domingo, 30 de abril de 2017

Mané no (Un cuento de Marcelo Wío)




Estuve recientemente en unas charlas tituladas Imaginario y Realidad, organizadas por el departamento de Psicología Social de la Universidad de Livell, en Connecticut, Estados Unidos; y una de las ponencias captó especialmente mi atención: la del eminente psicólogo Dr. Quintiliano Herrera, profesor en la Universidad de Könisberg II en Alemania.

Herrera afirmó – puede leerse el artículo que al respecto escribió, inmediatamente después, y que fue publicado por la prestigiosa revista inglesa Psychology – que Lionel Messi es una ilusión óptica colectiva.

“De tanto en tanto – sostuvo -, se dan consensos espontáneos, involuntarios y masivos (al punto de abarcar a la práctica totalidad de la población mundial), para crear representaciones ideales”. Tal acuerdo o predisposición para concebir y “materializar” estos “conceptos”, propuso, se dan en contextos (desesperanza; un presente “preñado de mediocridad”) en los que el inconsciente colectivo converge en una necesidad imperiosa de reformular, sino la realidad, sí algunos de sus ingredientes.

El espejismo, entonces, pretendería componer (o, acaso, recomponer) un refugio para aquello que, muy resumidamente, podría considerarse como “bello”, pues, como escribió George Santayana, “En todos los productos de la industria humana notamos la agudeza con que el ojo es atraído hacia la mera apariencia de las cosas...”.

Apariencia, esa es la palabra clave: no sólo en el sentido de aspecto, sino, antes bien, de verosimilitud, de su posibilidad de ser creído por los sentidos. Y el fútbol, masificado como está, ha devenido en un vehículo apropiado para tales ideaciones compartidas.

De esta manera, según el Dr. Herrera, quien realmente juega es un muchacho más bien tirando a malo, cuyo nombre es Leonel Panebianco, oriundo de Caleta Olivia, en el sur de la Argentina. Y no, no elabora ni las jugadas que uno “ve”; ni inventa esos regates que parecen, precisamente, imposibles, ni, evidentemente, marca esa cantidad de goles.

Messi; su habilidad, su velocidad, todo, es una fabulosa y hermosa alucinación. “Le he visto la cara a Panebianco, luego de ‘salirme’ de la fantasía: el muchacho no entiende nada”, dijo, a modo de nota de color, de anécdota mínima, el afamado psicólogo. Y enseguida comentó que es el único, por el resto de jugadores, viven la apariencia como cierta.

“La soledad que hay en el rostro de ese pobre Panebianco – que en su momento disfrutó de lo que presupuso una conveniente “confusión” – no la he visto en ningún lado: negado de su personalidad; de su ser, en definitiva”, y pareció que la voz se le iba a quebrar al curtido académico.

En el apartado para preguntas que siguió a su exposición, no pude menos que deslizarle un escepticismo muy morigerado por mi admiración hacia su trabajo. Herrera me miró con lástima, y me preguntó: “¿Usted se cree que, en un mundo que se rige por unas leyes físicas tan inconmovibles, tan precisas, con unas limitaciones fisiológicas evidentes, puede existir un ser como Messi? Eso es ciencia ficción, un delirio; un hermoso delirio”. El argumento era contundente. Tajante.

“¿Y Cristiano Ronaldo?”, pregunté sin saber muy bien por qué. O sí.

“¿No ha escuchado lo que dije? Ilusión óptica, evidentemente. Su verdadero nombre es Cristian Ferrari; un uruguayo desgarbado y con menos velocidad que un cojo”.

Volví a preguntar. Impulsado ya por la inercia de la primera pregunta, y como una forma de sobreponerme al asombro espantado y a la duda que iba cuajando en mi mente: “¿E Ibra?”.

“Ese es real, hombre; que parece que nunca hubiese visto fútbol”, me respondió, ya notoriamente hastiado, mientras guardaba los papeles en un maletín de cuero con el escudo de Atlético Nacional de Medellín.

Mientras lo veía alejarse lo odié meticulosamente. No por el desdén de esa respuesta chabacana, tan poco académica. No. No podía quitarme de la cabeza la idea dolorosa y repulsiva que había ido tomando forma mientras Herrera hablaba: que Garrincha fuese una ilusión. Él no. Mané no.

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