muchas cosas a evaluar” (una
podría ser el motivo de la ausencia de su mejor jugador, el volante del Nápoli
Lorenzo Insigne) y tampoco lo hizo el
presidente de la Federacalcio (la AFA italiana) Carlo Tavecchio, quien insistió
en “48 horas de reflexión”.
Con muchos menos pruritos, el gran arquero Gianluigi
Buffon, próximo a cumplir los 40 años y quien ya fuera campeón mundial en
Alemania 2006, anunciaba su retiro de la selección ni bien terminó el partido
ante Suecia y ante los micrófonos de la prensa en el pasillo mismo del vestuario.
“Gigi”, ejemplo de comportamiento en los campos de juego, al punto de
aparecer aplaudiendo a rabiar el himno sueco, silbado por gran parte del
estadio, para contrarrestar la situación y marcar un cambio de rumbo en las
tribunas, aunque sin éxito.
Si Buffon fue un ejemplo de calidad futbolística
contrastada durante toda su carrera en el Parma y en la Juventus, y disfruta de
cada partido y saluda con afecto a cada rival, y la defensa siempre ha mostrado
solvencia como una característica del “calcio” de toda la vida, ahora con la
tradicional línea de tres que por años compuso la Juventus seis veces
consecutivas campeón de la Serie A (Barzagli, Bonucci y Chiellini, aunque el
del medio se fue al Milan), es evidente que los azzurros vienen fallando en la
elaboración del juego desde que se retiraron los últimos grandes talentos y con
ellos se acabó una generación que ya no tuvo más recambio: Gianfranco Totti y
Andrea Pirtlo.
Uno de ellos, Totti, parecía interminable como
símbolo de la Roma y de una forma de jugar al fútbol con precisión de número
10. El otro, siendo un 5 adelantado, fue el adalid de la nueva táctica europea
de jugar sin un “reggista”, un conductor al estilo de lo que fue Roberto
Baggio, porque ahora esa función la podía realizar un mediocentro y desde más
atrás, lo que por ejemplo en la Argentina generan Fernando Gago o, más atrasado, Leonardo Ponzio.
Con la salida de los reggistas, de los jugadores que
marcaron siempre la diferencia y de los que Italia siempre tuvo alguno (en los
años sesenta el “Bambino” Gianni Rivera, por ejemplo), el “Calcio” se fue
transformando en un fútbol mediocre, sin mucho que resaltar, que dependía cada
vez más de los pelotazos a los “Bomber” (los 9) y traer extranjeros para suplir
las carencias locales, especialmente del medio hacia adelante.
El problema es que en los últimos años, con los
clubes en problemas económicos y la evidente baja en la calidad de vida del
país, el fútbol italiano fue entrando en crisis y ya no atrajo a los
extranjeros “·top” sino a una segunda línea de sudamericanos,
ex yugoslavos y algunos africanos que no alcanzaron para llevarse
títulos importantes en clubes.
Tanto es así que en todo el Siglo XXI, los clubes
italianos apenas ganaron tres Champions Leagues, y dos de ellas (2003 y 2007)
las obtuvo el Milan hace ya una década o más y apenas el Inter de Mourinho pudo
conseguir una aislada en 2010 luego de colgarse del travesaño en el Camp Nou
ante el Barcelona de Lionel Messi en 2010, hace siete años.
Mucho más contundente es la participación italiana
en Eurocopas y Mundiales. En los dos últimos, Sudáfrica 2010 y Brasil 2014, no
pudo pasar de la fase de grupos hasta que no tuvo suerte y para la
clasificación para Rusia 2018 le tocó una potencia como España que no sólo la
redujo al segundo lugar sino que la bailó en el Santiago Bernabeu (3-0),
escenario en el que en 1982 se había coronado campeona del mundo.
Con un fútbol lento, sin creatividad, con estadios
vacíos y sin grandes estrellas mundiales, al fútbol italiano todavía le faltaba
algo más, una intolerancia en las tribunas que empezó a parecerse lentamente a
la Argentina, con clubes sancionados a jugar a puertas cerradas, o en el colmo
de los colmos, lo ocurrido apenas semanas atrás cuando los ultras de la Lazio
ocuparon la cabecera de los hinchas rivales de la ciudad, la Roma, aunque no
les correspondía, y mostraron stickers insultantes contra Ana Frank, la adolescente judía
asesinada en el campo de concentración de Bergen-Belsen durante la Segunda
Guerra Mundial,.
Sólo en los mundiales de Uruguay 1930 y en Suecia
1958 había estado ausente la selección italiana, que fue campeona dos veces
consecutivas en 1934 y 1938, en tiempos del ascenso del fascismo del “Duce”
Mussolini, quien le había advertido al director técnico Vittorio Pozzo que era
“ganar o morir”.
Lejos está en el tiempo aquella imagen de los
habilidosos como Bruno Conti o los talentosos como Giancarlo Antognoni en
España 1982 o defensores lujosos como
Gaetano Scirea en 1982 o Franco Baresi en los noventa.
Los dirigentes del fútbol italiano no entendieron
que aquellos tiempos se estaban acabando. Ni siquiera cuando al caer eliminada
en la fase de grupos de Sudáfrica 2010 en el Ellis Park de Johanesburgo al
perder 3-2 ante Eslovenia, Genaro Gattuso y el director técnico Marcelo Lippi
advirtieron que así, no iba más.
Miraron para otro lado y ahora sí, llegó el final de
una etapa. Italia no tendrá a su selección en Rusia 2018. Su pueblo, tan
futbolero, se quejará, “siamo fuori della copa”, pero ya es tarde. Si no
cambia, si no vuelve a sus fuentes, el fútbol italiano estará perdido. Y ahora
lo tiene mucho más claro.
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