Este es el extracto de mi libro "AFA, el fútbol pasa, los negocios quedan", que se refiere al camino hacia el Mundial de México 1970, el único que la selección argentina no jugó por no clasificarse en el campo de juego. Notarán, salvando las distancias temporales y de contexto, cuántos parecidos que hay con la actualidad aunque hayan pasado 48 años. Comprende desde la página 135 a la 142.
Valentín Suárez, un “adelantado”,
y Ramos Ruiz, un estudioso
A esta altura, el modelo de la
intervención en la AFA no parecía lograr ningún efecto positivo. No podía
frenar la violencia, en considerable aumento, y tampoco sanear la economía de
los clubes.
El interventor
saliente, Valentín Suárez, pedía que “alguna vez en el sillón de Rivadavia se
[sentara] alguien que haya pateado bien en su vida una pelota de fútbol. Así
nos comprenderá mejor y verá la importancia que el fútbol tiene en el proceso
diario”, adelantándose a los tiempos. La AFA
ya se encontraría con algunos presidentes de estas características.
Es que Suárez
fue un dirigente que dejó una marca, en el sentido de que trató de influir en
la “función social que (supuestamente) cumple el fútbol” para que la sociedad
acabara de comprender la tremenda importancia que (supuestamente) tiene, para
lo cual necesitaba de la inmediata colaboración de la prensa deportiva, para
que ella también se sumara al discurso. “Así estarán logrados los respaldos
legislativos necesarios para que el fútbol siga estafando lícitamente a la
sociedad y quede como el único moroso impune ante el Estado.”
En este
contexto, Suárez llegó a pretender que “hasta los periodistas deben entrar
dentro de esta organización”. Con el tiempo, Julio Grondona lo conseguiría,
con la conformación de un periodismo oficial, una suerte de un “Estado dentro
del Estado” dentro de la AFA en los años noventa.
El propio Suárez, al retirarse de la
intervención en la AFA, le propuso a Onganía que su sucesor fuera Armando Ramos
Ruiz, un estudioso de las estructuras del fútbol. “Suárez me propuso a Onganía
y me impuso frente a otros candidatos de personas con influencia ante los
poderes oficiales. Onganía no
me conocía, pero tenía un profundo respeto por el interventor. Tanto, que en el
acto de mi presentación hizo su último esfuerzo para que depusiera su actitud
de renuncia”, recuerda el propio Ramos Ruiz.
Ramos
Ruiz había sido un cercano colaborador de Suárez como secretario de Asuntos
Internacionales de la AFA. Representaba a Sportivo Barracas y también había
sido dirigente de Racing. Además, tuvo varios cargos en la administración
pública y en empresas estatales. Durante su intervención, buscó hacer más
prolija la economía de los clubes, para lo cual también propendió a bajar la
cantidad de equipos en la Primera División, con la idea de que un alto número
de participantes contribuía a disminuir la calidad de los torneos. Pero
fundamentalmente se trató de un interventor que había estudiado la economía de
los clubes con rigor desde los orígenes del profesionalismo.
La
reducción de equipos en Primera generó toda una reacción en contra. Ramos Ruiz
insistió en que, contra la idea de que el proceso del profesionalismo sufría
por la distorsión de los gastos exagerados, “tuve que demostrar la
inconsistencia de este concepto, para lo cual me aboqué personalmente a un
análisis de cifras comparadas entre 1931 y 1968, para probar lo contrario,
aunque era difícil porque se trataba de cotejar cifras incomparables dada la
diferencia de valor entre la moneda corriente de 1931 con el de 1968, pero no
imposible”.
Lo
que hizo Ramos Ruiz fue tomar la relación promedio de los “gastos de fútbol”
respecto de los “ingresos por cuotas sociales y recaudaciones” en los cinco
equipos grandes. Por “gastos de fútbol”, tomó sueldos, primas y premios en los
jugadores. Esto dio un 22% en 1931 y un 55% en 1968. Este incremento era lógico
por el profesionalismo, y cada vez quedaba menos a los clubes para atender el
resto de cuestiones institucionales. También relacionó los “gastos de fútbol”
con los “egresos totales”, lo que dio un 28% en 1931 contra un 33% en 1968, o
sea que solo había aumentado un 5% en 40 años, lo que significaba que el fútbol
no había gravitado sobre la economía de las instituciones.
