martes, 11 de abril de 2017

El camino a la eliminación del Mundial de México 1970


Este es el extracto de mi libro "AFA, el fútbol pasa, los negocios quedan", que se refiere al camino hacia el Mundial de México 1970, el único que la selección argentina no jugó por no clasificarse en el campo de juego. Notarán, salvando las distancias temporales y de contexto, cuántos parecidos que hay con la actualidad aunque hayan pasado 48 años. Comprende desde la página 135 a la 142.



Valentín Suárez, un “adelantado”, y Ramos Ruiz, un estudioso
A esta altura, el modelo de la intervención en la AFA no parecía lograr nin­gún efecto positivo. No podía frenar la violencia, en considerable aumen­to, y tampoco sanear la economía de los clubes.
El interventor saliente, Valentín Suárez, pedía que “alguna vez en el sillón de Rivadavia se [sentara] alguien que haya pateado bien en su vida una pelota de fútbol. Así nos comprenderá mejor y verá la importancia que el fútbol tiene en el proceso diario”,  adelantándose a los tiempos. La AFA ya se encontraría con algunos presidentes de estas características.
Es que Suárez fue un dirigente que dejó una marca, en el sentido de que trató de influir en la “función social que (supuestamente) cumple el fútbol” para que la sociedad acabara de comprender la tremenda impor­tancia que (supuestamente) tiene, para lo cual necesitaba de la inmediata colaboración de la prensa deportiva, para que ella también se sumara al discurso. “Así estarán logrados los respaldos legislativos necesarios para que el fútbol siga estafando lícitamente a la sociedad y quede como el único moroso impune ante el Estado.”
En este contexto, Suárez llegó a pretender que “hasta los periodistas de­ben entrar dentro de esta organización”. Con el tiempo, Julio Grondona lo conseguiría, con la conformación de un periodismo oficial, una suerte de un “Estado dentro del Estado” dentro de la AFA en los años noventa.
    El propio Suárez, al retirarse de la intervención en la AFA, le propuso a Onganía que su sucesor fuera Armando Ramos Ruiz, un estudioso de las estructuras del fútbol. “Suárez me propuso a Onganía y me impuso frente a otros candidatos de personas con influencia ante los poderes oficiales.            Onganía no me conocía, pero tenía un profundo respeto por el interventor. Tanto, que en el acto de mi presentación hizo su último esfuerzo para que depusiera su actitud de renuncia”, recuerda el propio Ramos Ruiz.
Ramos Ruiz había sido un cercano colaborador de Suárez como secreta­rio de Asuntos Internacionales de la AFA. Representaba a Sportivo Barracas y también había sido dirigente de Racing. Además, tuvo varios cargos en la administración pública y en empresas estatales. Durante su intervención, buscó hacer más prolija la economía de los clubes, para lo cual también propendió a bajar la cantidad de equipos en la Primera División, con la idea de que un alto número de participantes contribuía a disminuir la cali­dad de los torneos. Pero fundamentalmente se trató de un interventor que había estudiado la economía de los clubes con rigor desde los orígenes del profesionalismo.
La reducción de equipos en Primera generó toda una reacción en con­tra. Ramos Ruiz insistió en que, contra la idea de que el proceso del pro­fesionalismo sufría por la distorsión de los gastos exagerados, “tuve que demostrar la inconsistencia de este concepto, para lo cual me aboqué per­sonalmente a un análisis de cifras comparadas entre 1931 y 1968, para probar lo contrario, aunque era difícil porque se trataba de cotejar cifras incomparables dada la diferencia de valor entre la moneda corriente de 1931 con el de 1968, pero no imposible”.
Lo que hizo Ramos Ruiz fue tomar la relación promedio de los “gastos de fútbol” respecto de los “ingresos por cuotas sociales y recaudaciones” en los cinco equipos grandes. Por “gastos de fútbol”, tomó sueldos, primas y premios en los jugadores. Esto dio un 22% en 1931 y un 55% en 1968. Este incremento era lógico por el profesionalismo, y cada vez quedaba menos a los clubes para atender el resto de cuestiones institucionales. Tam­bién relacionó los “gastos de fútbol” con los “egresos totales”, lo que dio un 28% en 1931 contra un 33% en 1968, o sea que solo había aumentado un 5% en 40 años, lo que significaba que el fútbol no había gravitado sobre la economía de las instituciones.
