38-38. El esperpento ocurrido en el predio de la AFA
en Ezeiza es tan claro, tan rotundo, que no necesita, en verdad, de demasiadas
palabras para describirlo. Todos lo vieron. Aquellos que tienen algún interés
por el fútbol, o apenas curiosidad, pudieron comprobarlo. Que 75 asambleístas de
una federación que mueve tanto poder, tantos intereses, tantos negocios como la
AFA, no pudieran determinar un presidente en una simple votación, como lo haría
cualquier centro de estudiantes de un colegio primario, ya nos entrega un
panorama final.
Es Grondonismo puro. Lo es por parte de los que
forman parte de una lista, y de la otra. Ambas quedaron mezcladas en un hecho
insólito por lo burdo, por lo ridículo, de lo que no se suele volver y apenas
puede que quede en cierto olvido por la amnesia que suele caracterizar a buena
parte de la sociedad argentina.
Lo que nos preguntamos desde aquí es por qué
permitimos que el circo continúe. Por qué tantos amantes del fútbol, capaces de
recorrer miles de kilómetros siguiendo a sus equipos, que han llorado, sufrido,
gozado, gritado, festejado, no tienen el mismo ímpetu para constituirse como
ONG, agrupación, lo que fuese, como para terminar con esta caterva de inútiles,
que ni siquiera puedan conformar un fixture normal o que no pueden generar
recursos si no es a través de deudas y más deudas para llenarse los bolsillos,
siempre con alguna que otra excepción a la regla.
La pregunta concreta es por qué no nos vamos, por
qué no los dejamos solos, por qué les otorgamos tanta representatividad, por
qué les soportamos estas barbaridades, por qué no reclamamos por nuestros
derechos de ver un fútbol mejor, nosotros, que sí hemos visto (al menos los mayores
de 45 años) algo tan distinto a lo que vemos hoy: otro tipo de juego, de
espectáculo. Los que hemos vivido una fiesta en las canchas, los que
cambiábamos de lado de la tribuna al terminar el primer tiempo, y nos
cruzábamos con los hinchas rivales, café en mano, para ver los ataques de los
nuestros en el otro arco.
Por qué no tenemos aún la madurez de conformar, como
los ingleses, una nueva organización como por ejemplo hicieron los hinchas
disconformes del Manchester United con la dirigencia de Malcom Glazer, que se
fueron y armaron, con trabajo y paciencia, y un poco de imaginación y mucho
esfuerzo, el “United of Manchester”, que ya ascendió varias categorías y que en
cualquier momento generará nuevas pasiones y alternará con los mejores.
Nos preguntamos por qué la “sociedad civil del
fútbol” no se declara en rebeldía contra esta gente, contra el caradurismo del
negociado permanente, de la corrupción. Por qué no nos permitimos pensar que si
la Interpol pide la captura internacional de José Luis Meiszner, que fue
secretario general de la Conmebol y segundo de Julio Grondona, o de Eduardo
Deluca, quien precedió en el mismo cargo a Meiszner, o si el propio Grondona
figura en los informes de la fiscal Loretta Lynch como uno de los principales
conspiradores en el FIFA-Gate, debajo de ellos no hay nadie más comprometido, o
no hay, en esta dirigencia, acaso, un modus-operandi.
¿Por qué permitirlo? ¿Por qué no empezar a darle la
espalda y comenzar a no reconocerlos más? ¿Por qué permitir que esos
asambleístas concurran a votar en muchos casos sin siquiera mandato de las asambleas
de sus propios clubes? ¿Por qué dejar que la AFA se convierta en una especie de
burocracia sindical, con barras bravas apretando gente en los baños y
alrededores, cuando se trata del fútbol que amamos?
¿Por qué permitir que esta AFA (“esta AFA me suena a
“estafa”) se reúna con presidentes y ministros y secretarios y diputados y
senadores como representante del fútbol argentino? ¿Por qué esta sociedad no
generó una sola movilización general contra el grondonismo en tantos años de
desaguisados de toda clase?
¿Para qué queremos una AFA así, con árbitros digitados
o tachados, con partidos sospechables, con horarios permanentemente cambiados,
con desprolijidades de todo tipo, con escuchas telefónicas, maletines, agentes,
clubes quebrados, descontrol, malgasto?
¿No es más sano ir a ver fútbol al parque, acaso?
¿No es hora de reclamar por nuestros derechos y por
el fin de una época? Son los propios directivos los que reclaman, a gritos, un
límite.
Nadie puede decir que lo ocurrido en la votación de
presidente de la AFA lo sorprenda. Ni siquiera, que los tres delegados de la
Inspección General de Justicia (IGJ) hayan fallado también (si es que fallaron).
Apenas, el descubrir que en el fútbol argentino (por no decir, la Argentina)
siempre puede ocurrir algo más. Pero poco más.
Los hinchas de fútbol, los que conservan su amor por
este deporte, deben preguntarse, por fin, qué parte de responsabilidad les toca
en bancarse todo lo que se bancan día a día, año tras año, partido tras
partido.
Desde estas columnas, y desde hace años, venimos
emitiendo nuestra opinión acerca de que especialmente desde el grondonismo,
aunque también antes (aunque con menos fuerza), el fútbol argentino fue
funcionar al negocio que los dirigentes descubrieron en el Mundial de Suecia
1958, cuando tras 24 años de aislamiento (que en realidad fueron 28 porque no
se puede contar demasiado el Mundial de 1934) entendieron lo que era el
marketing, la publicidad, los agentes, los intermediarios, los medios de
comunicación, y decidieron importarlo al país.
Desde ese momento, todo el fútbol argentino se
estructuró para el gran negocio y de allí que hasta la forma de jugar tiene
relación con esto mismo. Se juega de una determinada manera, porque es el
sistema que exige el centro mundial (Europa) y si no, no se vende, y para
vender, hay que jugar al mismo tiempo que allí y los torneos se organizan así,
y un largo etcétera que pueden leer en tantos artículos anteriores en este
blog.
La sociedad civil del fútbol debe entonces
preguntarse qué hizo, qué hace y qué hará para que esto se modifique de una
buena vez.
Si no, tal vez sea el momento de darle la espalda a
toda esta estructura y volver a los parques, o mirar por la TV el fútbol
europeo.
Con 75 votos, no hay empate técnico.
No hay que engañarse ni dejarse engañar.
Las pruebas están ya demasiado a la vista.
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