En realidad, la enorme distancia la establece el
Fútbol Club Barcelona con casi todos los equipos del mundo. Son apenas cinco o
seis que le pueden ganar o lograr enfrentarlo con ciertas chances de obtener un
resultado positivo, y no es precisamente un equipo sudamericano el que hoy se
encuentra entre ellos.
En este aspecto, puede decirse que River Plate hizo
lo que pudo, y no pudo demasiado. Sus aficionados, sumados a una parte de la
prensa argentina y a varios entrenadores, se fueron sumando con el correr de
los días inspirados en un creciente optimismo sobre que la rica historia del
club, y su fuerte presencia en las finales sudamericanas (ha ganado
consecutivamente la Copa Sudamericana 2014, la Recopa Sudamericana 2015 y la
Copa Libertadores 2015).
Pero quedó demostrado que nada de eso tenía una base
seria alguna. El inteligente entrenador de River, Marcelo Gallardo, ideó un
buen sistema táctico, basado en un cerrojo con dos líneas de cuatro jugadores
para bloquear cualquier avance del Barcelona y buscando ser preciso y potente
en las escasas oportunidades de tener la pelota, a partir de Lucas Alario, su
delantero más fornido físicamente.
Pero de no ser por su gran portero Marcelo Barovero,
que impidió en los primeros minutos dos claras posibilidades de gol para Lionel
Messi, ya el equipo argentino se habría encontrado en desventaja casi
irremontable desde el inicio mismo.
El gol llegó, como consecuencia lógica del juego, a
los 36 minutos, y por una genialidad de Messi, que resolvió en un espacio muy
reducido y, se sabe, cuando el Barcelona avanza en el marcador, ya resulta muy
complicado para cualquier equipo ya sea en la Liga Española o la Champions
League, y entonces, mucho peor para River, que carece de algunos jugadores de
esos quilates.
Este River ni siquiera es aquel que ganara los
torneos continentales sudamericanos. Como suele suceder con los equipos
campeones de esa zona geográfica, cuando llegan al Mundial de Clubes lo suelen
hacer debilitados por la obligación económica que tienen para vender y no
logran casi nunca reemplazarlos por estrellas del mismo nivel y es más, los
argentinos, que ya habían perdido a Ramiro Funes Mori (Everton), Ariel Rojas (Cruz Azul) y a Teo Gutiérrez (Sporting
Lisboa), ahora se quedarán sin el uruguayo Carlos Sánchez (Rayados de
Monterrey) ni Matías Kranevitter (Atlético Madrid) y acaso emigre también
Barovero, una de las figuras del Mundial de Clubes.
En los días previos, la duda pasaba apenas por quién
sería el cuarto volante, si Camilo Mayada, para acentuar la marca e ir sobre
Sergio Busquets e Iván Rakitic, o Luis “Lucho” Gonzàlez, para darle más técnica
y mayor posesión de balón, pero Gallardo optó, sorpresivamente, por otro
uruguayo, Tabaré Viudez, un volante mixto, que de todos modos quedó sumido a un
aporte muy escaso, dado que como suele suceder siempre, el Barcelona se quedó
con el dominio del juego y administró el balón como quiso ni bien se acomodó
luego de los siete minutos de partido.
Este periodista descubrió, luego de observar las
estadísticas de la final del Mundial de Clubes de 2014, también entre un equipo
español (Real Madrid) y uno argentino (San Lorenzo), que el sudamericano
resistió al europeo exactamente los mismos minutos hasta el primer gol (A los 36 minutos llegaron los goles de
Sergio Ramos y Lionel Messi) y hasta el segundo (a los 5 minutos del segundo
tiempo llegaron los de Gareth Bale y Luis Suárez). No parece casualidad.
Desde hace tiempo, los equipos argentinos pueden
destacar la actitud, la aplicación táctica, el estado físico, el carácter en
los partidos difíciles, pero no lucen con el juego porque la pelota pasó a no
ser tan importante como lo era en otras épocas.
Por eso, un equipo como el Barcelona, repleto de
estrellas, algunas con muchísimos títulos en sus espaldas, que disfruta del
juego y de la posesión del balón, con admiradores en todo el mundo, saca aún
más ventaja ante rivales de este calibre.
Es también por eso que cuando llegó el primer gol y
especialmente cuando Suárez estableció la distancia de 2-0, a cuarenta minutos
del final, el partido ya estaba realmente terminado y el Barcelona comenzó a
pensar en los lujos y en jugadas de alto vuelo, con algunos jugadores en
altísimo nivel, como Messi, Neymar (ambos estaban en duda por malestares
físicos), Andrés Iniesta, Sergio Busquets y Gerard Piqué.
Con el primer tiempo finalizado apenas 1-0, Gallardo
optó por dos cambios con cierta lógica si se tratara de otro tipo de rival:
hizo ingresar a Lucho González y a Gonzalo “Pity” Martínez por Rodrigo Mora y
Leonardo Ponzio. La idea era tratar de conseguir más tiempo la pelota con
jugadores de mayor técnica, y evitar la posible expulsión de Ponzio, amonestado
y muy proclive al roce con los rivales.
Pero a su vez, eso implicó menos marca, los volantes
del Barcelona se descomprimieron, llegó muy pronto el segundo gol por Suárez y
ya quedó poco por hacer y la resignación fue ganando a los argentinos.
El Barcelona fue campeón mundial de punta a puntas
porque hoy es muchísimo más que los campeones de los otros continentes y porque
es, sin dudas, el que mejor fútbol juega en el planeta, sólo comparable con el
Bayern Munich y acaso con el Manchester City o el PSG cuando se encuentran en
su mejor día. Y poco más.
Tres Mundiales de Clubes en las últimas siete
ediciones lo explican casi todo, y que los europeos hayan ganado ocho de las
once ediciones del torneo, y ocho de las últimas nueve, también es un claro
indicio de la enorme diferencia de planteles, y de economías, que existen entre
los continentes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario