Se suele decir
que la Argentina busca que le presten dinero desde la banca internacional pero
sus gobernantes no sabrían qué responder si les consultaran cuánto dinero de
los propios compatriotas hay en el exterior. Algo así como “¿por qué tendría
que creerles yo si no creen ustedes mismos?”.
Algo muy
parecido –como no puede ser de otra manera, porque el fútbol es apenas una
fotografía de la realidad y no puede estar ausente de ella- ocurre en el
balompié nacional cuando se pretende mostrar un cambio de imagen y la pantalla
de TV nos devuelve un estadio lleno de pozos y césped desparejo y recauchutado
como el del estadio Tomás Ducó, la cancha de Huracán, en la que anoche
empataron en un partido difícil de digerir, 0-0.
Si la Superliga,
una nueva estructura creada por los clubes más poderosos, seguidos por la clase
media, nació con la firma de muchos dirigentes que no saben lo que hicieron -esto,
denunciado en su momento por Mario Gianmaría, presidente de la Liga Rosarina-,
quiere copiar el modelo de la Liga Española, que castiga a los que no llenan
sus espacios en las tribunas centrales para que no haya flancos en la imagen
que llega al exterior que compra los derechos televisivos, lo único que hace el
fútbol argentino es seguir auto engañándose, creyendo que nada importa.
Gran parte de
este engaño se debe a que los clubes fundaron la Superliga comprando los peces
de colores que en su momento, allá por 2016, le vendió Javier Tebas Medrano, el
presidente de la Liga de Fútbol Profesional (LFP) español, en un contexto
totalmente diferente, en un país mucho más federal, que no tiene, generalmente,
más de cuatro equipos de una misma región (justo en este momento,
excepcionalmente, Madrid tiene cinco), y en el que la mayoría de las entidades
no cumple con funciones sociales como en la Argentina.
Se trata de un
fútbol que tiene cinco árbitros por partido, por ejemplo, pero que permite que
el Tribunal de Penas de la AFA le devuelva, porque sí, sin una explicación
clara, dos de los tres puntos que le quitó a Newell’s Old Boys en la temporada
pasada por impago a sus jugadores y por mostrar documentos nada claros, y de
esta manera los rosarinos superan a Lanús en el promedio, lo que generó un
portazo del presidente “granate”, Nicolás Russo, quien esgrimió,
razonablemente, que no puede ser que su club se abstuviera de grandes
contrataciones para mantener equilibrada su economía, y el que no cumple con
estos requisitos, recibe un premio meses más tarde.
Lo que omitió
Russo es que quien comanda esa misma AFA, Claudio “Chiqui” Tapia, es el mismo
al que él fue a recibir y aplaudir en Ezeiza cuando regresó del Mundial de
Rusia, y que se sepa hasta ahora, no parece haber indicios de triunfos allí y
ni siquiera de que institucionalmente las cosas hayan funcionado. Naturalmente,
esto le quita seriedad a la queja, originalmente lógica, del presidente de
Lanús.
Pero aún peor es
lo que ocurrió en la semana cuando Josep Guardiola, el reconocido director
técnico del Manchester City, respondió en una conferencia de prensa en el
contexto de la Premier League, desmintiendo que Tapia lo hubiera contactado
(como afirmó el presidente de la AFA ante un canal de televisión por cable)
para proponerle dirigir a la selección argentina, y que la respuesta haya
pasado por una desmedida exigencia económica.
No sólo eso: de
las palabras quejosas de Guardiola, que le dedicó unos minutos a Tapia en medio
del debut de su equipo en la Premier League, se desprende que sigue con
intenciones futuras de estar ligado a la selección argentina y por eso cree que
acaso con estas declaraciones de Tapia, acaso las puertas se pudieron haber
cerrado para él.
Pero menos se
entiende, entonces, que Tapia también afirme que su mayor candidato para la
selección argentina es Mauricio Pochettino, el exitoso director técnico del
Tottenham Hotspur, también de la Premier League, porque aún si en este caso
fuera cierto, o el oriundo de Murphy quisiera dejarlo todo para hacerse cargo
del equipo nacional, ¿cuál es la línea futbolística que persigue la AFA?, ¿A
qué quiere la AFA que juegue su selección?
Guardiola y
Pochettino pueden tener en común una larga trayectoria, sus evidentes
conocimientos acerca del manejo de sus equipos, su seriedad, pero
futbolísticamente, no tienen tanto parecido. Son líneas distintas, al igual que
la de Diego Simeone (más allá de la imposibilidad de contratarlo no sólo por su
presente en el Atlético Madrid, sino porque durante el Mundial pasado circuló
un audio de una conversación con su ayudante Germán Burgos en el que deja en
claro su postura ante la dirigencia de la AFA).
Todo lo
enumerado nos hace regresar a lo mismo. No sólo no hay seriedad en la
dirigencia del fútbol argentino, sino que, por si quedaba alguna duda, sus
máximos dirigentes se encargan de mostrarlo un día sí y el otro también.
Por eso, Jorge
Sampaoli puede llegar a ser un día “el mejor DT del mundo” y apenas un
trimestre más tarde, simplemente se trataba de un error y una sorpresa porque
“no fue el del Sevilla o la selección de Chile”.
Todo “sé gual”,
como solía decir “Minguito Tinguitella”, el entrañable personaje de Juan Carlos
Altavista.
Y así, en este
contexto, transcurre el fútbol argentino queriendo esparcir el humo de que
vivimos un cambio porque el torneo se da en llamar, ahora, “Superliga”, y parte
de la administración funciona en otro edificio.
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