“Me quiero ir, ya cumplí un ciclo”, se suele
escuchar siempre a estas alturas del año en muchos clubes del fútbol argentino.
Aconsejados casi siempre por sus agentes que sólo reconocen una palabra (“guita”),
los jugadores sienten que un año y medio en un club es demasiado y basta con
que llegue una buena oferta de una entidad con cierto nombre en el exterior (ni
hablar si ésta es europea) para ir haciendo las valijas y marcharse, sin
importar nada, ni siquiera los objetivos prefijados con el entrenador para lo
que viene.
Así, Sebastián Driussi se fue de River Plate pese a
la promesa de que nadie importante se mancharía hasta tanto finalice la Copa
Libertadores, a fines de año, y lo mismo sucede con Emiliano Rigoni de
Independiente, mientras que Diego Cocca, el DT de Racing Club, manifestó en
estas horas que “no me gusta trabajar con quien no quiere quedarse”, en
referencia al volante Marcos Acuña,
transferido al Sporting Lisboa por 8 millones de dólares de los cuales 4 irán
para La Academia.
“Tenemos juveniles que nos darán 40 millones de
dólares”, dice, suelto de boquilla, el presidente de Racing, Víctor Blanco,
quien debería explicar dónde dice, en qué contrato, que el objetivo de su
entidad a futuro es hacer diferencia económica y no, ganar campeonatos. Es
decir que Blanco no dijo “tenemos jugadores para ganar muchos campeonatos y
quién sabe los negocios que eso nos podría deparar” sino que lo que importa es
el dinero que al club le puede redituar. Lo económico por encima de lo
deportivo en una entidad sin fines de lucro…
Blanco, integrante del Comité Ejecutivo de la AFA,
se sienta en el viejo edificio de la calle Viamonte 1366 cada vez más vaciado,
junto con su colega de Boca Juniors, Daniel Angelici, quien hace pocos meses,
también liviano de ropas, dijo que en la Argentina había que volver a los
torneos con calendario de formato a la usanza europea (de agosto a mayo) “para
poder venderles jugadores”.
Traducido al español, esto significa que no se juega
de agosto a mayo ni por clima ni por necesidades futbolísticas sino,
claramente, para convertirse en el mercado al que los extranjeros vengan a
pescar para llevarse todo a precio de saldo. No es casual que el Spartak haya
pagado 15 millones de dólares por Driussi y al día siguiente de firmar el
contrato, la cláusula de rescisión ya estaba en 80. Algo no cierra y en el
fútbol argentino se sigue pagando demasiado poco por lo que luego, al rato, a
las pocas horas, valen sus jugadores. Alguien se queda con una enorme
diferencia en sus bolsillos y no son precisamente los clubes argentinos.
En 2004, durante el Forum de las Culturas de
Barcelona, tuvimos la chance de compartir unos días en el mismo hotel que el
ahora presidente de la Nación, Mauricio Macri, al que le preguntamos, en su
entonces carácter de presidente de Boca Juniors, para qué necesitaron un intermediario
en el fichaje del lateral Mauricio Pineda, de Huracán, siendo que un taxi desde
la Boca hasta Parque de los Patricios no cuesta casi nada. La respuesta fue
sencilla: “es lo que se estila”.
Entonces, tampoco parece casual que el periodismo
sistémico se refiera a la selección de jugadores “del mercado local”,
confundiendo “mercado” con “torneo” o con “fútbol”. Es que el periodismo
actual, con contadísimas excepciones, también piensa su contexto como un gran
mercado, en el que los equipos hacen buenos o malos negocios, invierten bien o
mal y consideran natural que un jugador se vaya al poco tiempo de haber llegado
porque representa “sin dudas un gran negocio” para tal o cual club.
Los Bochinis, Merlos, Mouzos serían unos ingenuos en
este tiempo en el que los jugadores se besan tatuajes, camisetas y escudos como
Juan por su casa, o saltan dedicándoles un triunfo en un clásico a los rivales
cuando tal vez mañana jueguen para ellos y dediquen sus cánticos a los de la
camiseta que se ponen ahora. Todo es demasiado fugaz.
Es en este contexto en el que además, los grandes se
siguen devorando a los chicos. El posible aumento a seis plazas para la contratación de extranjeros recuerda cada vez
más a aquellos tiempos de principios de los años 60 cuando los presidentes de
Boca (Alberto J. Armando) y River (Antonio V. Liberti) trajeron a la Argentina
aquello llamado “Fútbol Espectáculo” por lo que ambos equipos llegaron a tener
delanteras completas sin jugadores locales y se pensó que todo lo de afuera era
mejor, y eso derivó en una situación cada vez más compleja para la selección
nacional, algo que les ocurre hoy a los ingleses, por ejemplo, aunque claro, ni
hablar de las enormes distancias económicas entre un torneo y otro.
Esto del posible aumento a seis plazas de extranjeros
sólo acabará favoreciendo a los clubes poderosos, que cuentan con el dinero
para traerlos pero además, es una forma indirecta de atacar a las pretensiones
de la clase media para debajo de futbolistas, a los que no casualmente los
clubes les deben fortunas y generarán un nuevo conflicto en puerta entre
Futbolistas Argentinos Agremiados (FAA), aún con el escasísimamente
representativo Sergio Marchi.
FAA tiene razón porque no se trata del híbrido 50%,
o 25% según la cantidad de incorporados, que cada club deberá pagarle a la AFA
sus deudas, sino que el tema pasa por pagar todas las deudas y no sólo la de la
AFA, que sigue mirando para el costado interesada sólo en su pequeña porción y
no en la realidad total del fútbol nacional.
Esta AFA neogrondonista con la cara lavada, que
refleja lo mismo que hace la Conmebol con Alejandro Dómínguez o la FIFA con
Gianni Infantino, no parece interesada en solucionar los problemas de fondo:
mientras cobre su parte y solucione sus problemas de caja, no sólo no interesa
para nada lo que los clubes deban a los demás (jugadores incluidos) sino que es
capaz de ampliarles las prebendas a los grandes para que incorporen nuevos y
dejen tirados a los acreedores viejos. Así estamos.
Entonces, en
una situación como ésta, ¿cómo no se van a ir los Pavón, Benedetto, Rigoni,
Acuña, Cerutti? Claro que se irán y posiblemente a cambio vengan chilenos,
colombianos y paraguayos.
El “mercado” local sigue jugando a la libertad, y
sus dirigentes aceptan cada vez más abiertamente que la fiesta tiene, por
ahora, canilla libre porque total, nadie molesta y todos parecen ganar. Pero
los que pierden son muchos más que los que ganan, como siempre.
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