Lo que quiso significar Ramos Ruiz fue que el mayor problema de los clubes era el de la distribución de los ingresos y cómo incrementarlos “mediante nuevas estructuras y nuevas decisiones”, como la de reducir los clubes de Primera A para posibilitar la ampliación del espectro nacional con la incorporación de plazas que el Campeonato Nacional demostra­ba como económicamente aptas. Esto comenzaría en el Metropolitano de 1969, pero reconocía que “ya estaban las bases echadas que intentaban provocar mi renuncia a pedido de la autoridad nacional”. Y se concre­taría a cinco días de que la Selección Argentina partiera a La Paz para prepararse para comenzar la clasificación al Mundial de México de 1970. Varios dirigentes habían acudido a la Casa Rosada a ver a Onganía para manifestarle su preocupación por la posibilidad de que la Selección no se clasificara por la supuesta mala conducción de Humberto Maschio. “Creí convencer al presidente, expresándole en una última conversación que la dirección del equipo no constituía problema alguno, porque Maschio esta­ría acompañado por dos técnicos de indudable predicamento y experiencia como Brandao y Zubeldía”, se lamentaba. El propio Ramos Ruiz reflexio­nó que “si no se había dado a publicidad el dispositivo, fue obedeciendo al pedido de los interesados y para no provocar en Maschio una inquietud de disminución en su propia capacidad”. Pero Onganía lo desplazó cinco días más tarde. Volvería al fútbol para ser presidente de Racing entre di­ciembre de 1970 y agosto de 1971.
Ya en esta época, Ramos Ruiz tuvo que cancelar, “frente a las dificulta­des de pago del canal oficial”, las transmisiones de los partidos de los lunes y los de Primera B, “que ya comenzaban a saturar el mercado, sin beneficio compensado. A más no pude llegar, porque la AFA necesitaba del recurso financiero del contrato televisivo para atender su propio presupuesto, y no era tiempo de volver a la situación anterior, en la que los clubes afiliados lo financiaran, debido al estado económico institucional”. También redujo la cantidad de equipos en Primera, que es coherente con su postura histó­rica al respecto. En cuanto al partido de los domingos, renovó contrato con la tv aumentando el cachet a 9.000.000 de pesos por partido, que incluía un porcentaje para los actores del espectáculo.
Como se puede observar, los hechos actuales en la AFA son demasiado parecidos a los de aquel tiempo, aunque, claro, cada uno en su respectivo contexto. Por cierto, aquel estudio presentado por Ramos Ruiz nunca más fue mencionado ni tomado en cuenta, salvo por alguna rara avis sin peso en la política del fútbol.
En 1968, Ramos Ruiz, como interventor de la AFA, acordó con João Havelange (en ese entonces, presidente de la Confederación Brasileña de Deportes), en consonancia con la misma idea en el fútbol argentino, reducir a un equipo por país la participación en la Copa Libertadores, para que hubiera otra Copa de Ganadores de Copa (como la Recopa europea), con el fin de generar otra Intercontinental paralela. Pero Paraguay se opu­so y no prosperó. De todos modos, se complicó la participación de Vélez y River (primero y segundo de 1968) en la Libertadores de 1969, por la falta de calendario debido a la preparación de la Selección Argentina para el grupo clasificatorio para el Mundial de 1970. Havelange se mantuvo en la no participación de equipos brasileños, y solo siguió Estudiantes, que llegaba como campeón de América del año anterior. Un congreso siguiente de la Conmebol, entonces, propuso jugar la Copa de Campeones de Copa, a la que asistió Atlanta como subcampeón de la Copa Argentina, pero el torneo no tuvo el éxito esperado y no se repitió. Atlanta había ido a jugar a Bolivia con un equipo integrado por juveniles de la Tercera división. De allí en más, la Libertadores se siguió jugando con los dos primeros por país, tal como desde 1966.
Sir Stanley Rous, presidente de la FIFA por entonces, llegó a plantear, ante la negativa de los clubes europeos de jugar la Intercontinental por fechas y la violencia por parte de los equipos sudamericanos en cada en­frentamiento con sus pares del Viejo Continente, un torneo de campeones de los cinco continentes (lo que hoy es el Mundial de Clubes), pero se encontró con la oposición de la Unión de Asociaciones Europeas de Fútbol (UEFA, por sus siglas en inglés).
