Desde Moscú
Comienza la cuenta regresiva para el Mundial 2018 y
a menos de un año de su inicio, Rusia se siente preparada en todos los
sentidos. Comparada con la anterior Copa de las Confederaciones de Brasil, el
panorama aparece mucho más claro. Aquí no hay un debate tan duro como aquél
entre el entonces secretario general de la FIFA, Jeróme Valcke (apartado por
corrupción por dos veces en esa institución) y la ex presidente Dilma Rousseff.
Todo lo contrario: reina un pacífico silencio que parece admitir que todo
marcha dentro de los cánones previstos.
Es claro: para aquellos que residen allí, Rusia es
un gran país, que saca cultura hasta por los poros pero que además tiene todos
sus servicios funcionando y a punto para ser utilizados para beneficio de los
que viven o lleguen para el gran acontecimiento futbolístico.
La capacidad hotelera es enorme, el tránsito es
normal, saben conducir bien y los medios de transporte son excelentes y en todo
caso, si hay que cuidarse de algo es de la eterna corrupción de los taxistas de
calle, que quieren hacer sus abriles demasiado pronto cobrando fortunas a los
desprevenidos y el mayor consejo es regatear todo lo que se puede o bien bajarse
al teléfono celular la aplicación del “yándex”, el Uber local, cuyos
conductores no se sobrepasan y muchos de ellos hablan inglés.
Si hay barreras en Rusia para quienes lleguen, éstas
pasan por la tremenda burocracia (no por nada son los inventores de la misma),
las dificultades del idioma, que ni siquiera se escribe con letras como las
nuestras occidentales, la falta de uso de algunas tarjetas de crédito y las
enormes distancias geográficas entre ciudades en un país que mide lo que un
continente.
La burocracia implica una cierta preparación de los
visitantes y armarse de una enorme paciencia. Lo habitual es que cada papel sea
revisado minuciosamente, ya sea en la aduana como en las recepciones de los
hoteles y para cualquier trámite. Un pasaporte puede llegar a ser requerido
infinidad de veces y lo ideal es tenerlo siempre a mano y en el bolsillo, por
cualquier situación que pueda ocurrir. Y no sólo el documento, sino
especialmente ese papelito que entrega el estado a la entrada al país, que hay
que devolverlo el último día, al retirarse.
El idioma es un problema serio porque salvo los
vagones de subte, que ahora tienen también el enunciado por escrito y oral en
cada estación, no hay otros presentes en la calle y es mucho más fácil dar con
gente joven que hable inglés que con mayores de 35 años, donde son minoría los
que pueden chapurrear algo.
En este punto, es muy importante viajar con un mapa
propio y en letras occidentales que sirva como guía, aunque por gestos haya
chances de hablar con muchos pasajeros locales o con empleados de los
transportes. Lo ideal es utilizar el google translator, ya sea oral o escrito,
con el que este escriba mantuvo largos diálogos de temas sencillos.
Justamente esto del google translator nos lleva a
otro tema fundamental: en Rusia es básico llegar y adquirir un chip local para
tener de inmediato un teléfono porque éste no sólo nos permite comunicarnos con
el exterior vía whatsapp o internet sino que en este país, no existe casi el
wifi “directo”, es decir, que se pueda entrar a internet sólo con la clave,
sino que por lo general, como sucede en muchos lugares de Europa, se trata de
wifis sponsoreados, es decir que hay que dar con un sitio web en el que hay que
clickear para poder llegar a tener conexión, pero las indicaciones están…en
ruso…si se logra pasar esta valla, hasta en los vagones de metro hay wifi
libre, pero el secreto está en conocer de memoria el movimiento de esas webs
para no depender de las indicaciones de un viajero local.
Lo mismo ocurre en bares y en algunos hoteles: el
wifi no es directo sino que da a una página web esponsorizada y hay que pasar
ese vallado y es más: en algunos bares o restaurantes, el wifi no es “eterno”
sino que se corta a la hora y hay que
volver a buscar otra contraseña.
En cuanto a las tarjetas de crédito, en Rusia prácticamente
no existe la American Express. Sólo las grandes tiendas las aceptan (como el
caso de las famosas Gum, fundadas en 1893 en Moscú, en la zona del Kremlin) y
es preferible utilizar los otros plásticos, aunque la mayor recomendación es no
quedarse nunca sin rublos, especialmente en los fines de semana porque no hay
dónde cambiar, salvo que uno se encuentre justo en el down town.
Para aquellos que viajen al Mundial, es muy probable
que Rusia vuelva a experimentar con el sistema “ID Fan” por el cual todos
aquellos que compren una entrada para los partidos podrán registrarse en un
sitio web especialmente diseñado a tal efecto y a partir de allí, podrán viajar
gratis por toda Rusia reservando los trenes en esas páginas.
Esta ha sido una promesa del presidente del
Gobierno, Vladimir Putin, que cumplió a rajatabla, aunque, claro, muchos se
preguntan a dónde irán a parar tantos datos que pide la web y que son
estrictamente personales. Por supuesto que esto ayuda a la seguridad, cuyo
despliegue es tremendo.
Sólo para que un periodista pase al estadio, debe
encender su teléfono celular y su PC portátil para demostrar que son,
efectivamente, elementos de trabajo. Es fácil imaginarse los requisitos para
que pase un hincha común.
Por lo demás, Rusia es un país que ofrece todo tipo
de matices culturales y cuyo trayecto nos puede hacer acordar a Miguel
Strogoff, el correo secreto del Zar, y todos los obstáculos a los que debe
someterse para llegar al destino
prefijado.
Moscú y su Kremlin, su impresionante Plaza Roja con
sus basílicas multicolores y sus monumentos, su cultura, sus estaciones de
metro que son museos en sí mismos (nos quedamos con Teatralnaya, que tiene
estatuas de toda clase, incluso del mítico arquero Yashin, “La araña negra” y
también un perro al que la gente le besa el hocico porque la tradición indica
que trae suerte), y su calle Arbat, una Florida cultural con teatro al aire
libre aunque llueva a cántaros. O también el célebre teatro Bolshoi, o las
lujosas tiendas de Stella Mc Cartney, la hija de sir Paul.
Kazán, a 12 horas de la capital, una ciudad que
cumplió mil años en 2005 y que los grandes capitales aprovecharon para
modernizarla y construir toda una edificación moderna aunque siguen siendo maravillosos
los contrastes nocturnos entre el cielo oscuro y las cúpulas de las mezquitas,
en un lugar en el que conviven sin grandes problemas musulmanes, católicos y
judíos y en donde vivieron Leroy Merlin y Tolstoi.
O San Peterburgo, con su maravilloso Hermitage y su
recorrido por circuitos literarios que pueden retrotraer a personajes como los
de “Crimen y castigo” de Dostoyevski, y sus “noches blancas” (las 24 horas son
de día).
Aún con la versión creciente de que el ex presidente
de la FIFA Joseph Blatter llegaría al Mundial como invitado especial por Putin
y debería compartir palco con el actual mandamás del fútbol mundial, Gianni
Infantino, en Rusia están confiados en que todo irá bien y que como en la Copa
Confederaciones, las cosas funcionarán como siempre.
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