Ya en los días
finales del pasado Mundial, en el centro de prensa de Nizhny Novgorod, un
colega nigeriano nos pide una entrevista sólo porque dijimos lo que ya conocía
de memoria, pero quería escucharlo de boca de un sudamericano: que no se
entiende por qué las selecciones africanas, que habían traído aire tan fresco
al fútbol mundial, ahora no sólo quedaban eliminadas pronto sino que todas
ellas son dirigidas por europeos.
Esto mismo que
se trata de advertirles a los africanos es lo que, desde hace seis décadas,
ocurre con el fútbol argentino, aplicable también a uruguayos, brasileños (en
menor medida), o colombianos.
El fútbol
argentino comenzó a ser menos criollo, menos local, menos artístico, menos
técnico, cuando regresó a los Mundiales después de 28 años de aislamiento (en
Italia 1934 tampoco jugaron los considerados mejores) en 1958, en Suecia, y
tras la dura derrota ante Checoslovaquia y la eliminación en primera ronda, los
cráneos de los dirigentes de entonces (parece que las circunstancias cambiaron
muy poco) determinaron que había que copiar el modelo europeo en vez de hacerlo
con el que, al fin y al cabo, había sido el brillante campeón, Brasil.
Desde entonces,
y a eso vamos, el fútbol argentino, sin prisa pero sin pausa, fue caminando
hacia un sistema que implementó a Europa como la Meca futbolística mundial y se
movió dentro de la lógica económica de que el mayor ingreso de todos los rubros
pasa por los derechos de TV pero más aún, por la venta de jugadores al
exterior.
¿Y qué
continente puede pagar más y que los jugadores de prestigio sientan que pasan a
una liga acorde a sus pretensiones? Europa. No por nada, uno de los padres de
la Sociología, Max Weber, nos refería a la racionalización de Occidente. El
fútbol europeo fue diseñando entonces, de manera inteligente (“racional”) un
sistema para que sus clubes no sólo captaran algunos talentos sudamericanos
aislados, con un cupo muy básico, sino que desde la Ley Bosnan en adelante, a
mediados de los noventa, se abrió definitivamente el mercado, y no sólo hubo
libre circulación de futbolistas UE sino que al cumplir muchos de ellos con los
requisitos de nacionalidad por años de residencia, se abrían nuevos cupos para
extranjeros no comunitarios.
“¿A qué le llamo
usted fútbol europeo cuando la mayoría de los jugadores de esos planteles de
clubes grandes europeos son sudamericanos o africanos?”, nos preguntaba el gran
director técnico Carlos Bianchi para una entrevista que le hicimos para la
revista de la FIFA, en todos los idiomas, hace más de una década.
Claro que eso
trajo muchas consecuencias en la estructuración de los torneos argentinos y en
la forma de jugar de sus equipos. Porque si el rubro de mayores ingresos es la
venta de jugadores al exterior, que cualquier industria nacional envidiaría
(vender en millones de euros, gastar en pesos), entonces hay que adaptarse al
calendario que rige del otro lado del océano aunque cuando allí se juegue, aquí
se juegue en pleno verano. Y cuando allí se pare, por el verano, aquí se pare,
en pleno invierno.
Y si en los
sistemas tácticos del fútbol europeo no se juega con wines (no extremos, sino
con nuestros wines), entonces, ¿para qué los vamos a fabricar si no se los venderíamos
a nadie ¿ y nuestra lógica es vender. Y si los europeos un día creen que no se
necesita más al diez clásico, entonces nosotros no fabricamos más diez porque
no se los venderíamos.
Claro que para
poder llevar a cabo este rotundo cambio, se necesita de los justificadores de
ello, los que hacen de puente entre los protagonistas y el público, los
aficionados, es decir, los medios de comunicación, que encuentran, a partir de
su propio negocio (sin entender que de fondo, el negocio se les empieza a
terminar por la falta de calidad y resultados finales), una forma de adherir al
show.
Entonces, llega
el amistoso entre Barcelona-Boca por la Copa Joan Gamper y nos encontramos con
comentarios como que el fútbol sudamericano “no le gana más” al europeo. ¿A
cuál europeo? ¿Al de Messi, Suárez, Coutinho, Malcom, Démbélé, Arthur?
Esa simpleza de
análisis, asusta. Es más: Boca pudo haberse ido 2-1 abajo al terminar el primer
tiempo ante Messi y compañía, aunque los azulgranas hayan sido superiores. Pero el tema es otro, y es preguntarnos cómo
fue el planteo del director técnico del equipo argentino ante un gran equipo
(sin dudas) como el Barcelona: y allí está la cuestión.
Porque ya en el
fútbol argentino ya muy pocos se plantean que se pueda jugar con tres
delanteros y con un diez que arme juego. Se da por sentado que ante un equipo
superior “no hay que jugar de igual a igual”, porque la mayoría de los equipos
no juega a nada, y no porque no tengan jugadores, porque, de fondo, muchos de
esos jugadores son los que mañana integrarán los Barcelona, Atlético Madrid,
Inter, Milán…es decir que no es un problema de jugadores, sino de actitud, de
cultura ante el juego, de especulación, de miedo a perder, de falta de trabajo
técnico en las divisiones inferiores porque se apunta sólo a pulir en cada
jugador lo que les dará de comer mañana con una futura venta.
A su vez, nos
preguntamos, si los clubes venden en euros y viven en pesos, por qué la mayoría
se encuentra en tan mala situación cuando deberían estar holgados, pero eso es
otro tema para desarrollar en futuros artículos y del que ya nos hemos referido
varias veces en el pasado.
Entonces, no es
tan “desigual” el Barcelona respecto a Boca en origen sino en actitud, en lo
que cada uno pretende de sus equipos, en el ideario de sus dirigentes, en el
trabajo que se haga desde las divisiones inferiores.
Siempre, en los
últimos años, se refirió con admiración, desde Argentina, y como algo
inalcanzable, el trabajo de la cantera del Barcelona que derivó en que en 2012,
tres de sus jugadores llegaran a la terna por el Balón de Oro al mejor jugador
del mundo de la FIFA, pero pocos dirigentes se dieron cuenta (¿o miraron para
otro lado?) de que era, acaso, lo más fácil de copiar: no gastar en
contrataciones y apostar a un sistema de juego, a una estética, desde las
divisiones juveniles, desde muy pequeña edad.
Claro, eso
necesita paciencia, sistematización, ideas claras de juego y de lo que se
pretende para los jóvenes que llegan, pero siempre es menos caro que fichar
jugadores profesionales desde otros clubes, a veces desde países vecinos, con
otra formación y amor a otros colores…o a ninguno.
Entonces, el
problema no está en que Rafinha haga un gol de sombrero, o que el Barcelona
tenga la pelota más tiempo, sino en que Boca lleva años atacando con no más de
dos delanteros, y con siete a ocho jugadores detrás de la línea de la pelota…¡y
es el club más poderoso de la Argentina!
Una vez más: la
actitud, la falta de ideas y de criterio, y no tanto la cuestión meramente
técnica.
Por último, se
dijo graciosamente en muchas oportunidades que Lionel Messi no podría tener en
el fútbol argentino el suceso que alcanzó en el Barcelona, porque se lo
marcaría distinto, se lo rozaría más y tantas otras justificaciones, pero lo
cierto es que el crack rosarino se destacó ante todos sus rivales argentinos:
Boca, River, o Estudiantes.
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