Bastó que entrara la capsaicina, una sustancia con
principio activo del gas pimienta, en la manga de los jugadores de River Plate
en el nefasto jueves pasado en la Bombonera, para que todo estallara en mil
pedazos.
El fútbol argentino, como se ve, necesitaba apenas
una mecha para que mostrara toda su endeblez porque venía sosteniéndose (como
tanto se insistió desde estas columnas) sin ninguna base y no había tenido aún
el 2001 que sí atravesó la Argentina.
2015 no es un año más, sino el que va a definir el
próximo Gobierno Nacional, el de la Ciudad de Buenos Aires, el de la AFA y por si fuera poco, el de Boca
Juniors. Por eso, el revuelo que generó el pasado Boca-River de la Copa
Libertadores que no pudo terminar de jugarse, en un contexto en el que varios
partidos locales continúan pese a agresiones que reciben los protagonistas,
algunos se juegan a puertas cerradas por desórdenes generados con una sola
hinchada, y con operativos policiales que no pueden ser exitosos pese a tantos
recaudos y cientos de efectivos policiales.
El fútbol argentino vive, desde hace ya mucho
tiempo, una situación terminal porque en la Argentina ocupa un lugar desmedido,
y porque la sociedad se futbolizó tanto, que se lo utiliza hasta cuando no se
habla de fútbol.
“Me la dejó picando”, “Le estoy tirando centros todo
el tiempo”, “juega con diez”, “lo tengo de stopper”, “saca todas las pelotas al
córner”, no son más que expresiones de la agenda de los argentinos, que
conviven desde hace más de medio siglo con la violencia organizada, la que
denominamos “violencia del fútbol” porque no viene de la nada, sino de toda una
concepción filosófica.
Bastó que Daniel Angelici, presidente de Boca ligado
al macrismo, se enojara con la falta de respaldo de la AFA en su alegato ante
la Conmebol por los hechos del jueves, para que saliera a jugar fuerte (algo
que conoce muy bien porque viene de ese palo, el del juego de azar) y en esta jungla en la que se
transformó el fútbol argentino desde la muerte del caudillo, Julio Grondona, no
sólo renunció a la vicepresidencia, sino que denunció una virtual intervención
estatal en la entidad, que hay gastos
exagerados (aportando detalles concretos), que se perdió dinero en el pasado
Mundial (aún cuando siendo subcampeón, se percibió 25 millones de dólares desde
la FIFA) y hasta que para la próxima Copa América, se cobrará lo mismo que la
Federación de Jamaica, siendo que la selección nacional cuenta en sus filas con
Lionel Messi, Sergio Agüero, Angel Di María, Javier Mascherano o Carlos Tévez.
Angelici conoce el paño. Por un lado, intenta
victimizarse vinculando a Adrían “El Panadero” Napolitano, quien se hizo tan
famoso en estas horas que en cualquier momento termina bailando por un sueño o
como parte de la casa del Gran hermano, con agrupaciones opositoras de Boca
haciendo su juego para las elecciones, y por otro, a la AFA con el Gobierno de
Cristina Fernández de Kirchner.
Pero más allá de esto, de lo que no tiene defensa
alguna Angelici (y lo sabe) es de su estrecha relación con las barras bravas,
algo que no es nuevo y que vino sobrellevando ante los medios y la opinión
pública como pudo.
Angelici es el padrino del hijo de Martín Ocampos,
el dubitativo fiscal general de la Ciudad de Buenos Aires y quien debería
entender en lo ocurrido en la Bombonera. Su ex jefe de Seguridad, el fiscal
Carlos Stornelli, participó como invitado en el casamiento de Rafa Di Zeo, uno
de los líderes de “La 12” que volvió de la cárcel y quien alardeó ante el
periodista español Jon Sistiaga en un gran documental, que tener poder “es tener
el teléfono de los que tienen poder”. Y por si fuera poco, el fiscal Daniel
Pablosky, hacía malabares para explicar cómo, pasados ya casi cinco días de los
hechos, se espera con pretendida ingenuidad que Napolitano se entregue, sin que
la fuerza pública parezca preocupada por encontrarlo.