Lo
que quiso significar Ramos Ruiz fue que el mayor problema de los clubes era el
de la distribución de los ingresos y cómo incrementarlos “mediante nuevas
estructuras y nuevas decisiones”, como la de reducir los clubes de Primera A
para posibilitar la ampliación del espectro nacional con la incorporación de
plazas que el Campeonato Nacional demostraba como económicamente aptas. Esto
comenzaría en el Metropolitano de 1969, pero reconocía que “ya estaban las
bases echadas que intentaban provocar mi renuncia a pedido de la autoridad
nacional”. Y se concretaría a cinco días de que la Selección Argentina
partiera a La Paz para prepararse para comenzar la clasificación al Mundial de
México de 1970. Varios dirigentes habían acudido a la Casa Rosada a ver a
Onganía para manifestarle su preocupación por la posibilidad de que la
Selección no se clasificara por la supuesta mala conducción de Humberto
Maschio. “Creí convencer al presidente, expresándole en una última conversación
que la dirección del equipo no constituía problema alguno, porque Maschio estaría
acompañado por dos técnicos de indudable predicamento y experiencia como
Brandao y Zubeldía”, se lamentaba. El propio Ramos Ruiz reflexionó que “si no
se había dado a publicidad el dispositivo, fue obedeciendo al pedido de los
interesados y para no provocar en Maschio una inquietud de disminución en su
propia capacidad”. Pero Onganía lo desplazó cinco días más tarde. Volvería al
fútbol para ser presidente de Racing entre diciembre de 1970 y agosto de 1971.
Ya
en esta época, Ramos Ruiz tuvo que cancelar, “frente a las dificultades de
pago del canal oficial”, las transmisiones de los partidos de los lunes y los
de Primera B, “que ya comenzaban a saturar el mercado, sin beneficio
compensado. A más no pude llegar, porque la AFA necesitaba del recurso
financiero del contrato televisivo para atender su propio presupuesto, y no era
tiempo de volver a la situación anterior, en la que los clubes afiliados lo
financiaran, debido al estado económico institucional”. También redujo la
cantidad de equipos en Primera, que es coherente con su postura histórica al
respecto. En cuanto al partido de los domingos, renovó contrato con la tv aumentando
el cachet a 9.000.000 de pesos por partido, que incluía un porcentaje para los
actores del espectáculo.
Como
se puede observar, los hechos actuales en la AFA son demasiado parecidos a los
de aquel tiempo, aunque, claro, cada uno en su respectivo contexto. Por cierto,
aquel estudio presentado por Ramos Ruiz nunca más fue mencionado ni tomado en
cuenta, salvo por alguna rara avis sin peso en la política del fútbol.
En
1968, Ramos Ruiz, como interventor de la AFA, acordó con João Havelange (en ese
entonces, presidente de la Confederación Brasileña de Deportes), en consonancia
con la misma idea en el fútbol argentino, reducir a un equipo por país la
participación en la Copa Libertadores, para que hubiera otra Copa de Ganadores
de Copa (como la Recopa europea), con el fin de generar otra Intercontinental
paralela. Pero Paraguay se opuso y no prosperó. De todos modos, se complicó la
participación de Vélez y River (primero y segundo de 1968) en la Libertadores
de 1969, por la falta de calendario debido a la preparación de la Selección
Argentina para el grupo clasificatorio para el Mundial de 1970. Havelange se
mantuvo en la no participación de equipos brasileños, y solo siguió
Estudiantes, que llegaba como campeón de América del año anterior. Un congreso
siguiente de la Conmebol, entonces, propuso jugar la Copa de Campeones de Copa,
a la que asistió Atlanta como subcampeón de la Copa Argentina, pero el torneo
no tuvo el éxito esperado y no se repitió. Atlanta había ido a jugar a Bolivia
con un equipo integrado por juveniles de la Tercera división. De allí en más,
la Libertadores se siguió jugando con los dos primeros por país, tal como desde
1966.
Sir
Stanley Rous, presidente de la FIFA por entonces, llegó a plantear, ante la
negativa de los clubes europeos de jugar la Intercontinental por fechas y la
violencia por parte de los equipos sudamericanos en cada enfrentamiento con
sus pares del Viejo Continente, un torneo de campeones de los cinco continentes
(lo que hoy es el Mundial de Clubes), pero se encontró con la oposición de la
Unión de Asociaciones Europeas de Fútbol (UEFA, por sus siglas en inglés).