La pelea de Ramos Ruiz era complicada en esos tiempos. Partía de la creencia de que era tarea de los dirigentes argentinos promover cambios y más competencias internacionales, porque Uruguay ya estaba conforme con sus dos equipos en la Libertadores desde que se agregó un segundo club por país en 1966, y Brasil era tricampeón mundial y tenía ingresos importantes con su Selección, y esa era su prioridad en este tiempo, y no los clubes.
Desplazado Ramos Ruiz, y antes de comenzar la clasificación para el Mundial de México de 1970, Onganía aprovechó para destituir también al director técnico de la Selección, Maschio. Invitó a comer a los jugadores a la quinta presidencial y los arengó: había que clasificarse al Mundial. No podían fallar luego de toda la campaña nacionalista armada tras el regreso de la Selección del Mundial anterior y con el interés creciente que iba to­mando el fútbol en plena dictadura.
     Ramos Ruiz fue reemplazado, justo antes de comenzar el grupo clasi­ficatorio para el Mundial de 1970, por Aldo Porri, dirigente de Chacarita Juniors, que se había consagrado campeón metropolitano en 1969. Porri había sido consejero suplente (1961), consejero titular (1962 y 1963) y se­cretario de la AFA (1964), y luego fue asesor de Valentín Suárez y de Ramos Ruiz, es decir que provenía de la misma corriente de opinión. Se manifestó continuador de Suárez, aunque el vínculo con Ramos Ruiz había queda­do deteriorado. Porri, quien era síndico de diversas empresas, fue quien contrató a último momento a Adolfo Pedernera para que asumiera como director técnico y a Raúl D’Onofrio como secretario técnico.
El Mundial de México de 1970, la falta de horizonte y el negocio
El grupo clasificatorio para el Mundial parecía accesible, ante las seleccio­nes de Bolivia y Perú. Pero el equipo argentino, rodeado de improvisacio­nes y cambios de todo tipo a poco de comenzar la liguilla, cayó tanto en La Paz como en Lima, venció a Bolivia a duras penas en Buenos Aires y, en el partido decisivo, no pudo pasar del empate ante los peruanos, que por el contrario estaban ante una de las mejores generaciones de futbolistas de su historia.
Por primera vez, la Selección Argentina se quedaba fuera de un Mun­dial no por voluntad propia, sino obligada por una derrota futbolística. El fútbol argentino había tocado fondo, y la dirigencia también. Aún peor que en el Mundial de Suecia, al que al menos se había llegado luego de años de aislamiento internacional, en este caso no se conseguía ni siquiera llegar a jugar el campeonato, si bien la prensa, acaso por no chocar contra Onganía e inmersa ya en el sistema mismo de los grandes negocios, manejó las críticas con sordina, y la situación se atenuó.
Ramos Ruiz, el interventor saliente, ensayó una explicación clara para lo que ocurrió, insistiendo en que la Selección Argentina no llegó al Mun­dial de México no porque se hubiera cambiado al interventor y al dt, sino porque se decidió el cambio de la conducción médica, que era propia de la afa, fundamental en esos dos partidos iniciales, que contaba con el aval de toda una experiencia práctica. Esa fue la improvisación máxima en el fútbol argentino de todos los tiempos, pasándose por alto, al expresar este concepto, las alternativas que las nuevas autoridades debieron afrontar para el nombramiento del nuevo dt, luego de que Zubeldía y (Pedro) Dellacha no aceptaran las proposiciones consiguientes. Fue tal la impro­visación, que el seleccionado, después del primer partido en La Paz, y en todo el período de la concentración prevista que durara hasta el último partido de la serie, apenas si pudo entrenarse con la intensidad normal, toda vez que la acentuada baja de peso de los jugadores exigía una dosifi­cación del adiestramiento.
Obsérvese que Ramos Ruiz no se refiere a una cuestión del juego, sino a esos “detalles” que siempre perjudicaron a cualquier Selección Argentina. La falta de cuidado en la planificación y en la organización y las malas de­cisiones son resorte de las dirigencias, que nunca supieron estar a la altura de los acontecimientos.
Los goles del peruano Oswaldo “Cachito” Ramírez en la Bombonera el 31 de agosto de 1969 acabaron siendo todo un símbolo de uno de los días (acaso el día) más frustrante de la historia del fútbol argentino desde lo deportivo.
