A días de
comenzar la nueva Superliga, otra vez el fútbol argentino se encuentra ante los
mismos vicios, con dirigentes acostumbrados a lo mismo porque pese a que
recibieron el maquillaje de un nuevo organismo que los rige, se trata, en el
fondo, apenas de un cambio de edificio, desde la vieja sede de la calle
Viamonte, en la zona de Tribunales de Buenos Aires, al renovado Puerto Madero,
bordeando el Río de la Plata.
Tras el
desquicio de los tiempos grondonianos de llevar, por razones políticas (abrir
el juego a los equipos provinciales a poco de unas elecciones generales a
presidente de la Nación) y económicas (más partidos televisados por fecha, más
dinero a las arcas), de llegar a los 30 equipos en la Primera División, muerto
el sempiterno ocupante del Sillón de Viamonte se decidió regresar
paulatinamente a la cordura de los 20 equipos, para lo cual, como era lógico,
se apostó a ir reduciendo de a dos por temporada.
Esto significaba
que desde entonces habría cuatro descensos y dos ascensos desde el Torneo
Nacional B (otro engendro creado a las apuradas cuando los dirigentes de los
clubes de casi todo el país se habían nucleado en la Unión de Clubes Argentinos
y Grondona, en 1985, vislumbró una movida importante que le podía traer
consecuencias).
Pero como suele
suceder cada año a poco de comenzar un nuevo torneo, los clubes que se
encuentran en los peores lugares del promedio, en este caso, además, muchos de
más peso e historia que en el pasado (Rosario Central, Newell’s Old Boys,
Estudiantes y Gimnasia y Esgrima de La Plata, Bánfield, Lanús, Colón, Patronato
de Entre Ríos, Argentinos Juniors, y los recientemente ascendidos Arsenal y
Central Córdoba de Santiago del Estero), decidieron plantarse y no dar quórum
en la reunión del Comité Ejecutivo de la Superliga, salvados por la ausencia de
Aldosivi de Mar del Plata (de lo contrario habrían perdido 13-11), para
presionar para que baje la cantidad de descensos a dos o tres, o bien los
cuatro se determinen por otra confusa fórmula, la de dos por el viejo sistema
de promedios y dos por puntos.
El problema
mayor no pasa tanto por lo técnico sino por la vieja costumbre de que todos
aquellos que se encuentran en una situación molesta, quieren cambiarlo todo sobre
la marcha para verse favorecidos, con la extraña pero clásica idea de que eso,
en la Argentina, es posible de modificar, y de hecho, esos dirigentes de los
clubes mencionados se encontraban en la confitería de la esquina, pero
decidieron no entrar, a modo de presión.
Esto no es nuevo
ni es exclusivo de estos dirigentes sino patrimonio del fútbol argentino. El
propio presidente de la AFA, Claudio Tapia, llegó a modificar el torneo de la
Primera B Metropolitana en el medio de su desarrollo, e intentó, junto a sus
amigos provenientes de esa categoría y otras del ascenso, modificar la
estructura del ahora llamado “Torneo Nacional” (como si quitarle la letra “B”
disimulara que se trata de un campeonato de ascenso) en dos grupos pero no como
ahora, que están mezclados los equipos del conurbano bonaerense con el resto de
las provincias, sino que los de la Provincia de Buenos Aires estuvieran todos
juntos, y el resto, que se arreglara si tuviera que viajar de Jujuy a Tierra
del Fuego o de Mendoza a Misiones.
La resistencia a
esta idea fue, aunque con unos decibeles menos, en la misma dirección que en
1985 enfrentó a la UCA con Grondona, la prensa se encargó de amplificarlo, y el
proyecto rebotó, pero la idea allí estuvo.
Tapia, quien
intentó ejecutar esta idea, es el mismo que envió una incendiaria carta a la
Conmebol exigiendo la renuncia del presidente del Comité Arbitral, el brasileño
Wilson Seneme, después de las evidentes injusticias en el partido
Brasil-Argentina de la pasada Copa América y de la exagerada expulsión de
Lionel Messi ante Chile, y quien también fogoneó que al día siguiente de su
misiva, el titular de la Escuela de Árbitros de la AFA, Federico Beligoy,
enviara otra preguntando qué ocurría que no había respuesta.
Resultó entonces
que esa misma AFA que modifica torneos en el medio, que alberga clubes que se
sienten en condiciones de piquetear el inicio de la temporada, que perdió la
memoria sobre las condiciones dadas en el 6-0 a Perú en el Mundial 1978, o La
Mano de Dios en el de 1986, o el Bidón de Branco en el de 1990, o incluso del
penal (que fue pero que nadie vio) ante Paraguay en la primera fase de la misma
Copa América, ahora se siente estafada y debe terminar reculando el próximo
martes en Luque ante el cuestionado presidente de la Conmebol, el paraguayo
Alejandro Domínguez, para que no lo sancionen a Lionel Messi o le den la menor
suspensión posible para no perderlo en la clasificación mundialista que
comienza en marzo de 2020 o en la Copa América de junio de ese año, cuando la
selección argentina organizará el certamen junto a Colombia.
La misma AFA que
nada dice sobre una nueva utilización política cuando desde la provincia de
Buenos Aires, sin que nada lo mediara, se anuncia que los partidos jugados allí
sí aceptarán público visitante (lo mismo que ocurrió en el mismo territorio y
por otra fuerza política para las elecciones de 2015), y la misma que por ahora
no abrió ninguna investigación tras las acusaciones que avanzan en la Justicia
sobre el supuesto desfalco a Independiente por parte de sus propias autoridades
(casualmente, familiares del presidente de la AFA), en el sentido de saber si
se trata o no de un modus operandi de más cantidad de clubes de todas las
categorías.-
Cuando los
clubes firmaron el consentimiento para la conformación de la Superliga, el
único que votó en contra (entre 71 sufragios) fue el presidente de la Liga
Rosarina, Mario Giammaría, quien calificó la nueva etapa como “un suicidio” y
recalcó que como tantas otras veces “los dirigentes firmaron sin mirar lo que
hacían”, y sentenció: “hemos elegido como referencia el peor modelo de todos,
el español”.
Lo cierto es que
la Superliga, que se anunció en su momento con bombos y platillos como el
cambio que “ahora sí” iba a revolucionarlo todo, los partidos no cambiarían ni de
fecha ni de hora hasta hacerse previsibles como en España, los reglamentos se
cumplirían a rajatabla y nada los modificaría, se encontró con que lo único que
la diferencia de la vieja AFA es que se mudó de edificio, y entonces las
reuniones de los mismos dirigentes de siempre, que actúan igual que toda la
vida, tienen un paisaje más moderno en Puerto Madero.
Pero la canción
sigue siendo la misma.
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