Con el paso del tiempo, no coincidimos en el momento
exacto en el que nos conocimos. Lo cierto es que el azar, tan caprichoso,
determinó que un día, antes de que comenzara a jugarse el Mundial 1986,
conociera a Luis Blanco. Fue, creo yo, en el Centro de Prensa del Hotel
Presidente Chapultepec y a metros de nosotros, César Luis Menotti daba a
conocer sus candidatos a ganar la Copa y Argentina no estaba entre ellos.
Con Luis compartimos momentos que uno atesorará
mientras viva, por todo lo que significó que para ambos, ese haya sido el
primer Mundial, que la selección argentina lo acabara ganando y con un Maradona
imperial, y porque quien esto escribe era un muchacho muy joven, con las
típicas veleidades de la clase media porteña, con la falta de paciencia,
rozando la intolerancia.
Luis, unos años mayor aunque muy joven también, ya
era padre de familia y a quien uno vio sufrir en el Día del Padre por estar
lejos de los suyos, al punto de plantearse seriamente regresar a Las Parejas,
su ciudad.
Silenciosamente, con el ejemplo diario, con sus
opiniones abiertas, con su don de gentes, con esa cultura no declamada sino
adquirida con el interés, la curiosidad, la duda y el permanente intercambio
con la realidad, fuimos aprendiendo cosas y especialmente, fuimos queriendo
cada vez más al amigo hasta convertirse en un hermano de la vida.
Con Luis aprendimos del cancionero latinoamericano,
pero especialmente, y nos quedó para siempre, que los pueblos tienen
características, no virtudes o defectos. Y que el camino por la rectitud es
posible, aún en una ciudad chica, y con los dirigentes demasiado cerca.
Compartimos alegrías, enojos, discusiones fuertes,
desayunos en Guadalajara con el maestro Joao Saldanha, diálogos increíbles con
Diego Lucero, Juan de Biase y tantos periodistas de primer nivel, cantamos y
viajamos juntos, nos sentamos en la mesa de Lineker y Butcher, gracias a un
enigmático colega israelí.
Y también nos emocionamos hasta las lágrimas cuando
el árbitro dio por terminada la final ante Alemania en el Azteca y este
jovencito, con barba incipiente, se quebró
por fin, para retomar la calma y seguir con su trabajo.
Ya luego llegaron otras vivencias, Juegos Olímpicos
–como cuando en Seúl bajamos tras los 100 metros llanos, porque sospechábamos
que algo había sucedido tras el triufo de Ben Johnson-, otros Mundiales, muchas
visitas a Las Parejas, y una amistad que continúa y que me genere este
agradecimiento a la vida por haber tenido tanta fortuna por haber conocido a una
persona con los valores de Luis.
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