Ninguno de los que estábamos acreditados en el
Mundial de México suponíamos que nos cambiaría tanto la vida la devaluación del
peso mexicano. La medida, que se tomó durante el gobierno de Miguel de la
Madrid, que se encontraba en la mitad de su mandato, determinó que nuestra
estadía fuera mucho más llevadera.
Lo que antes se proyectaba como algunos pocos viajes
en taxi y muchos en transporte público, en “peseros” o “camiones”, pasó a una
comodidad mucho mayor en el transporte. Y si la idea era ir a algún partido de
Brasil en Guadalajara, ahora se había transformado en aviones para cada
encuentro de la fase de grupos, y en el propio centro de prensa teníamos stands
de las compañías Mexicana y Aeroméxico, que competían por las tarifas.
Esta nueva situación nos facilitó una oferta que le
hicimos al taxista que tomamos en uno de los primeros días. Habíamos pasado una
jornada agradable, y nos planteamos, los que terminamos integrando un grupo
inolvidable, hacerle una oferta “imposible de rechazar”.
El humilde taxista, que se nos presentó como “Don
Alejo Fonseca Pastrana, pa’ servirle”, se sorprendió. Incluso no entendió la primera idea. Le habíamos
preguntado cuánto sacaba por la jornada total y cuando nos dio un valor
estimativo, le ofrecimos muchísimo más pero pensó que eso le implicaría perder
su trabajo por un mes. Luego entendió y acabó aceptando.
Los viajes en el destartalado taxi de Don Alejo, por
todo México DF, se proyectaron a Puebla, para ir a los partidos de Argentina
ante Italia y Uruguay, Querétaro y toda ciudad cercana a la que pudiéramos
acceder con el esforzado vehículo.
La hermosa rutina consistía en que Don Alejo, bajito
y con bigotes, unos cuarenta y pico de años, acaso cincuenta disimulados, nos
fuera a buscar al hotel y se sentara a compartir el desayuno, aunque siempre
nos rechazaba primero diciendo que ya lo había tomado en su casa, pero luego
accedía a acompañarnos.
Luego subíamos al coche aunque siempre teniendo que
esperar a que un demasiado tranquilo Gabriel Pedula acabara de atarse los
cordones de los zapatos con total parsimonia.
Gabriel se sumaba al asiento de atrás junto al amigo
Luis Blanco, de Las Parejas, que merece un capítulo aparte (sino más), y quien
esto escribe, y al lado del compañero chofer, infaltable, se sentaba otro
personaje memorable, don Juan Bautista Scursoni, ex futbolista amateur y ex deportista
de once disciplinas diferentes, de 86 años en ese momento.
Scursoni había levantado la mano desesperado en una
conferencia de prensa de Havelange porque unas preguntas antes, Diego Lucero se
había presentado como “el decano de los periodistas acreditados”. Cuando le
dieron la palabra a Juan, dijo que sólo quería aclarar que era él el decano “por
unos meses de diferencia”.
Al terminar el sufrido partido contra Uruguay, por los
octavos de final y cuando el cielo se cerraba amenazante al mismo tiempo que los
celestes arremetían por el empate con la dupla Rubén Paz-Enzo Francéscoli,
dimos toda la vuelta al estadio porque en una ráfaga, se nos había perdido
Juan, y no podíamos volver al taxi sin él.
Resignados, sin encontrarlo, decidimos regresar (en
tiempos sin teléfono celular) para avisarle a Don Alejo lo que estaba
ocurriendo pero para nuestra sorpresa, Juan estaba parado junto a él y muy
enojado nos preguntó “¿Dónde se habían metido que los estamos esperando para
irnos?”.
Aquellos viajes en el taxi de Don Alejo reflejaban
una alegría natural. Luis Blanco, afecto siempre a conocer la cultura de cada
lugar, se animó (por suerte) a preguntarle si conocía una determinada canción,
la tarareó con una voz demasiado buena para ser aficionada, y el taxista lo
siguió. Acabamos haciendo coro los cuatro, “con dinero o sin dinero, hago
siempre lo que quieroooooo, y mi palabra es la leeeeyyyy”, y así pasamos a lo
que cada día sería un pot pourri de canciones lugareñas hasta descubrir, claro,
que Luis era mucho más que un simple cantante (luego descubriría en su casa,
años más tarde, sus fotos con Mercedes Sosa y tantos otros).
Aquellos viajes con Don Alejo traen a este cronista
recuerdos de momentos hermosos, y de los otros, como cuando llegamos cerca de
Neza y encontramos aquel muro vergonzoso que habían colocado para que no
pudiéramos ver la pobreza que había del otro lado.
Más tarde, en ese mismo viaje, tuvimos la
posibilidad de alquilar un coche, que nos daba una mayor comodidad, pero jamás
fue lo mismo que el taxi destartalado de Don Alejo Fonseca Pastrana pa’servirle.
1 comentario:
Leyendo este relato me vino a la memoria mi tío Don Scursoni, me imagino la paciencia de Uds para semejante viaje al lado de semejante personaje, historia viviente del deporte Argentino, un tipo fuera de serie, un hincha pelotas sin igual, pero que tengo muy presente en mis recuerdos y anécdotas
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