Míralo, al inmarcesible gilipollas. Pura pose. Como si
se hubiese quedado pegado al molde con el que lo hicieron. Como esos soldaditos
de plástico, con esa base tosca, incómoda, menoscabadora del juego. Para un
aviso publicitario, ideal. Para un póster. Para un cromo. Pero para nada más.
No para abrir la boca. Y mucho menos, para jugar al fútbol. Incapacitado. Como
si tuviera el plástico ese impidiéndole las piernas. Inútil de una inutilidad
tan absoluta, que la trasciende. Impedido. Figurita, apenas. De las que las
fábricas de juguetes descartan por un defecto de esos que no se le escapan ni a
uno en su primer día de trabajo. Esos muñequitos truncados que uno se pregunta
dónde corno van a parar. Pues ya se ve: a veces, caen en algún equipo de fútbol,
por vaya a saber qué reordenamientos de la entropía universal. Y no en
cualquier equipo. No señor. Estos artilugios caen en clubes de primera; como si
los hados pretendieran indemnizar la pifia en la manufactura: equilibrios
cósmicos, karmas de esos, o alguno de esos mejunjes que mantienen prudentemente
torcido el eje de la Tierra. Como sea, esos seres, como esos muñecos
infantiles, ya sabes cuáles, siempre caen de pie. Ahí los tienes, con esa cara
de nada, inmutables, firmes, perennes, inmunes a las circunstancias: donde a
cualquier otro futbolista lo abuchean, a estos los aplauden - por su entrega, o
lo que sea. Tiene que ser el resultado de alguna ecuación de equilibrio
energético o compensador o algo por el estilo. Sino, no se explica. Suerte,
fortuna, fruto del albur, no es. La cantidad de casos te revienta una
estadística de esas esmeradamente distribuidas. Nada de eso. Míralo. Tú míralo.
Ya sé que lo miras. Pero míralo bien. ¿Te parece que sólo la confabulación de
la ventura, negligencias ajenas, estupideces varias, Saturno con los anillos
atravesados, pueden instaurar tal persistencia incontestable? No. Imposible.
Míralo. Tú míralo. Pero si es
que los gilipollas somos nosotros, que seguimos pagando la entrada. Y no lo
podemos evitar. Fuerzas supra telúricas. Pura balanza universal. No hay otra
explicación. No puede haberla. No puede existir una cadena causal que explique
su presencia en esta coyuntura. Simplemente es inviable. No hay sistema lógico
que pueda contenerlo como elemento central de un axioma (x es jugador de fútbol
de primera división en la Liga española), aunque éste sea, paradójicamente,
demostrable. Míralo, madre mía, pero es que ni un pase bien dado. Nada. Es la
negación de sí mismo. Pero en tal trance, estorba al equipo... Míralo, no sabe
ni dónde está el balón. Es más, en este momento, estoy convencido de que no
sabe dónde está. Míralo. Su expresión. Como de recién llegado al mundo. La de
fuerzas electromagnéticas que deben entrar en pugna para dar como resultado
este tipo de cosas. Míralo. Pero si es que le rebota la pelota y es gol.
La gravitación y las supercuerdas, todas a una, subvencionándolo; resguardando
la urdimbre, el balance, el proyecto astral o místico o puñetero. Míralo. Lo
festeja como si lo hubiera gestionado voluntariamente. Míralo, pura pose – y
qué estampa, el cabrón; que eso no se le puede negar. Ahí tienes la instantánea
para el próximo cromo. Míralo.
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