La selección argentina debutó ganando en la Copa
América Extra, y ante el mismo rival, Chile, con el que perdió por penales hace
un año en la anterior definición. Hasta ahí, la crónica dura, el hecho.
En cuanto al análisis, hay un contexto que aclara
rápidamente algunas cosas: que este equipo chileno, con grandes jugadores que
pertenecen a una de las mejores generaciones de su historia (y esto dicho por
Iván Zamorano, que pertenece a otra muy buena anterior), ya no es el mismo que
hace un año atrás cuando lo dirigía Jorge Sampaoli. Con Pizzi ha perdido cierta
agresividad en la marca, y mucha claridad por la inexplicable (al menos hasta
ahora) ausencia de Jorge Valdivia, quien reparte juego y pasa entrelíneas como
nadie.
Por el lado de la selección argentina, no jugó
Lionel Messi, por estar recuperándose del conocido dolor en la espalda. Y
cuando Messi no juega, todo cambia, como es de suponer, en el equipo argentino,
que debe echar mano a otros muy buenos jugadores en lo técnico, pero ninguno de
los quilates del diez del Barcelona.
No sólo no jugó Messi. Tampoco, y ya entrando en una
escala más simple, estuvo Lucas Biglia, por lo que para muchos, faltó el socio
de Javier Mascherano en el medio.
Es posible, aunque somos de los que creemos
que los equilibrios en fútbol no pasan por siete atrás y cuatro arriba. En un
equipo de once, con el arquero para defender también, un equilibrio es con seis
defendiendo y cinco atacando, especialmente cuando se tienen los jugadores para
eso. Pero el fútbol argentino tiene grandes atacantes, muy buenos volantes de
marca, pero no desarrolló, por esto de producir para vender y no para un estilo
tradicional, volantes con llegada y gol como en el pasado.
Entonces Gerardo Martino, el director técnico de la
selección argentina, debe reducirse a disponer un sistema que dependa del genio
de Messi, y cuando éste no está, buscar una estrategia más vertical, alno tener
otro diez clásico de ese nivel y de cierto peso en la intensidad del juego.
Porque ni Ever Banega ni Erik Lamela lo tienen. El que reúne esta condición es
Javier Pastore, también ausente.
Es saludable que Martino insista con el sistema de
dos extremos y un centrodelantero como Gonzalo Higuaín, y un diez en la medida
que puede serlo, como Banega, que no siente esa función como el también
lesionado Javier Pastore, pero el equipo argentino no lo pudo sostener y le
falta estructuralmente un “ocho” a la vieja usanza que complemente y ayude
cuando la circunstancia lo amerite.
Por ejemplo, si bien no alcanza la estatura de los
JJ López o Ardiles de un pasado que parece que ya no volverá, Augusto
Fernández, antes de emigrar, era algo parecido a aquello, pero se fue
reconvirtiendo en un “doble cinco”, palabras horrorosas si las hay.
Y entonces,
lo que pudo ser un aporte distinto, terminó siendo un nuevo socio de
Mascherano, una especie de “doble Biglia” y le costó todo el primer tiempo
hasta adaptarse a la nueva situación.
El equipo argentino tiene una idea. Conversando con
Martino, eso existe en la teoría, pero está costando llevarla a la práctica
porque el fútbol nacional cambió hace mucho y abunda la preocupación por
marcar, cerrar espacios, correr y desgastarse.
Al menos, ahora hay una intención de jugar, para lo
cual hay que tratar de parar la pelota y pensar, distribuir la pelota al mejor
colocado, avanzar con distintas variantes. Y eso, aunque con exceso de
velocidad y poca pausa, el equipo argentino trató da hacerlo cuando pudo, sin
el genio que todo lo hace más fácil.
En lo defensivo, en cambio, se nota un paulatino
avance, excepto el grave error de cálculo de Sergio Romero en la última pelota
del descuento de Fuenzalida, pero se nota una cierta firmeza otorgada por el
espíritu de aquellos jugadores que fueron claves en el River de Marcelo
Gallardo.
Con un notable zaguero como Nicolás Otamendi,
Martino parece haber encontrado en Funes Mori y Mercado un buen complemento
para la marca y para anular a un rival complicado por la habilidad de Alexis
Sánchez, si bien se vio muy poco de Eduardo Vargas y sin mucho armado de juego
ante la ausencia de Vargas.
¿Para qué puede estar este equipo argentino? Parece demasiado
temprano para decirlo.
Sí es claro que tiene todas las perspectivas para ganar
el Grupo D, pero esta Copa, para Argentina, comienza en los cuartos de final, y
allí puede esperar Uruguay (creemos que cuenta con las mayores chances de
serlo) y seguramente con Luis Suárez, o en menor medida México, que se avecina
como uno de los posibles rivales en una final. Brasil no parece una amenaza,
pero nunca se sabe y en muchos casos se las termina arreglando para pelear un
título.
Pero sí aparece con claridad la posibilidad de
avanzar si mantiene esta sólida estructura defensiva, regresa el genio de Messi
(al que no parece necesario poner en la cancha en la primera fase) y se
encuentra más peso en la creación, tanto del “diez” como del “ocho” si lo
pensamos a Messi como “siete”.
Es decir, si la selección argentina trata, por todos
los medios, de jugar más “a la argentina”, siempre al margen de Chile, claro, o
de cualquier rival que toque. Porque antes no interesaba tanto al rival. Son
cuestiones de esta falsa modernidad.
Volvamos a las fuentes.
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