El 21 de junio de 1986 habíamos vuelto muy cansados
de la concentración de la selección argentina en “Las Águilas” del América. Era
tanta la tensión por lo que se vivía en las horas previas del partido de
cuartos de final entre el equipo albiceleste y los ingleses, tanta la
información que llegaba desde Buenos Aires, que se hablaba más del contexto que
de fútbol.
Se decía que el equipo argentino saldría con una
camiseta con el mapa de las Islas Malvinas, o días antes hubo un rumor acerca
de una mínima posibilidad de que no se presentara a jugar. Cosas que, decían,
se debatía en el Congreso mientras el Mundial continuaba su marcha.
Tal vez por esta razón, o al menos así lo
explicitaron cuando ocurrió, es que en pleno entrenamiento, de repente,
apareció Robert “Bobby” Charlton, un símbolo del fútbol inglés, campeón mundial
en 1966 y quien en ese torneo enfrentara al equipo argentino justamente en
cuartos de final, en Wembley, para “apaciguar los ánimos”.
Charlton llegó, como no podía ser de otro modo en
esos tiempos, acompañado por José María Muñoz, y procedió a saludar a los
jugadores y se tomó fotos con varios de ellos.
Por la tarde, ya en el centro de prensa,
conversábamos con el entrañable Luis Blanco sentados en una de las mesas cuando
un colega canoso, de poco más de cuarenta años, se nos acercó y miró con
curiosidad nuestras acreditaciones colgantes. Se detuvo en la mía y repitió,
casi escupiendo, mi apellido como si buscara confirmación: “¿Levinsky”, “¿Jewish?”.
Se presentó inmediatamente. Su nombre era Pinjas
pero pidió que lo llamáramos “Pini”, de Israel, y tras unos minutos de
simpática charla, nos hizo una propuesta que generó grandes dudas. Nos dijo que
iría con su coche al hotel de la selección inglesa y si queríamos acompañarlo,
porque tenía muy buenos contactos allí.
A Blanco y a mí nos pareció poco creíble. ¿Qué
contactos podía tener en la selección inglesa un periodista israelí? ¿No
estaría exagerando? De todos modos, ya la propuesta parecía osada y en verdad,
era poco lo que teníamos para perder, así que accedimos.
Luis y yo nos sentamos atrás y Pini iba acompañado
de una fotógrafa griega, y fuimos dialogando todo el viaje hasta llegar al
hotel Holliday Inn, cerca del aeropuerto Benito Juárez, y cuando descendimos
del coche, ya tuvimos nuestro primer impacto: en el lobby descubrimos nada
menos que a Dino Zoff, el gran arquero italiano que había sido campeón mundial
cuatro años antes, en España, y que ya había abandonado el fútbol.
“¡Dino!....¡Pini!”, exclamaron el israelí y el
italiano, fundiéndose en un fuerte abrazo, con la presentación de la fotógrafa
griega, y los dos periodistas argentinos, que observaban atónitos y confirmaban
que no había exageración en los contactos prometidos.
Seguimos unos metros y dimos con un hermoso paisaje
al fondo del lobby. Una zona parquizada, con mesas al aire libre, mucho verde,
y Pini nos sugirió que nos sentáramos, que ya volvería. Con él se fue la
fotógrafa helena. No fueron muchos minutos, y Pini regresó con Gary Lineker y
Terry Butcher, a quienes nos presentó.
Charlamos por poco menos de media hora y la palabra
que más escuchamos fue “Maradona”, pero en medio de la conversación, algo nos
distrajo. Luis, que alternaba la mirada entre lo que ocurría en nuestra mesa
con el hermoso parque, en un momento señaló hacia una extraña pareja que
recorría la zona verde.
Al poder girar la vista hacia allí, la sorpresa fue
total. La chica, joven, iba acompañada de un señor más bajo, de mayor edad, y
que había formado parte del Estudiantes múltiple campeón de los años sesenta,
que se mantenía en el ámbito del fútbol. ¿Acaso un espía de Bilardo en la
concentración inglesa?
Con los años, el colega israelí pasó a tener una
notable influencia en el mundo del fútbol. Llegó demasiado lejos. Pero podemos
afirmar que visto lo que hemos visto, imposible que nada proveniente de él nos
pueda sorprender.
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