jueves, 14 de mayo de 2015

Al Superclásico y al fútbol argentino les echaron más gas pimienta



Pocas veces, un Superclásico expresó tanto la argentinidad al palo, como éste de anoche en la Bombonera, suspendido vaya a saber si definitivamente o si, siguiendo con la locura que caracteriza a este tiempo sin red y sin sentido común que caracteriza a esta sociedad, ahora continúa, como parece, en los despachos oficiales, en la Justicia, en la Policía, y hasta tironeando los dirigentes de los dos clubes en la Conmebol.

Escribir otra vez que lo de anoche en la Bombonera fue un bochorno es quedarse demasiado corto. Porque el fútbol argentino ya está acostumbrado al bochorno y siguiendo con estos tiempos indefinibles porque la realidad ya superó ampliamente a la ficción, podríamos entonces afirmar que se llegó, en el fútbol argentino, al pozo más profundo, del que ya es imposible seguir descendiendo.

Poco se necesitó para dar por tierra con esas visitas falsas de los dos presidentes de los dos clubes de mayor cantidad de hinchas, Daniel Angelici (Boca Juniors) y Rodolfo D`Onofrio (River Plate) a los medios de comunicación que como comparsas de un circo sistémico se sumaron a repetir sus consignas vacías, sólo pour la galerie, como quedó demostrado.

La anécdota casi menor dirá que el contexto original era el de un partido de vuelta de los octavos de final, luego de que River le ganara a Boca ajustadamente 1-0, de penal, con un clima de máxima tensión, parecida a la que cada cuatro años vive la sociedad argentina durante los Mundiales. Ese extraño aroma que envuelve en momentos decisivos que acaso sólo el fútbol puede generar entre los argentinos.

Y el partido defraudó, una vez más, en cuanto a lo futbolístico. Porque Boca no podía de ninguna manera por el (otra vez) mal planteo de su director técnico, Rodolfo Arruabarrena, y se fue poniendo nervioso por el paso de los minutos, y porque River aguantaba bien, mucho más tranquilo, el empate que lo depositaba en los cuartos de final, hasta que vino el descanso, y la locura justo al salir para el segundo tiempo.

Siempre se dijo que en cualquier ámbito con una considerable cantidad de asistentes, en la sociedad argentina, basta con que uno “encienda una mecha” para que todo estalle, ese eterno Cromagnón que anda dando vueltas y que incluso aparece menos de lo que podría. Y estas vez, pasó lo que tantas otras veces pudo pasar. Detrás de la manga por la que debían regresar los jugadores de River a la cancha, alguien logró colarse (huele a zona liberada, como en tantas otras ocasiones y en tantas otras circunstancias) para arrojar una especie de gas pimienta o similar que dio en la humanidad de, cuanto menos, Ramiro Funes Mori, Leonardo Ponzio, Lionel Vangioni y Matías Kranevitter y fue el inicio de una cadena de locuras que podríamos estar enumerando por páginas y páginas.

Lo que sí queda claro es que pocas veces aparecieron juntos todos los clichés, los malos pensamientos, la mala leche, la absoluta falta de solidaridad, la mal llamada viveza criolla, el descontrol de buena parte de una hinchada adolescente, que desde hace años repite consignas violentas como si fuera normal, la falta de toma de decisiones de las autoridades, ya sea el inexperto árbitro Darío Herrera como de una lamentable Conmebol, que depende de lo que digan la AFA y la CBF para poder caminar.

En ese aquelarre se estancó la situación, con los protagonistas tratando de llevar agua para su molino, con los jugadores y cuerpo técnico de Boca buscando que el partido se juegue de cualquier manera, sin importar que compañeros suyos del mismo sindicato (porque son trabajadores, ¿verdad?) lo estén pasando mal y hasta con riesgo físico, con el plantel de River atónito, buscando la forma de que no se siguiera jugando, pero chocando con un árbitro que buscaba responsabilizar a la Conmebol o al organigrama de seguridad para no asumir solo tamaña decisión, y hasta con llamados a los celulares del más alto nivel. Pasó de todo, y todo fue absolutamente bochornoso, traspasando todos los límites que las migajas éticas permitían.

