lunes, 21 de diciembre de 2015

La distancia entre Barcelona y River fue la de un océano futbolístico (Jornada)



Incomparable. Imposible. Inaccesible. Inmensa. Póngale usted, lector, los adjetivos que quiera a la distancia que hubo en la final del Mundial de Clubes de Yokohama entre el Fútbol Club Barcelona y River Plate, pero es la triste y dura realidad que le toca vivir no sólo al equipo de Marcelo Gallardo, que hizo lo que pudo pese a perder 3-0 (y le hicieron precio) sino todo el fútbol argentino respecto de los poderosos europeos y en especial, del que es, por lejos, el mejor del mundo.

Muchos analistas, hinchas, y hasta entrenadores argentinos intentaron buscar formas, atajos, sistemas, ideas para tratar de vencer de manera heroica a un Barcelona que ya era el mejor equipo del planeta pasara lo que pasara en la final, no sólo amparado por los títulos y las estadísticas de toda clase de rendimientos, sino por el juego desplegado, por cómo trata la pelota y por la abundancia de estrellas.

Algunos dieron un paso más y se fueron contagiando de un optimismo sin mucha base, no sólo por el rival sino porque el propio River de este semestre no es, siquiera, aquél que ganara con mucha solidez la Copa Sudamericana a finales de 2014, y peor aún, tampoco se parece al que ya con menos rendimiento, ganó hace medio año la Copa Libertadores.

Un River mucho más limitado quiso apelar a la resistencia, a redoblar la marca, a la presencia, a la firmeza, a la potencia de Lucas Alario arriba, al gran arquero que sin dudas es Marcelo Barovero (a nuestro juicio, uno de los mejores jugadores del Mundial de Clubes en base a sus dos excelentes partidos en semifinal y final), pero no alcanzó.

Este Barcelona suele aplicar un matiz hasta a la famosa frase del gran Dante Panzeri, en aquello de que el fútbol es “la dinámica de lo impensado”. Lo es, pero con los azulgranas catalanes también hay que agregar que hay una lógica implacable que acaba imponiéndose y es que el que tiene la pelota en la mayor parte del tiempo y la sabe utilizar y además le da por momentos un trato lujoso, a la larga es el que gana.

Este Barcelona indiscutido y admirado en todo el mundo, sin embargo, encontró en la Argentina una cantidad de detractores y denostadores a partir de un rechazo por el espectáculo basado en el fanatismo por un resultado vacío de contenidos y sin explicación de cómo obtenerlos, al que se encarga de vapulear en cada ocasión que puede, como la de esta final.

El Barcelona, que cambió de entrenador, desde aquel ciclo tremendo que comenzó con Josep Guardiola y siguió con Tito Vilanova, que hasta tuvo un año seco de títulos con Gerardo Martino y que ahora dirige Luis Enrique, obtuvo el tercer Mundial de Clubes en las últimas siete ediciones, lo que significa que casi de cada dos torneos, ha ganado uno en los últimos tiempos. Y algunos osan discutirlo aún, lujos que el fútbol puede permitirse.

La distancia de este Barcelona con este River, por no decir con todo el fútbol argentino, es abismal, lo que fue reconocido con honestidad por todo el plantel millonario, porque media una diferencia de calidad de jugadores pero esencialmente, cultural-futbolera.

El fútbol argentino ha perdido el norte desde hace muchos años, no menos de treinta, cuando la industria cultural del resultadismo, tras ganar la selección argentina el Mundial de México en 1986, nos impuso en forma definitiva el negocio por el que la ganancia principal se basó en la venta de jugadores a La Meca europea, que exige determinado formato con el que hay que cumplir.

Así fue que ya no se “fabricaron” más wines (perdón por esta palabra en desuso), ni centrodelanteros técnicos, ni marcadores de punta (disculpas por el arcaísmo), ni volantes derechos con gol, ni marcadores centrales que sepan salir jugando, ni arqueros atajadores y jugadores y ya al final, los clásicos números diez.