La
pelea de Ramos Ruiz era complicada en esos tiempos. Partía de la creencia de
que era tarea de los dirigentes argentinos promover cambios y más competencias
internacionales, porque Uruguay ya estaba conforme con sus dos equipos en la
Libertadores desde que se agregó un segundo club por país en 1966, y Brasil era
tricampeón mundial y tenía ingresos importantes con su Selección, y esa era su
prioridad en este tiempo, y no los clubes.
Desplazado
Ramos Ruiz, y antes de comenzar la clasificación para el Mundial de México de
1970, Onganía aprovechó para destituir también al director técnico de la
Selección, Maschio. Invitó a comer a los jugadores a la quinta presidencial y
los arengó: había que clasificarse al Mundial. No podían fallar luego de toda
la campaña nacionalista armada tras el regreso de la Selección del Mundial
anterior y con el interés creciente que iba tomando el fútbol en plena
dictadura.
Ramos Ruiz fue reemplazado, justo antes de
comenzar el grupo clasificatorio para el Mundial de 1970, por Aldo Porri,
dirigente de Chacarita Juniors, que se había consagrado campeón metropolitano
en 1969. Porri había sido consejero suplente (1961), consejero titular (1962 y
1963) y secretario de la AFA (1964), y luego fue asesor de Valentín Suárez y
de Ramos Ruiz, es decir que provenía de la misma corriente de opinión. Se
manifestó continuador de Suárez, aunque el vínculo con Ramos Ruiz había quedado
deteriorado. Porri, quien era síndico de diversas empresas, fue quien contrató
a último momento a Adolfo Pedernera para que asumiera como director técnico y a
Raúl D’Onofrio como secretario técnico.
El Mundial de
México de 1970, la falta de horizonte y el negocio
El
grupo clasificatorio para el Mundial parecía accesible, ante las selecciones
de Bolivia y Perú. Pero el equipo argentino, rodeado de improvisaciones y
cambios de todo tipo a poco de comenzar la liguilla, cayó tanto en La Paz como
en Lima, venció a Bolivia a duras penas en Buenos Aires y, en el partido
decisivo, no pudo pasar del empate ante los peruanos, que por el contrario
estaban ante una de las mejores generaciones de futbolistas de su historia.
Por
primera vez, la Selección Argentina se quedaba fuera de un Mundial no por
voluntad propia, sino obligada por una derrota futbolística. El fútbol
argentino había tocado fondo, y la dirigencia también. Aún peor que en el
Mundial de Suecia, al que al menos se había llegado luego de años de aislamiento
internacional, en este caso no se conseguía ni siquiera llegar a jugar el
campeonato, si bien la prensa, acaso por no chocar contra Onganía e inmersa ya
en el sistema mismo de los grandes negocios, manejó las críticas con sordina, y
la situación se atenuó.
Ramos
Ruiz, el interventor saliente, ensayó una explicación clara para lo que
ocurrió, insistiendo en que la Selección Argentina no llegó al Mundial de
México no porque se hubiera cambiado al interventor y al dt, sino porque se
decidió el cambio de la conducción médica, que era propia de la afa,
fundamental en esos dos partidos iniciales, que contaba con el aval de toda una
experiencia práctica. Esa fue la improvisación máxima en el fútbol argentino de
todos los tiempos, pasándose por alto, al expresar este concepto, las
alternativas que las nuevas autoridades debieron afrontar para el nombramiento
del nuevo dt, luego de que Zubeldía y (Pedro) Dellacha no aceptaran las
proposiciones consiguientes. Fue tal la improvisación, que el seleccionado,
después del primer partido en La Paz, y en todo el período de la concentración
prevista que durara hasta el último partido de la serie, apenas si pudo
entrenarse con la intensidad normal, toda vez que la acentuada baja de peso de
los jugadores exigía una dosificación del adiestramiento.
Obsérvese
que Ramos Ruiz no se refiere a una cuestión del juego, sino a esos “detalles”
que siempre perjudicaron a cualquier Selección Argentina. La falta de cuidado
en la planificación y en la organización y las malas decisiones son resorte de
las dirigencias, que nunca supieron estar a la altura de los acontecimientos.
Los
goles del peruano Oswaldo “Cachito” Ramírez en la Bombonera el 31 de agosto de
1969 acabaron siendo todo un símbolo de uno de los días (acaso el día) más
frustrante de la historia del fútbol argentino desde lo deportivo.
