Pocas veces, un Superclásico expresó tanto la
argentinidad al palo, como éste de anoche en la Bombonera, suspendido vaya a
saber si definitivamente o si, siguiendo con la locura que caracteriza a este
tiempo sin red y sin sentido común que caracteriza a esta sociedad, ahora
continúa, como parece, en los despachos oficiales, en la Justicia, en la
Policía, y hasta tironeando los dirigentes de los dos clubes en la Conmebol.
Escribir otra vez que lo de anoche en la Bombonera
fue un bochorno es quedarse demasiado corto. Porque el fútbol argentino ya está
acostumbrado al bochorno y siguiendo con estos tiempos indefinibles porque la
realidad ya superó ampliamente a la ficción, podríamos entonces afirmar que se
llegó, en el fútbol argentino, al pozo más profundo, del que ya es imposible
seguir descendiendo.
Poco se necesitó para dar por tierra con esas
visitas falsas de los dos presidentes de los dos clubes de mayor cantidad de
hinchas, Daniel Angelici (Boca Juniors) y Rodolfo D`Onofrio (River Plate) a los
medios de comunicación que como comparsas de un circo sistémico se sumaron a
repetir sus consignas vacías, sólo pour la galerie, como quedó demostrado.
La anécdota casi menor dirá que el contexto original
era el de un partido de vuelta de los octavos de final, luego de que River le
ganara a Boca ajustadamente 1-0, de penal, con un clima de máxima tensión,
parecida a la que cada cuatro años vive la sociedad argentina durante los
Mundiales. Ese extraño aroma que envuelve en momentos decisivos que acaso sólo
el fútbol puede generar entre los argentinos.
Y el partido defraudó, una vez más, en cuanto a lo
futbolístico. Porque Boca no podía de ninguna manera por el (otra vez) mal
planteo de su director técnico, Rodolfo Arruabarrena, y se fue poniendo
nervioso por el paso de los minutos, y porque River aguantaba bien, mucho más
tranquilo, el empate que lo depositaba en los cuartos de final, hasta que vino
el descanso, y la locura justo al salir para el segundo tiempo.
Siempre se dijo que en cualquier ámbito con una
considerable cantidad de asistentes, en la sociedad argentina, basta con que
uno “encienda una mecha” para que todo estalle, ese eterno Cromagnón que anda
dando vueltas y que incluso aparece menos de lo que podría. Y estas vez, pasó
lo que tantas otras veces pudo pasar. Detrás de la manga por la que debían
regresar los jugadores de River a la cancha, alguien logró colarse (huele a
zona liberada, como en tantas otras ocasiones y en tantas otras circunstancias)
para arrojar una especie de gas pimienta o similar que dio en la humanidad de,
cuanto menos, Ramiro Funes Mori, Leonardo Ponzio, Lionel Vangioni y Matías
Kranevitter y fue el inicio de una cadena de locuras que podríamos estar
enumerando por páginas y páginas.
Lo que sí queda claro es que pocas veces aparecieron
juntos todos los clichés, los malos pensamientos, la mala leche, la absoluta
falta de solidaridad, la mal llamada viveza criolla, el descontrol de buena
parte de una hinchada adolescente, que desde hace años repite consignas
violentas como si fuera normal, la falta de toma de decisiones de las autoridades,
ya sea el inexperto árbitro Darío Herrera como de una lamentable Conmebol, que
depende de lo que digan la AFA y la CBF para poder caminar.
En ese aquelarre se estancó la situación, con los
protagonistas tratando de llevar agua para su molino, con los jugadores y
cuerpo técnico de Boca buscando que el partido se juegue de cualquier manera,
sin importar que compañeros suyos del mismo sindicato (porque son trabajadores,
¿verdad?) lo estén pasando mal y hasta con riesgo físico, con el plantel de
River atónito, buscando la forma de que no se siguiera jugando, pero chocando
con un árbitro que buscaba responsabilizar a la Conmebol o al organigrama de
seguridad para no asumir solo tamaña decisión, y hasta con llamados a los
celulares del más alto nivel. Pasó de todo, y todo fue absolutamente bochornoso,
traspasando todos los límites que las migajas éticas permitían.
