Ya transcurrió
un mes y medio desde la eliminación de la selección argentina a manos de la
francesa en el Mundial de Rusia, y el fútbol nacional parece navegar, absorto y
ensimismado, en los mares de la mediocridad, embelesado por los efectos del
marketing pero sin que se le caiga ninguna idea significativa, sin pretensiones
revolucionarias.
Días pasados, un
allegado a Ricardo Gareca nos comentaba que el ya renovado entrenador de la
selección peruana recibió alguna llamada desde
Buenos Aires en la que fue sondeado acerca de sus deseos de dirigir a la
selección nacional, pero el blondo ex delantero no acabó de entender cuál era
el proyecto, sin ganas de tener un superior al que reportar, en el caso de que
hubiera un manager, o si éste sólo comprenderá a los juveniles, o si habrá dos
departamentos separados, o cuál será la línea de juego pretendida.
Acaso esto sea
una muestra de lo que es la AFA hoy, con un presidente, Claudio “Chiqui” Tapia,
que dice haber llamado a Josep Guardiola para ofrecerle el cargo de director
técnico de la selección nacional, pero que espera a Mauricio Pochettino, en el
Tottenham Hotspur de Inglaterra y con contrato renovado por cinco temporadas
más, no descarta a Guillermo Barros Schelotto (especialmente si éste logra la
Copa Libertadores con Boca Juniors a fin de año), y hasta admite que no vería
con malos ojos la continuidad de Lionel Scaloni, si en estos meses, los
resultados en los amistosos son buenos y se ve su mano en el trabajo. ¿No va
más, entonces, José Pekerman, si luego del 31 de agosto, cuando venza su
contrato, no sigue al frente de la selección colombiana? No es seguro.
¿Cuál es la
línea, entonces? Por ahora, sólo aparecen nombres, candidatos, que responden a
tal o a cual, pero jamás ideas. ¿Cómo exigirlas, si tampoco aparece una mínima
osadía en los directores técnicos locales, en el desangelado campeonato que
acaba de comenzar y en el que la igualdad de poderío y presupuestos ronda por
su ausencia?
Por lo pronto,
dos grandes de Córdoba como Belgrano y Talleres, que recuperaron por fin una
gran plaza para el fútbol argentino, no han podido marcar un solo gol entre los
dos en los cuatro partidos que jugaron en conjunto. Ante los “Celestes”, y como
local, un River con estrellas en todos los puestos, y con un entrenador
considerado promisorio como Marcelo Gallardo, sale a jugar con un solo
delantero (Lucas Pratto), que por su contextura física necesita espacios, y no
sólo recibe una marca personal, sino que los visitantes presentan una línea de
cinco defensores, y otra de cuatro volantes casi pegados a ella, con un solo
delantero.
Ante este
esquema presentado por Belgrano en el Monumental, el victorioso en copas
(aunque aún nunca ganó un torneo largo local) entrenador “millonario” coloca un
solo delantero, con tres volantes creativos por detrás suyo, y seis jugadores
en posición de quite o marca, aunque los laterales puedan proyectarse. Estamos
refiriéndonos a River, al bicampeón consecutivo de la Copa Argentina, a uno de
los dos o tres planteles más caros del país.
Boca, el
bicampeón del torneo local, el ganador de los últimos tres campeonatos largos,
sale en la Bombonera ante Talleres, equipo que se nutre con refuerzos suyos
como partes de pago como Tomás Pochettino, Andrés Cubas , Gonzalo Maroni, o
Juan Cruz Komar, con un delantero neto (Cristian Pavón) y dos volantes con
llegada (Mauro Zárate y Carlos Tévez), y atrás de ellos, dos volantes de
despliegue (Pablo Pérez y Nahitán Nández) y uno de contención (Wilmar Barrios).
En otras
palabras, Boca, uno de los máximos candidatos al título de campeón, sale como
local con un máximo de tres jugadores de ataque ante un rival que se ha
desprendido de sus figuras (y una de ellas, precisamente para jugar en los
“xeneizes”, como Lucas Olaza).
¿Por qué
Gallardo, viendo que con el paso de los minutos su equipo no puede marcar
goles, no puede variar un poco la rutina y quitar defensores si su rival no lo
ataca, para colocar más gente en posición ofensiva? ¿Quién o qué circunstancias
se lo impiden?
¿Por qué Barros
Schelotto no coloca dos wines (Pavón y el colombiano Sebastián Villa) si
efectivamente los tiene? Que la mayoría de los equipos no utilice los extremos,
aunque triste, podría explicarse en la imposibilidad de contar con jugadores en
esa función, pero…el que los tiene, ¿tampoco puede?
Esta falta de
osadía general, esta chatura por la cual los medios y los hinchas (en buena
parte por el discurso plano de éstos) se van convenciendo de que “así se juega
hoy”, va derivando en esta falta de deseo para cambiar las estructuras y
forzar, por fin, algo distinto, que enamore, que cautive.
Y si de
marketing se trata, el fútbol argentino parece preso de lo mismo: la
mediocridad para aceptar como dados algunos hechos como mínimo debatibles, como
sobrevalorar copas de poca monta para que el humo, producto de éstas, otorgue
un mayor margen de centimetraje y de minutos radiales o televisivos, como en el
caso de las Supercopas o la Copa Suruga Bank.
Que
institucionalmente se hayan puesto en juego Supercopas nacionales o
internacionales no significa que tengan valor real o que haya igualdad de
mérito para jugarlas. De ninguna manera es equiparable un ganador de un torneo
largo, de todos contra todos, contra el de una Copa de seis partidos. Y menos
aún, que haya que disputarla de todos modos aunque el mismo equipo haya
obtenido el derecho a ganarla por haber obtenido las dos competiciones en una
misma temporada. Que de todos modos se juegue esa final, en ese caso, es la
muestra palpable de las necesidades de marketing.
Pero más
sorprendente aún es lo que viene ocurriendo con la Suruga Bank, una copa puesta
en juego por el dinero de un fuerte banco japonés, que el tachín tachín de los
medios fue derivando en que ahora, el equipo argentino que la juega es
despedido con banderazos, su hinchas sacan memes con cargadas a sus clásicos
rivales, o algunos equipos (aún con la loable idea deportiva) le hacen pasillo,
como reverencia por “tamaño” triunfo en tierras orientales.
Esto significa
que si el día de mañana, un banco catarí invirtiera el triple de dinero que el
Suruga, el ganador de esa Copa sería todavía más considerado que el de estos
años de disputa del trofeo de la institución japonesa.
El fútbol
argentino necesita revulsivos, ideas frescas, debates serios, para no quedar
atrapado en este laberinto de mediocridad del que, por ahora, no puede salir.
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