miércoles, 13 de octubre de 2010
La selección sigue esperando (Jornada)
“Estaban tan motivados contra nosotros que nos ganaron 4-1 pero ya ven, luego va Japón y les gana”. La dura frase de Iker Casillas sobre el presente de la selección argentina no puede dejar de ser cierta, por más triste que sea el panorama.
Lo concreto es que una vez más, y como con casi todos los entrenadores anteriores, la selección argentina volvió a desperdiciar una de las dos fechas FIFA (de acuerdo al calendario que estableció el hoy presidente de la Unión Europea de Fútbol, Michel Platini), en las que la mayoría de los equipos nacionales que no juegan partidos oficiales (los europeos lo hicieron por las eliminatorias para la Eurocopa 2012 que se disputará en Polonia y Ucrania), aprovecharon para organizar amistosos, entre ellos Brasil y Uruguay. ¿Argentina? No, con un partido era demasiado. Y siendo que sólo tomó una de las dos fechas, cuando se podía tratar de disputar dos partidos, probar jugadores y seguir armando un grupo que tuvo muchas idas y vueltas postmundialistas, se organizó un viaje a Japón, cuando en noviembre hay que regresar a Qatar a jugar nada menos que contra Brasil. Suena a despropósito o, como mínimo, a desconcierto.
Es tal el desbarajuste organizativo alrededor de la selección argentina, que una vez más, los propios jugadores, aquellos que deben responder más en el verde césped que fuera de él, se colocan a la vanguardia de los propios dirigentes, incapaces de darse cuenta de que las cosas no están funcionando en el equipo nacional.
Esta vez fue Javier Mascherano, el capitán, quien en el vestuario de Saitama, luego de la primera derrota de la historia ante Japón, casi rogó que en Buenos Aires la AFA determine un cronograma y defina de una vez por todas al director técnico definitivo para encarar la Copa América de 2011 y la clasificación para el Mundial de Brasil 2014.
Anteriormente, un centrado Juan Sebastián Verón, tras un intenso partido ante Uruguay en Montevideo, fue el encargado de poner las cosas en su lugar ante tanto disparate de la conducción futbolera al decir que “no hay nada que festejar y muchas cosas deben cambiar desde arriba hacia abajo”. Hasta Julio Grondona, luego, lo nombró entre sus posibles sucesores, tal vez dando a entender que actualmente no abundan dirigentes con esas capacidades entre los que lo rodean.
El fútbol argentino vive en un estado de desconcierto total desde hace mucho tiempo, sin coherencia en lo que se pretende, sobre qué línea se tiene que adoptar, y si en 1982 se pasó de César Luis Menotti a Carlos Salvador Bilardo sin problemas ni anestesia, al menos no se puede negar que hubo una continuidad extraña para un país tan cortoplacista. Tan es así que entre 1974 y 1998 hubo sólo cuatro entrenadores, y entre 1998 y la actualidad ya hubo cinco, y con la chance de que antes de fin de mes se elija un sexto. Los datos son elocuentes.
También Mascherano y el propio Sergio Batista, se quejaron de las enormes distancias que recorrió el equipo durante su estadía en Japón, sumado al ya de por sí extenso viaje que generó dificultades diplomáticas con los dirigentes de los principales clubes europeos, y que derivó en tres lesionados (Diego Milito, Esteban Cambiasso y Mario Bolatti).
Lo demás es ya un mal endémico que venimos comentando desde hace rato, y es que en el fútbol argentino, desde hace décadas que no se sabe qué hacer cuando hay que salir jugando desde el fondo, y no se depende de un error del adversario. Sergio Romero, el arquero, evidenció problemas de posición y de recepción del balón, dando rebotes hasta en ocasiones innecesarias, pero la selección argentina se da el lujo de dejar afuera a entrenadores de arqueros como Ubaldo Fillol o Miguel Angel Santoro.
Escasean los marcadores de punta y cuando hay uno, como Ansaldi, no dispone de un solo minuto de prueba, para que jueguen en esas posiciones dos centrales que ya hemos conocido y medido en su cuestionable capacidad, y desde ya que la palabra “wing” genera urticaria en el ambiente, mientras que aquel “ocho” al estilo de Brindisi, Ardiles o J.J. López (por citar tres casos) duerme el sueño de los justos para reivindicar el “doble cinco” para que dos volantes hagan el trabajo que antes podía realizar un “cenrojás” alto y pesado como Pipo Rossi, Antonio Rattín, Claudio Marangoni o el mismísimo Sergio Batista.
En cambio, buena parte de la prensa y del ambiente del fútbol, negadores de la realidad, se ensalzan con “la evolución del fútbol japonés”.
Nadie duda de la capacidad de la cultura nipona por trabajar duramente, con humildad, y aprender hasta ser una potencia y el fútbol no es la excepción. La pregunta es por qué Argentina, con tantos jugadores pretendidos por los principales clubes del mundo, con el mejor jugador del mundo en sus filas (Lionel Messi), se estancó, perdió juego, no tiene ideas. Será que mientras hay fechas FIFA y sus dirigentes duermen, los japoneses trabajan y copian lo mejor y desechan lo que creen que no funciona.
Será que mientras los japoneses buscan una identidad y la van encontrando, el fútbol argentino, allá por 1958, se decidió por copiar un modelo que no tenía nada que ver con su identidad, el europeo.
Durante la fiesta impresionante de Brasil 2014 en el Mundial de Sudáfrica, nos preguntamos qué hizo la AFA para promocionar la Copa América, a menos de un año de su disputa en el país, y con todo el ambiente del fútbol mundial presente. Qué preparó la AFA en conjunción con el Estado en cuanto a paquetes turísticos, hotelería, infraestructura. Qué prospectos entregó sobre el torneo.
Mientras otros crecen, como Japón, o juegan, como Brasil y Uruguay, el fútbol argentino sigue inmerso en polémicas interminables. Así es como les va a unos y a otros. No hay casualidades sino causalidades.
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