En el primer Mundial de este cronista, siendo muy
joven, se planteó el primer problema a la llegada a México DF: Cómo llegar a la
concentración de Las Aguilas del América, donde estaría emplazada la
concentración argentina.
La selección albiceleste era la que primero había
llegado al Mundial y lo que se dijo desde ese momento es que como era la
primera en llegar, sería la última en irse. Ese lema prendería a todos los
jugadores como un reaseguro, después de haberse ido desde el aeropuerto de
Ezeiza con la despedida de unos pocos familiares.
Carlos Bilardo, con viveza aunque sin un criterio
futbolístico definido, había apostado por el ex arquero de Rosario Central,
Héctor Miguel Zelada, como tercero en la posición detrás de Nery Pumpido y Luis
islas, mucho más por ser el guardameta del América que por sus dotes técnicas.
Era una manera de no tener en contra al público y acaso conseguir cierto mínimo
aliento, teniendo en cuenta que nunca una selección argentina generó simpatías
en México.
Así fue. Bilardo había conseguido esta concentración
ayudado por el “Zurdo” Miguel Angel López, un ex defensor de River y del
Independiente copero de los setenta, y ni bien supo los derroteros decididos
desde el sorteo de diciembre de 1985, se decidió por este cómodo pero sencillo
lugar.
A la concentración del América aprendimos a llegar
desde una primera ayuda de un primo, que azarosamente vivía en esta ciudad, y
luego, ya con “Don Alejo” y su taxi, junto a Blanco, Pedula y Scursoni, se
convirtió en rutina.
En comparación a los lujos de este tiempo, la
concentración del América era simple, con las mínimas comodidades. Canchas para
entrenamiento, habitaciones sin grandes detalles y control en la puerta de
acceso, pero sin demasiada rigurosidad.
Nos apostábamos todos en la entrada, al aire libre,
luego de llegar por una avenida y doblar a la derecha hacia una callecita
angosta, ya dentro de una enorme zona parquizada. Y allí esperábamos hasta que
se nos diera la orden de entrar. El jefe de Prensa era el veterano Washington
Rivera, aquel de la Cabalgata Deportiva Gilette.
Alguna vez, mientras esperábamos para entrar, alguno
intentó jugar algún picadito, hasta que nos dimos cuenta que nuestra agitación
era producto de la altura, y todo quedó en buenas intenciones.
Eran otros tiempos y una vez que nos dejaban pasar
al predio, era posible hablar mano a mano con los jugadores, Maradona incluído,
aunque el “diez” fue accesible hasta que sus actuaciones lo convirtieron en
estrella y se hizo casi inabordable hasta para los que lo tratábamos desde
antes.
Juan Presta, el colega y amigo, estaba encargado por
el diario “Tiempo Argentino”, el correspondiente a aquella etapa, de escribir
una columna con la anuencia de Diego, y más de una vez solíamos preguntarle
alguna novedad a él mismo.
Una anécdota que pintaba de cuerpo entero lo que
pasaba con algunos jugadores de la selección argentina ocurrió ya antes de la semifinal.
Observábamos desde el alambrado un partidito entre titulares y suplentes. De
nuestro lado, atacaban los suplentes. En un momento, pase de Bochini a Almirón
justo a donde nos encontrábamos, pero el wing de Newell’s no llegó y la pelota
se fue al lateral para los titulares.
Mientras los suplentes se retrasaban en la cancha,
un Bochini que ya dialogaba con nosotros en Buenos Aires, mira para nuestro
lado y se queja: “¡Con estos troncos no se puede jugar, viejo!”
También en esa concentración vimos de cerca cómo
Maradona se pasó al otro lado de la valla que separaba la cancha del
entrenamiento. Todos quisimos seguirlo cuando nos dimos cuenta de que nadie
podía seguir sus pasos. Tal vez fue el momento clave para darnos cuenta de su
tremendo estado físico.
Nos tocó, en una oportunidad, pedirle permiso a
Rivera para acercarnos a la mitad de la cancha al final de un entrenamiento
para pedirle algún consejo al doctor Raúl Madero (un caballero, que hablaba
varios idiomas y tocaba muy bien el piano), cuando nos quedamos afónicos. Nos salvó de un buen obstáculo, máxime en
nuestro caso, que teníamos que salir al aire en una radio.
1 comentario:
Qué falta de respeto a H.Zelada ,"...más por pertenecer al América que por sus dotes técnicas..." No tenía nada qué envidiarle a Islas (con Pumpido no me meto). Tema aparte que no hayas conocido su trayectoria de Zelada en México, pero Bilardo no le hizo ningún favor amigo.
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