El centro de prensa del Mundial 1986 se encontraba
en el lujoso hotel Presidente Chapultepec, en el hermoso barrio de Polanco,
emplazado en una muy bella zona de la capital mexicana.
Polanco, al contrario de otros barrios (allí les
dicen “colonias”), no parecía haber sufrido demasiado, el año anterior, el
terremoto que había devastado buena parte de la ciudad y todo estaba armado
para que los periodistas y los turistas de la zona tuvieran una imagen
diferente, casi europea.
En la esquina del centro de prensa, a poco de
llegar, descubrimos un restaurante llamado “Mi Viejo”, que con ese nombre,
lógicamente, enseguida nos remitió a nuestro país, y no nos equivocamos, aunque
con un agregado importante: el dueño del lugar no era otro que un ex
futbolista, Eduardo Cremasco, que además, como Carlos Bilardo, el director
técnico de la selección argentina en este Mundial, había jugado en Estudiantes
de La Plata.
Cremasco estaba acompañado de Jorge Paolino, un muy
buen marcador central de los años setenta en Racing Club y en Huracán, quien
también trabajaba en “Mi Viejo”, donde se podían degustar empanadas fritas bien
criollas, y carne de la mejor.
“Mi Viejo” se convirtió en una linda costumbre casi
diaria, donde encontrábamos un rincón de argentinidad y se podía charlar de
fútbol con los dueños y con los ilustres visitantes como Alfio Basile, Reinaldo
Merlo o el “Bambino” Héctor Veira.
También habíamos conocido, y viajado en coche hacia
allí, el restaurante de otro argentino, Malazzo, ex jugador de River de los
años cincuenta, pero la ubicación, en otro barrio, hacñía más compleja la
asiduidad.
El 29 de junio, tras el enorme desgaste físico y
psíquico que significó aquella final ganada ante Alemania 3-2, “Mi Viejo” se
había transformado en un destino lógico de los festejos albicelestes.
Con el entrañable colega y amigo Luis Blanco,
decidimos acercarnos también, para sumarnos a los festejos (y de paso, deglutir
algo, famélicos por horas y horas de trabajo) cuando nos pareció sentir que
alguien desde lejos gritaba su nombre.
“¡Luis….Luis….Luiiiiis!”…el grito se acercaba a
nuestros oídos, sin que creyéramos, por varios segundos, que la voz se dirigía
hacia nuestro lado. Cuando por fin nos dimos vuelta, asomaba desde la ventana
de un micro una parte del cuerpo de Jorge Valdano, de la ciudad de Las Parejas
como Luis Blanco, que levantaba el pulgar en el festejo.
Ese pulgar en alto tiene una historia. Valdano le
había prometido a Luis, en la concentración argentina de “Las Águilas” del
América, que el día de la final, a la hora de los himnos, levantaría un pulgar
y que sería para él.
Luis vio que efectivamente Valdano levantaba el
pulgar en el momento del himno argentino, pero todo el día había pensado que no
podía ser para él, con tanta gente que pudiera ser destinataria de ese saludo.
Pero la esquina de “Mi Viejo” sería testigo de que
Valdano se había acordado de Luis. Y de uno de los momentos más felices que uno recuerda.
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