Apenas
transcurrieron tres meses. Antes de que el verano asomara en Europa, cuando la
temperatura iba subiendo en el continente, una vez más, el Real Madrid se
revolvía en las mieles del éxito y conseguía su decimotercera Champions League
en Kiev, la tercera consecutiva, al vencer en la final al ascendente Liverpool
de Jürgen Klopp.
Sin embargo, sin
darse cuenta del todo, esa misma noche, una vez finalizado el partido,
comenzaba a cocinarse un futuro mucho más preocupante, cuando por fin Cristiano
Ronaldo blanqueó ante los medios, en pleno festejo del plantel blanco, que su
brillante ciclo en el club, apenas comparable a lo realizado en los años
cincuenta por Alfredo Di Stéfano, se había acabado y es más, lo había
compartido con sus compañeros en el vestuario.
Pocos días más
tarde, y cuando lo del gran delantero portugués no se había confirmado aún de
manera oficial, estalló la bomba que faltaba: el entrenador francés Zinedine
Zidane, el artífice de la armonía de un vestuario repleto de estrellas, y el de
algunos cambios tácticos fundamentales en el andamiaje del equipo desde los
anteriores y cortos tiempos de Rafa Benítez, anunciaba su desvinculación, ante
la mirada desaprobatoria del presidente Florentino Pérez.
En esos días
previos al Mundial de Rusia, el Real Madrid entró definitivamente en una
espiral negativa, que se consumó dos días antes del debut de la selección
española, cuando Pérez anunciaba desde Madrid la contratación de Julen
Lopetegui como sucesor de Zidane, y esto motivó el lógico desenlace por el que
el nuevo presidente de la Federación Española, Luis Rubiales, echó al
entrenador y lo sustituyó por Fernando Hierro, quien ya se encontraba con la
delegación.
Por si fuera
poco, tras al Mundial, Cristiano Ronaldo anunció que pudo negociar su salida
del Real Madrid junto a su representante, el principal agente de futbolistas
del mundo, su compatriota Jorge Mendes, para marcharse a la Juventus.
Así fue que en
el final del verano, cuando volvió a la actividad tras las vacaciones, apareció
un Real Madrid que tenía que despejar tres dudas fundamentales: ¿Es posible
reemplazar con algún jugador la salida de alguien que marcó tanto al club como
Cristiano Ronaldo, ganador de cinco Balones de Oro?, ¿Cómo administrará
Lopetegui esta situación? En el caso de necesitarse algún fichaje, ¿qué clase
de jugador podría hacer olvidar al portugués?
Desde los
partidos amistosos en los Estados Unidos, comenzó a observarse que este Real
Madrid modelo 2018/19, trata de mantener el juego prolijo, el mismo ecosistema
que con Zidane que le generó tantos éxitos y un notable respeto internacional,
pero hay una evidente posibilidad de un comienzo de ciclo nuevo, con algunos
cambios muy importantes para tener en cuenta y que ya aparecieron tanto en la
sorpresiva derrota (por el resultado y por cómo fue el transcurso) ante el
Atlético Madrid por la Supercopa de Europa, y en el debut liguero en el
Santiago Bernabeu, cuatro días más tarde, ante el Alavés.
La falta de
Cristiano Ronaldo puede tener, obviamente, su lado negativo, como es la
evidente aportación de goles (y decisivos) del portugués. Pero al mismo tiempo,
a Lopetegui se le aclara el panorama en cuanto a la generación de fútbol y la
posibilidad de que participen todos, del medio hacia arriba, en el armado del
juego con una mayor horizontalidad, sin que uno de los delanteros, por más
importante que sea en la definición, se quede esperando la última pelota.
En este sentido,
comienza a notarse un mayor protagonismo del galés Gareth Bale, bastante
relegado con Zidane a partir del crecimiento de Isco Alarcón, que de ninguna
manera significa que ahora con Lopetegui vaya a perder su lugar (se conoce la
predilección del entrenador por el volante, desde los recientes tiempos de la
selección roja), sino que ante la ausencia de Cristiano Ronaldo, el ex
Tottenham Hotspur se muestra con toda su potencia como delantero en todos los
frentes y su crecimiento empieza a vislumbrarse.
También parece
ser el tiempo de Marco Asensio, un jugador en franco ascenso en los últimos
tiempos, pero dada la enorme cantidad de estrellas ya consolidadas, no podía
encontrar todavía su lugar exacto en el esquema del equipo.
La llegada de un
gran portero como el belga Thibaut Courtois, tal como ocurrió tras el Mundial
de Brasil con Keylor Navas, como consecuencia de haberse destacado en el gran
torneo, plantea la duda sobre si Lopetegui o el Real Madrid como club piensan
respaldar al que ganó las tres Champions consecutivas o si, por los efectos de
Rusia, acabarán desplazándolo. El hecho de haber contratado al ex arquero del
Chelsea para que haya competencia real en el puesto, no parece la mejor idea y
justamente en estos años, Zidane había preferido a Kiko Casilla como segundo en
la línea de sucesión, con mucho más bajo perfil, y logrando de esta forma una
mayor tranquilidad en un lugar fundamental de la cancha para un equipo.
Aparentemente
solucionado el problema con Luka Modric, quien fue tentado por el Inter y
estuvo a punto de salir, Lopetegui deberá hurgar en lo ocurrido en Talin por la
Supercopa de Europa, no sólo por el muy bajo rendimiento defensivo ante el
Atlético, sino por el desempeño anímico de un plantel poco acostumbrado a
perder finales internacionales (de hecho, el Real Madrid no caía en una desde
2000, cuando cayó ante Boca Juniors por la Copa Intercontinental).
Generalmente
ganador con autoridad de esta clase de finales, dos de ellas por la Champions
ante el Atlético, sorprendió que los rojiblancos le arrebataran la Supercopa
europea de esta forma, sobre el final, pero aún más en el alargue y que le
hayan marcado cuatro goles, una cifra muy alta por tratarse de un club con
semejante tradición y justo en el debut oficial de Lopetegui como entrenador.
Acaso por esta
dura derrota, más por el rival y por lo anímico, el sistema futbolístico
europeo y español fue fijando una tendencia negativa que podría derivar en la
necesidad de un fichaje como revulsivo, si bien éste tendría que ser de una
estrella con garantías, al estilo de Eden Hazard, o que altere la paz de la
Liga, como Neymar.
Un club como
Real Madrid y un presidente como Florentino Pérez no suelen quedarse cruzados
de brazos ante un comienzo de temporada con tantas dudas y con perspectivas no
muy claras.
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