Tras
la dura eliminación, otro gran periodista, Osvaldo Ardizzone, señalaba en la
revista El Gráfico: “Creo que nuestra Selección no podía ganar nunca ese
partido. Porque Perú era un equipo, mientras nosotros por momentos fuimos
Marcos, por momentos fuimos Rendo […] De la misma manera y en la misma
proporción, mientras nosotros atacábamos con más frecuencia, con más propiedad
de pelota y de terreno, ellos llegaban más cerca del gol […] es que cuando uno
sabe lo que quiere y está convencido de lo que puede hacer, lo hace. Ese fue
Perú. En cambio, Argentina fue la contrafigura”.
Porri
solo estuvo dos meses en la AFA, justo en el momento de la eliminación ante
Perú. Pidió una licencia de un mes, aduciendo problemas de salud, y fue
reemplazado por Oscar Leopoldo Ferrari, dirigente de Estudiantes designado
interventor interino. Luego, se mantuvo en el cargo cuando Porri renunció
definitivamente. Había sido vocal del Tribunal de Penas entre 1961 y 1963 y
consejero suplente en 1965. Su relación con Ramos Ruiz y con Suárez era la
misma que la de su antecesor y, al cumplir su segundo mes de interinato, fue
relevado por el Gobierno pero volvió en 1973 con Baldomero Gigán como interventor
en el cargo de secretario general de la AFA y representante de la entidad ante
el Comité Organizador del Mundial de 1978.
Onganía
terminó decepcionado con todo el fútbol y se dispuso a un cambio drástico en la
conducción de la AFA de allí en más. Se sentía traicionado por la dirigencia
de la AFA y entendió que se necesitaba una conducción con gente externa al
ambiente.
La
eliminación del Mundial fue la gota que rebalsó el vaso, pero no fue lo único:
no solo veía una total improvisación, sino que sentía que no le habían pagado
lo suficiente por todo el apoyo que había dado a los clubes en asuntos de
violencia, como aquel bochornoso partido entre Estudiantes de La Plata y el
Milan, en la Bombonera por la Copa Intercontinental de 1969. Decidió entonces
la designación de un nuevo interventor y recurrió a un hombre de su confianza,
Juan Martín Oneto Gaona, abogado e industrial formado en el Colegio Champagnat
y en la Universidad de Oxford. Ni bien asumió, Oneto Gaona dijo públicamente
que desconocía sobre fútbol, en otra muestra del delirio de la clase dirigente:
al fútbol nacional lo maneja alguien… que no conoce de fútbol.
Oneto
Gaona era también caballero de la Orden de Malta y había presidido la Unión
Industrial Argentina (UIA) entre 1961 y 1967. Buscó afirmarse en lo que sí
sabía, el mundo de la empresa, y se refirió entonces a un nuevo modelo: “El
fútbol nacional organizado como empresa”. Una sentencia suya sobre la situación
de la AFA dejaba las cosas en claro: “Jugar en Primera División obliga a un status
que no todos pueden aguantar. Es como el individuo que sin ser rico quiere
aparentar serlo y al cuarto mes anda entre la gente rica: o explota o
desciende de categoría”. Pero esta definición iba acompañada por otra de
pretensión estética: “La única intención es que ni melenudos ni patilludos ni
porrudos integren el seleccionado”. Dejó un consenso favorable a su salida por
su buena administración, que se basó en un intento de retomar cierta cordura en
el manejo de la economía de los clubes, algo que ya parecía una utopía: las
deudas parecían imposibles de afrontar. Para 1970, los clubes debían 2.000
millones de pesos al Estado.
El
fútbol argentino trataba de salir de una profunda depresión: tenía deudas
enormes; estaba intervenido por el Estado desde hacía cuatro años; había dos
torneos anuales que ya comenzaban a consagrar campeones a equipos de clase
media, como Estudiantes, Vélez Sarsfield y Chacarita Juniors, mientras que
asomaba Rosario Central a las posiciones de poder; River Plate ya acumulaba 14
años sin un título, pese a que en cada comienzo de temporada gastaba fortunas
para cambiar su presente. Pero no alcanzaban ni los nuevos torneos nacionales,
para acercar a los clubes del interior (aunque la afa seguía siendo tan centralista
como siempre), ni el aumento de los fondos de la TV estatal de Canal 7 a cambio
de más frecuencia de partidos. La AFA dependía como nunca del Estado y ni
siquiera de este modo lograba salir de su eterna problemática, que retornaba
cada tanto tiempo como un disco rayado, aunque con inconvenientes cada vez más
profundos.
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