Tras la dura eliminación, otro gran periodista, Osvaldo Ardizzone, señala­ba en la revista El Gráfico: “Creo que nuestra Selección no podía ganar nunca ese partido. Porque Perú era un equipo, mientras nosotros por momentos fuimos Marcos, por momentos fuimos Rendo […] De la misma manera y en la misma proporción, mientras nosotros atacábamos con más frecuencia, con más propiedad de pelota y de terreno, ellos llegaban más cerca del gol […] es que cuando uno sabe lo que quiere y está convencido de lo que puede hacer, lo hace. Ese fue Perú. En cambio, Argentina fue la contrafigura”.
Porri solo estuvo dos meses en la AFA, justo en el momento de la eli­minación ante Perú. Pidió una licencia de un mes, aduciendo problemas de salud, y fue reemplazado por Oscar Leopoldo Ferrari, dirigente de Es­tudiantes designado interventor interino. Luego, se mantuvo en el cargo cuando Porri renunció definitivamente. Había sido vocal del Tribunal de Penas entre 1961 y 1963 y consejero suplente en 1965. Su relación con Ramos Ruiz y con Suárez era la misma que la de su antecesor y, al cumplir su segundo mes de interinato, fue relevado por el Gobierno pero volvió en 1973 con Baldomero Gigán como interventor en el cargo de secretario general de la AFA y representante de la entidad ante el Comité Organizador del Mundial de 1978.
Onganía terminó decepcionado con todo el fútbol y se dispuso a un cambio drástico en la conducción de la AFA de allí en más. Se sentía traicio­nado por la dirigencia de la AFA y entendió que se necesitaba una conduc­ción con gente externa al ambiente.
La eliminación del Mundial fue la gota que rebalsó el vaso, pero no fue lo único: no solo veía una total improvisación, sino que sentía que no le habían pagado lo suficiente por todo el apoyo que había dado a los clubes en asuntos de violencia, como aquel bochornoso partido entre Estudiantes de La Plata y el Milan, en la Bombonera por la Copa Intercontinental de 1969. Decidió entonces la designación de un nuevo interventor y recu­rrió a un hombre de su confianza, Juan Martín Oneto Gaona, abogado e industrial formado en el Colegio Champagnat y en la Universidad de Oxford. Ni bien asumió, Oneto Gaona dijo públicamente que desconocía sobre fútbol, en otra muestra del delirio de la clase dirigente: al fútbol na­cional lo maneja alguien… que no conoce de fútbol.
Oneto Gaona era también caballero de la Orden de Malta y había pre­sidido la Unión Industrial Argentina (UIA) entre 1961 y 1967. Buscó afir­marse en lo que sí sabía, el mundo de la empresa, y se refirió entonces a un nuevo modelo: “El fútbol nacional organizado como empresa”. Una sentencia suya sobre la situación de la AFA dejaba las cosas en claro: “Jugar en Primera División obliga a un status que no todos pueden aguantar. Es como el individuo que sin ser rico quiere aparentar serlo y al cuar­to mes anda entre la gente rica: o explota o desciende de categoría”. Pero esta definición iba acompañada por otra de pretensión estética: “La única intención es que ni melenudos ni patilludos ni porrudos integren el seleccionado”. Dejó un consenso favorable a su salida por su buena administración, que se basó en un intento de retomar cierta cordura en el manejo de la economía de los clubes, algo que ya parecía una utopía: las deudas parecían imposibles de afrontar. Para 1970, los clubes debían 2.000 millones de pesos al Estado.
El fútbol argentino trataba de salir de una profunda depresión: tenía deudas enormes; estaba intervenido por el Estado desde hacía cuatro años; había dos torneos anuales que ya comenzaban a consagrar campeones a equipos de clase media, como Estudiantes, Vélez Sarsfield y Chacarita Ju­niors, mientras que asomaba Rosario Central a las posiciones de poder; River Plate ya acumulaba 14 años sin un título, pese a que en cada co­mienzo de temporada gastaba fortunas para cambiar su presente. Pero no alcanzaban ni los nuevos torneos nacionales, para acercar a los clubes del interior (aunque la afa seguía siendo tan centralista como siempre), ni el aumento de los fondos de la TV estatal de Canal 7 a cambio de más fre­cuencia de partidos. La AFA dependía como nunca del Estado y ni siquiera de este modo lograba salir de su eterna problemática, que retornaba cada tanto tiempo como un disco rayado, aunque con inconvenientes cada vez más profundos.




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