En el Real Madrid, ganar una Champions League, o una
Liga Española, no siempre es motivo de respeto eterno. Es apenas, algo
pasajero. La memoria es tan frágil que todo puede olvidarse rápidamente. Le
está ocurriendo ahora al entrenador italiano Carlo Ancelotti, cuando apenas si
se está cumpliendo un año de la final de Lisboa, en la que el club blanco ganó
la Décima al Atlético Madrid y sus hinchas lo siguen recordando en cada partido
jugado en el estadio Santiago Bernabeu.
No todo el ciclo de Ancelotti, las dos temporadas
completas que acaban de terminar, en el
banquillo del Real Madrid, puede medirse sólo por resultados deportivos. Sería
injusto en este caso. Porque es necesario recordar el contexto en el que el
entrenador italiano llegó al club en el verano de 2013.
El Real Madrid venía de una penosa imagen
institucional luego del desastre que significó el portugués José Mourinho en el
comportamiento, en el continuo clima de guerra contra todos los estamentos, con
una plantilla enfrentada y de muy mala relación con el entrenador saliente
(algo que pudo comprobarse en el verano siguiente, en el amistoso jugado en
Estados Unidos ante el Chelsea).
Real Madrid había pasado a ser el personaje malo de
la película, mientras que contrariamente a lo pretendido, el Barcelona
concitaba adhesiones en todo el planeta, con una creciente imagen.
Todo eso fue revertido por Ancelotti en pocos meses.
El entrenador ingresó, con rectitud, algo que siempre lo caracterizó en el
fútbol, con mano izquierda en el vestuario madridista, y en poco tiempo
recompuso las relaciones y generó un clima muy agradable en lo humano, pero no
todo quedó allí, sino que tomó una decisión muy acertada, la de volver a las
fuentes y retomar la filosofía de la tradición del equipo: adelantar unos
metros a los volantes, apostar gradualmente a una mayor posesión del balón,
quitar a un volante de contención para apostar a dos creativos y tres
delanteros, y acabó suministrando más juego para Cristiano Ronaldo, que ya no
dependía más de un lanzamiento largo, sino de muchas más combinaciones
posibles, a partir del cambio en el juego.
Desde la llegada de Ancelotti, ganando o perdiendo,
Real Madrid comenzó a parecerse a sí mismo, a su historia, y dejó de ser el
permanente generador de problemas con cada una de las partes para centrarse en
el juego con un entrenador mucho más amigable.
Nada de esto parece haber importado, aún cuando la
temporada 2013/14 resultó un éxito: el club volvió a ganar una Champìons (no
sin sufrir), quedó relegado bastante pronto en la Liga, y ganó la Copa del Rey
en una final contra el Barcelona.
Si bien en esta última temporada también alcanzó a
pelear por la Liga y la Champions hasta la semana pasada, y aunque tuvo mayor
irregularidad que en la primera, con lesionados importantes y altibajos en
algunos rendimientos individuales, fueron el empate ante el Valencia (con penal
fallado por Cristiano Ronaldo ante Diego Alves) y el que consiguió la Juventus
en el Santiago Bernabeu, lo que lo dejó sin títulos, pese al subcampeonato
liguero habiendo sido líder en casi una rueda, y el haber perdido la semifinal
de la Champions por un gol, cuando nadie pudo repetir el título europeo
consecutivamente en el siglo XXI.
Nada parecía recordarse en la dirigencia del Real
Madrid, aunque los propios jugadores, Cristiano Ronaldo inclusive, hayan
manifestado sus deseos de continuidad del italiano y cuando algunos medios se
centraron especialmente en la preparación física o en los supuestos malos desempeños
del portero Iker Casillas, uno de los mejores de la historia del club y del
fútbol español y europeo.
El presidente Florentino Pérez sigue sin
escarmentar. Con un criterio empresarial con el eje “éxito-fracaso”, parece no
poder contemplar que no siempre hay que ganarlo todo, por más que se trate del
Real Madrid, y todo indica que en estas horas anunciaría el fin de ciclo.
Ya le ocurrió algo parecido con Vicente Del Bosque
al finalizar la temporada 2002/03, en su mandato anterior. El entrenador de la
selección española, campeón mundial y de la Eurocopa, fue echado aún siendo
campeón de Liga por no responder a los cánones empresariales y marketineros del
dirigente.
No importaron ni el título, ni un vestuario repleto
de estrellas (Ronaldo Nazario, Figo, Zidane, Hierro, Raúl, Casillas) que el
entrenador había reconducido con mano izquierda y que aparecía unido y con un
equipo que practicaba un fútbol para el recuerdo y que había ganado la
Champions League un año antes, para luego consagrarse campeón Intercontinental
en Japón.
Nada importaba. Del Bosque “no vendía” bien el
producto. Seguramente no tan bien como
su sucesor, el portugués Carlos Queirós, muy elegante y de mejor físico, y que
sin embargo no sólo no lo superó sino que las cosas cambiaron para peor en el
club, desatando rápidamente una crisis institucional de la que le costó salir,
con la renuncia del propio Pérez a la presidencia.
Con del Bosque salió el volante Claude Makelele,
quien tampoco parecía responder al nuevo modelo, a la nueva imagen. También lo
pagó caro el Real Madrid, que tardó años en encontrar un reemplazante de ese
nivel.
Pero parece ser ya una característica muy difícil de
cambiar. Pérez vuelve a escarmentar y Ancelotti parece que pagará el año en
seco. No importan las causas ni los proyectos. Es así y punto.
Así son las cosas en estos años en el Real
Madrid. Que nadie se sorprenda si en
unos meses, aparece el arrepentimiento.
A esta película ya la vimos.
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