Tanto es así que nadie sabía cómo comunicar la
decisión de suspender el partido (algo que caía de maduro, o al menos así
ocurriría en cualquier país normal), con todo Boca al acecho, con pánico, a su
vez, a la reacción de los cincuenta mil espectadores que colmaron la Bombonera
y que pagaron fortunas, en muchos casos de una lamentable reventa, para poder
estar presentes. Nadie se quería hacer cargo de esta decisión y a su vez, Boca
presionaba para que Herrera esperara hasta el final una imposible recuperación
física de los jugadores de River.
Pero, se sabe, era pedirle peras al olmo. Ésta no es
una sociedad que acepte porque sí una decisión formal, porque si jamás fue
apegada a los reglamentos y las leyes, menos en este tiempo de contradictorios
mensajes desde cualquier poder, sumado a la falta total de autoridad de una
Conmebol que siempre estuvo en manos de dirigentes paraguayos o uruguayos para
que argentinos y brasileños pudieran mandonear colocando un tercero para no
exponerse.
Esa sumatoria de incapacidad, complicidad,
inexperiencia, indecisión rodeada de un ambiente violento, no podía tener buen
augurio y todavía faltaba el final, el juego de los dos planteles para que se
vaya del campo de juego primero el otro, para no quedar como el que abandonó,
el que se fue, algo que en la jerga futbolera está visto como sinónimo de
cobardía, de huida.
Peor papel para los de Boca, que sabiéndose con el
público a favor, no respaldaron nunca a los de River y buscaron siempre
exponerlos. Por eso su permanencia en el césped hasta el final, en vez de
proponerles una salida en conjunto, entremezclados, para salvarlos.
No se puede pedir comprensión cuando no hay sentido
común y cuando importa sólo el “sálvese quien pueda”, aunque mañana pueda ser
al revés. Tampoco pensar en la aparición en escena de Futbolistas Argentinos
Agremiados, ausente sin aviso, y los dirigentes de los dos clubes parecían más
preocupados por la clasificación y los próximos pasos burocráticos para seguir
en la Copa Libertadores.
En esa tierra de nadie, y mientras por fin se
anunció la lógica suspensión del partido, la mayoría silenciosa, que pagó tanto
por ver este partido, se fue en silencio, pero quedaron varios miles con ganas
de seguir insultando y provocando hasta el último segundo.
Para completarla, todo esto ocurrió en el Día del
Futbolista y en el que se había decidido parar la fecha del torneo local del
fin de semana por la muerte del joven Emanuel Ortega. Vaya homenaje.
¿Puede terminar con la violencia un fútbol como
éste, cuyos dirigentes avalan a las barras bravas y esconden entradas que luego
aparecen misteriosamente mucho más caras en la reventa?
Pregunta como ésta, hay muchas y desde hace ya
muchos años, no menos de medio siglo, pero no hay solución, bañados tantos en
el mismo lodo, todos manoseados.
El fútbol es cada vez más una excusa en este juego
bastardeado en el que la mayoría revolea la pelota y choca con los adversarios
como autitos mientras tantos relatores del circo siguen elogiándolos como si se
refirieran a Maradona, Brindisi, Alonso o JJ López. Esos tiempos, amigos, ya
pasaron hace mucho. Hoy, esto es lo que hay.
Y lo que hay, es lo que no sólo se vivió ayer, sino
lo que se seguirá viviendo en los días que vendrán, porque lo que en otro país
sería suspensión definitiva y los puntos para el visitante (River), en la
Argentina puede ser continuación del segundo tiempo en otra cancha, a puertas
cerradas, y hasta que termine siendo Boca el que se clasifique.
Ya no extraña nada. Todo es posible. Incluso, que
este Superclásico se siga jugando ahora en la AFA, en la Conmebol, con los
árbitros, los dirigentes, el Estado, la TV y hasta la barra brava.
Ya lo dijo sabiamente el ya fallecido José María
Suárez, “Walter Clos”, “el fútbol de los domingos en la cancha es para los
giles, el verdadero partido se juega de lunes a sábado en los escritorios”.
Cuánta razón tenía.
La argentinidad, nunca más al palo que anoche.
El último, que apague la luz.
1 comentario:
Excelente comentario. Todavía conmovido por lo que sucedió, inimaginable incluso en este país. Son tan tristes las insólitas lesiones sufridas por los futbolistas de River como la enorme tristeza de la mayoría de hinchas xeneizes que pagaron fortunas sólo por ir a alentar a su equipo y debieron retirarse en silencio y casi sin entender lo que había pasado. Esto no se arregla más.
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