No sólo Angelici.
También el arquero Agustín Orión, que ya estaba en el ojo de la picota, volvió a
hacer de las suyas cuando además de la absoluta falta de solidaridad con sus
colegas de River, instó a muchos de sus compañeros (algunos ni movieron los
brazos y se escudaron en otros, como pudieron) a saludar a la barra brava, vaya
a saberse si por lealtad o temor, o ambas.
Orión (como Angelici en el caso de los cargos
dirigenciales) aún no había renunciado a la secretaría gremial de futbolistas
Argentinos Agremiados (FAA), tras la vergüenza del jueves, cuando colegas
suyos, que habían sido gaseados, se encontraban
rehenes de una situación complicada, con amenazas de botellazos y
piedrazos…desde un sector de plateístas, que pagan bastante caras las entradas
o los abonos. Pero la rivalidad pudo más
que la solidaridad.
También sus colegas riverplatenses dejan mucho que
desear en esta locura que vive el fútbol argentino, colgando una foto con los
dedos en “v” para festejar un pase a cuartos de final de la Copa Libertadores
que no se terminó de ganar en el campo de juego.
Es tanto lo que se juega en este fútbol de caretas,
de poses, de declaraciones sin sentido ante periodistas que hacen que
preguntan, con los protagonistas tapándose la boca para que no nos enteremos
qué están tramando, con violentos organizados y otros que no lo son pero que
los imitan y cantan sus canciones y hasta aparecieron algunos ahora que no lo
son, pero que sí quisieran serlo y hacen todo el mérito posible para ser
considerados.
En tiempos no tan lejanos, los cómodos medios de
comunicación llamaron “energúmenos” o “inadaptados” para separar a unos de
otros. Pero ¿lo son? ¿No son, acaso, demasiado adaptados en una sociedad que
admite que se corte la luz en una universidad pero se jueguen los partidos, que
acepta que el fútbol se juegue a cualquier horario, aunque sea laboral o de
estudios, porque siempre tiene prioridad sobre cualquier actividad?
¿No son demasiado adaptados cuando la propia
Presidenta de la Nación, mal aconsejada, afirma que los violentos son “buenos
muchachos en el paraavalanchas”, o cuando los legisladores, oportunistas,
debaten sobre “violencia en el fútbol” y utilizan como léxico “aguantar los
trapos”?
Por si fuera poco, para desligarse de cualquier
responsabilidad en el operativo de seguridad de la Bombonera, con 1300
efectivos que no fueron hallados en lugares claves del estadio, aún cuando su
intervención fue acertada para suspender el partido ante las eternas dudas de
la Conmebol, el secretario de seguridad nacional, Sergio Berni, desvía la
atención opinando que la AFA debe ser intervenida.
¿Qué fue lo que le pasó al fútbol? ¿Qué transformó
un maravilloso juego, que despertaba tantas pasiones, en un desastre
organizativo, con más de trescientos muertos en su historia, con miles de
heridos, con tantas complicidades, con un Estado que fue ausente y hoy es
cómplice (este columnista piensa en la suma de Estado y AFA que da como
resultado una Estafa), y en el que ahora todo vale, sin ninguna vergüenza?
Nada viene de la nada. Viene de décadas de apuesta
subida por un negocio para pocos, que se juega en oficinas, bares, bancos,
departamentos. No se juega en el césped.
Hace tiempo que nos robaron la fiesta cuando tras el
Mundial de Suecia 1958, los dirigentes de entonces decidieron importar un
modelo que no era el nuestro, para ser la sucursal de los grandes negocios con
sede en Zurich.
Desde allí, todo cambió. Se necesitaron violentos
para impedir la rebelión de los últimos románticos que apostaban al juego y ese
modelo tacticista, físico, contrario a la tradicional técnica argentina, basado
en el negocio, se impuso a todo.
Desde entonces, ese cóctel con una sociedad
frustrada por años y años de promesas incumplidas, por generaciones que jamás
tuvieron trabajo en su casa, y tantas otras lacras, acabaron apostando todo al
fútbol, a ganar aunque sea con la
camiseta.
Es lo que hay.
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