Parece una maldición, pero en verdad, no lo es. La
selección argentina quedó otra vez a las puertas de un título que no gana
oficialmente desde 1993, al caer por penales ante Chile en la final de la Copa
América Extra de los Estados Unidos, como hace un año en Santiago por la misma
competición, y es la tercera decisión consecutiva desde que cayera ante
Alemania en el alargue de la final del Mundial de Brasil 2014.
Hay que hurgar mucho en la historia del fútbol para
encontrar una situación semejante. Que una selección con estrellas requeridas
por todos los equipos, que tiene al mejor jugador del mundo, Lionel Messi, haya
perdido tres finales consecutivas en tres años seguidos, la del Mundial 2014 en
Brasil, y las de las dos Copas América 2015 y 2016, sin haber podido marcar un
solo gol en tres partidos con tiempo suplementario incluído.
La desazón fue tan grande, que hay que ver si fue
dicho en caliente, pero Messi anunció, dos horas más tarde de perder la final,
que dejará de jugar en la selección argentina y que la decisión es
“definitiva”, lo que abre un nuevo frente de crisis para el equipo albiceleste.
Al cabo de todo el torneo, algo que ya había
ocurrido en la Copa América pasada, la selección argentina fue el equipo más
regular pero la sensación era que no había tenido, excepto a la misma Chile en
la fase de grupos, a la que venció 2-1, ningún rival de una talla complicada,
sino equipos muy accesibles.
Chile, en cambio, fue de menor a mayor en el torneo.
Comenzó frío, con una derrota ante Argentina, apenas si le ganó 2-1 a la débil
Bolivia con un dudoso penal sobre la hora, y recién en cuartos de final ante
México, produjo una actuación sobresaliente, sorprendiendo con un 7-0
inapelable.
Desde ese momento, el equipo que ahora dirige el
argentino Juan Pizzo fue creciendo en el juego y en su convicción por la
posesión de la pelota, con toques a mucha velocidad, y llegando a la portería
rival con mucha gente y así eliminó rápidamente a Colombia en semifinales.
Argentina había goleado a Estados Unidos, el equipo
local, por 4-0, con mucha autoridad, pero todo se iba asemejando a la Copa
América de 2015 cuando también había goleado a Paraguay en la misma instancia
6-1 para perder en una ajustada final ante Chile, por penales.
Otra vez ahora, cuando la selección argentina tuvo
que salir a jugar una final, con el peso de las dos derrotas anteriores en la
misma instancia, el equipo ya no fue el mismo.
Un Angel Di María otra vez
limitado por una lesión, Ezequiel Lavezzi ausente por otra, Javier Pastore sin haber jugado nunca
por otra dolencia, el entrenador Gerardo Martino optó por cambiar el esquema
táctico que le había dado éxito y en el que basó su filosofía. Del 4-3-3 pasó
repentinamente a un 4-3-1-2, que en verdad acabó siendo, con la expulsión de
Marcos Rojo, un 3-3-2-1, con Messi y Ever Banega detrás de Gonzalo Higuaín
primero, y de Sergio Agüero más tarde.
El equipo argentino repitió mucho de lo que ya vivió
en las otras dos finales como para recurrir al azar, algo que hizo Martino tras
el partido en la conferencia de prensa.
Porque Higuaín volvió a tener una clara situación de
gol frente al arquero Claudio Bravo y no la pudo concretar. Porque quedó con un
jugador de más por quince minutos en el primer tiempo cuando fue expulsado en
Chile el volante Marcelo Díaz, y cuando se lesionó Alexis Sánchez, quien
arrastraba un golpe en el primer tiempo.
Chile, en cambio, jugó como siempre. En una final
muy pareja, apostó al toque, a cortar el juego argentino, a presionar lo más
arriba posible. En definitiva, a respetar un estilo que comenzó hace ya muchos
años con Marcelo Bielsa como entrenador, y que siguió aunque ya haya sido
reemplazado por Jorge Sampaoli y Juan Pizzi, casualmente, todos argentinos.
Para Chile, la ratificación de un excelente momento,
con las ideas claras, con una gran generación de jugadores que sacan todo el
beneficio posible de la situación.
Para el fútbol argentino, un momento de enorme
desconcierto que excede el propio juego. Con Messi (que además falló su
penalti) dando por cerrada una etapa, con Martino perdiendo, en lo particular,
su tercera final de Copa América consecutiva (la primera con Paraguay en
Argentina 2011), y tal vez, con la propia AFA desafiliada de la FIFA por los
enormes problemas institucionales internos, por los que los jugadores se
quejaron públicamente en las redes sociales en los días previos en la final.
No puede ser casualidad que este equipo argentino
haya perdido tres finales consecutivas. Es demasiado, y la explicación no pasa
sólo por el juego.
Si el fútbol argentino no sabe qué torneo local se
jugará en menos de dos meses, cuando comience la nueva temporada, si no se sabe
quién es el presidente de la AFA por disputas internas y la FIFA deberá tomar
parte en la semana próxima, entonces debe plantearse seriamente en cuánto ayuda
a que se consigan títulos.
El problema no parece ser de Messi, Agüero o
Higuaín. Todos ellos, y el resto de los jugadores albicelestes, son estrellas
en sus equipos.
Entonces, es el momento de tratar de ser
introspectivos, pensar, parar la pelota y cambiar una filosofía negativa que
comenzó hace muchos años.
Para Chile, es el momento de la mayor felicidad
futbolística de su historia.
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