“Tres de las últimas cuatro Champions Leagues fueron
del Real Madrid y la que no llegó, fue por causa de un madridista”. Suelen sostener,
entre bromas, los fanáticos del equipo blanco en este receso veraniego a punto
de terminar, cuando los equipos de la Liga Española regresen de sus vacaciones
para encarar el proceso de stage o pretemporada.
No deja de ser cierto, más allá del chascarrillo. El
autor del gol con el que Real Madrid fue eliminado en semifinales de la
Champions League 2014-15 fue Alvaro Morata, en ese momento en la Juventus, que
luego sería derrotado en la final por el Barcelona.
Pero salvo en ese caso, el Real Madrid acaparó todo
en Europa y la más clara de todas las copas fue la última,. La que ganó de
manera más holgada, con un lapidario 4-1 a la Juventus en Cardiff.
El gran desafío, entonces, para el gran rival de los
blancos en España y uno de los más fuertes también en Europa, el Barcelona, es
cómo contrarrestar este tiempo tan ganador del Real Madrid proviniendo de una
época gloriosa hace no tanto tiempo atrás, teniendo en cuenta que para 2006
sólo había ganado una Copa de Europa (1992) y para 2015 ya contaba con cinco en
su palmarés.
Lo cierto es que para Real Madrid parecía ser, el
XXI, un siglo de inicio complicado. Si la distancia con el Barcelona en un
momento fue de 9-4 (2011). Ahora vuelve a ser muy amplia, 12-5, mayor aún a la
que existía en 1966 (6-0) ó en 1998 (7-1) y teniendo en cuenta que en estos
años, el Barcelona no sólo contó en sus filas con Lionel Messi, quien ha batido
prácticamente todas las marcas individuales de la historia del club, sino que
se ha dado el lujo de tener en la terna para el Balón de Oro a tres jugadores de
su equipo (Xavi, Iniesta y Messi).
¿Qué fue lo que ocurrió para que el Barcelona haya
llegado a esta situación de tener que revertir una relación de poder que estaba
en sus manos y se evaporó para pasar a la de su eterno rival?
Es una suma de razones pero lo fundamental pasó por
lo institucional. El Barcelona no tuvo proyecto claro una vez que aquel equipo
que logró formar de a poco con Frank Rikjaard primero y especialmente con Josep
Guardiola después, desde 2008, comenzó a desinflarse por obra y gracia del mero
paso del tiempo y el final de un ciclo para algunos jugadores.
Un Barcelona envuelto en las mieles del éxito
comenzó a dormir en esos laureles y se fue equivocando casi sistemáticamente en
los fichajes, en la imprevisión con miras a temporadas siguientes, y en
decisiones institucionales, sumado al inesperado fallecimiento del llamado a
ser el sucesor de Guardiola, Tito Vilanova.
Un buen ejemplo es lo ocurrido institucionalmente
con el Caso Neymar, o con el conflicto con la FIFA por el uso de juveniles
extranjeros menores de edad, o con la negativa a aceptar un cambio de ciclo en
la contratación del argentino Gerardo Martino, para que alguien “de afuera” se
hiciera cargo de bajarle la cortina a muchos jugadores a los que nadie se
animaba a quitar de la plantilla.
Ese Barcelona no sólo tardó demasiado en cambiar
sino que cuando lo hizo, fue apuntando a una tremenda delantera goleadora como
es el Tridente sudamericano pero eso implicó, al mismo tiempo, una renuncia a
su juego tradicional de posesión y de gestación desde la mitad de la cancha
para pasar a ser un equipo mucho más efectivo en la red adversaria que vistoso
a la hora de los espectáculos.
Mientras esto sucede aún hoy, la salida de Xavi
primero y ahora la evidente cercanía del final de la carrera de Andrés Iniesta
vuelven a colocar el acertijo sobre quiénes serán, en la gestación, los
próximos socios de Messi para las próximas temporadas, y al mismo tiempo, muy
de a poco, la pregunta sobre cómo afrontará el Barcelona al Messi mayor de
treinta años que se avecina, acaso un genio más retrasado, más asistente, más
alejado de la zona de definición y acaso, al revés (parece más difícil pero no
imposible) estacionado cerca del área rival.
Mientras todo esto sucede en Can Barça, el Real Madrid
supo revertir una situación futbolísticamente muy compleja apelando a tres
elementos fundamentales: 1) Seguir apostando a los galácticos, 2) rejuvenecer
paulatinamente la plantilla, 3) apostar a Zinedine Zidane como proyecto.
Más allá del fracaso de Rafa Benítez para principios
de 2016, Zidane ya ocupaba el lugar de su ayudante porque era la idea a futuro,
que simplemente se adelantó unos meses, acaso un año o dos, pero el francés era
la cara del futuro blanco para su presidente Florentino Pérez.
Zidane fue entendiendo que manejar una plantilla
llena de estrellas como la del Real Madrid es mucho de mano izquierda, simpleza
y aceptación de un discreto segundo plano, que medidas drásticas o explosiones
mediáticas.
Con sentido del humor, ironía y una alta dosis de
sentido común de alguien que jugó a la pelota como pocos, Zidane hizo del Real
Madrid un equipo indestructible, que siempre marca y que resulta un hueso duro
de roer en cada partido, incluso cuando las cosas no parecen venir bien.
El Barcelona, en cambio, se quitó de encima
jugadores que hoy podrían ser muy importantes, desde Martín Montoya cuando no
abundan laterales derechos, hasta Thiago Alcántara, el claro sucesor de Xavi
que emigró al Bayern Munich.
Habrá que ver si ahora con Ernesto Valverde en el
banquillo, el Barcelona es capaz de reverdecer viejos laureles y retomar la
iniciativa ante un Real Madrid ganador como pocos imaginaron a esta altura de
las circunstancias.
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