Tanto es así que nadie sabía cómo comunicar la decisión de suspender el partido (algo que caía de maduro, o al menos así ocurriría en cualquier país normal), con todo Boca al acecho, con pánico, a su vez, a la reacción de los cincuenta mil espectadores que colmaron la Bombonera y que pagaron fortunas, en muchos casos de una lamentable reventa, para poder estar presentes. Nadie se quería hacer cargo de esta decisión y a su vez, Boca presionaba para que Herrera esperara hasta el final una imposible recuperación física de los jugadores de River.

Pero, se sabe, era pedirle peras al olmo. Ésta no es una sociedad que acepte porque sí una decisión formal, porque si jamás fue apegada a los reglamentos y las leyes, menos en este tiempo de contradictorios mensajes desde cualquier poder, sumado a la falta total de autoridad de una Conmebol que siempre estuvo en manos de dirigentes paraguayos o uruguayos para que argentinos y brasileños pudieran mandonear colocando un tercero para no exponerse.

Esa sumatoria de incapacidad, complicidad, inexperiencia, indecisión rodeada de un ambiente violento, no podía tener buen augurio y todavía faltaba el final, el juego de los dos planteles para que se vaya del campo de juego primero el otro, para no quedar como el que abandonó, el que se fue, algo que en la jerga futbolera está visto como sinónimo de cobardía, de huida.

Peor papel para los de Boca, que sabiéndose con el público a favor, no respaldaron nunca a los de River y buscaron siempre exponerlos. Por eso su permanencia en el césped hasta el final, en vez de proponerles una salida en conjunto, entremezclados, para salvarlos.

No se puede pedir comprensión cuando no hay sentido común y cuando importa sólo el “sálvese quien pueda”, aunque mañana pueda ser al revés. Tampoco pensar en la aparición en escena de Futbolistas Argentinos Agremiados, ausente sin aviso, y los dirigentes de los dos clubes parecían más preocupados por la clasificación y los próximos pasos burocráticos para seguir en la Copa Libertadores.

En esa tierra de nadie, y mientras por fin se anunció la lógica suspensión del partido, la mayoría silenciosa, que pagó tanto por ver este partido, se fue en silencio, pero quedaron varios miles con ganas de seguir insultando y provocando hasta el último segundo.

Para completarla, todo esto ocurrió en el Día del Futbolista y en el que se había decidido parar la fecha del torneo local del fin de semana por la muerte del joven Emanuel Ortega. Vaya homenaje.

¿Puede terminar con la violencia un fútbol como éste, cuyos dirigentes avalan a las barras bravas y esconden entradas que luego aparecen misteriosamente mucho más caras en la reventa?

Pregunta como ésta, hay muchas y desde hace ya muchos años, no menos de medio siglo, pero no hay solución, bañados tantos en el mismo lodo, todos manoseados.

El fútbol es cada vez más una excusa en este juego bastardeado en el que la mayoría revolea la pelota y choca con los adversarios como autitos mientras tantos relatores del circo siguen elogiándolos como si se refirieran a Maradona, Brindisi, Alonso o JJ López. Esos tiempos, amigos, ya pasaron hace mucho. Hoy, esto es lo que hay.

Y lo que hay, es lo que no sólo se vivió ayer, sino lo que se seguirá viviendo en los días que vendrán, porque lo que en otro país sería suspensión definitiva y los puntos para el visitante (River), en la Argentina puede ser continuación del segundo tiempo en otra cancha, a puertas cerradas, y hasta que termine siendo Boca el que se clasifique.
Ya no extraña nada. Todo es posible. Incluso, que este Superclásico se siga jugando ahora en la AFA, en la Conmebol, con los árbitros, los dirigentes, el Estado, la TV y hasta la barra brava.

Ya lo dijo sabiamente el ya fallecido José María Suárez, “Walter Clos”, “el fútbol de los domingos en la cancha es para los giles, el verdadero partido se juega de lunes a sábado en los escritorios”.

Cuánta razón tenía.

La argentinidad, nunca más al palo que anoche.


El último, que apague la luz.

1 comentario:

Román dijo...

Excelente comentario. Todavía conmovido por lo que sucedió, inimaginable incluso en este país. Son tan tristes las insólitas lesiones sufridas por los futbolistas de River como la enorme tristeza de la mayoría de hinchas xeneizes que pagaron fortunas sólo por ir a alentar a su equipo y debieron retirarse en silencio y casi sin entender lo que había pasado. Esto no se arregla más.