Se privilegió la estatura (como si se jugara al basquetbol), la fortaleza física, el correr mucho (en los años setenta, consultado Ricardo Bochini por Johan Cruyff, expresó que “corre mucho, pero juega bien”), la marca, la táctica, pero la pelota, el útil más importante del fútbol, se les olvidó, careció de importancia.

Entonces, entre lo que hoy son los equipos argentinos, con lo que pueden hacer, en medio del desorden admninistrativo de la AFA y la crisis de los clubes, sumado a los problemas culturales descriptos, hacen lo que pueden.

Y entonces, en la paridad que siguen teniendo los torneos sudamericanos, si logran dar el salto al Mundial de Clubes, deben enfrentarse a equipos mucho más poderosos, ordenados y con muchísima más calidad de planteles porque a su vez se refuerzan tras ganar sus Champions Leagues.

¿Cuánto podía resistir este River a este Barcelona de los Messi, Iniesta, Busquets, Suárez y Neymar? No más de un tercio del partido.

Este cronista se tomó el trabajo de observar las estadísticas de la final del Mundial de Clubes anterior entre Real Madrid y San Lorenzo, y con sorpresa encontró que los dos primeros goles de aquel partido se produjeron milagrosamente en los mismos minutos que los de ésta: Sergio Ramos marcó de cabeza a los 36 minutos del primer tiempo (Lionel Messi también) y Gareth Bale, a los 5 minutos del segundo (Luis Suárez también).

No parece una casualidad. Es lo que los equipos argentinos, minutos más, minutos menos, pueden aguantar ante tamaña superioridad, acaso pateando alguna vez al arco, o avanzando a veces hasta pasar la línea de la mitad de la cancha. Poco más.

Por eso, lo de River fue lo que pudo dar. Ni más ni menos. Incluso, la diferencia en el marcador puso ser mayor de no media Barovero, alguna falla de Suárez o Messi en algún remate, o de la tranquilidad del Barça en los últimos diez minutos, cuando prefirió bajar la cortina acaso por respeto a la trayectoria millonaria.

Desde que se juega el Mundial de Clubes (2005), apenas tres veces se impusieron equipos sudamericanos y dos de ellas, en las primeras dos ediciones, casi una década atrás (San Pablo en 2005 e Inter en 2006), y en los tres casos, con equipos brasileños (el otro fue Corinthians en 2012).

Acaso esta sea una descripción clara del fenómeno de un fútbol en el que desde hace rato que existen las clases sociales.


Y River hizo lo que humanamente pudo, en este inmenso océano de diferencias futboleras. Queda poco por reprocharle.

3 comentarios:

Unknown dijo...

Hace 4 años Neymar sufría en el Santos al Barcelona, que lo humillaba (4-0) en el Mundial de Clubes. Kranevititer y Alario podrían en el futuro vivir lo mismo, en vista de las edades de Mascherano y Suárez

Jorge Olave dijo...

El Barsa tiene mayoría sudamericana en su alineación titular. Si incorporara a Agüero, Banega, Mas, Godin y Luiz Felipe sería la selección sudamericana. La desigualdad mundial expuesta en el deporte. EL mejor equipo criollo (el que te parezca que lo es) en la UEFA Champions League no superaría los octavos de final.

Jorge Olave dijo...

La Copa Mundial de Fütbol es una formalidad, y un negocio, para no dársela directamente al campeón de Europa. Es como si en básquet, el campeón de la NBA tuviese que disputar un torneo análogo.
Impera la lógica de mercado. Cuando "aquí abajo" aparece un jugador de gran nivel, pronto cruza el Atlántico. Los mejores equipos de la Champions están tres goles arriba de los más encumbrados de nuestro subcontinente.
Seguramente Lucas Alario estará en un año más jugando en la Champions, torneo que, por lo expuesto, es deportivamente más que la Copa Mundial FIFA (y que Messi ganó ya cuatro, tres como primera figura).