Desde Río de Janeiro
El 24 de agosto
de 1983, Ricardo Gareca convirtió en el Monumental de Núñez el único gol del
Clásico con el que, por fin, la selección argentina le ganó a Brasil tras 13
años sin conseguirlo, terminando con el embrujo, y en el contexto de la Copa
América. Casi dos años más tarde, el 30 de junio de 1985, y en el mismo
escenario, también el mismo delantero marcó un agónico gol ante Perú que le dio
la sufrida clasificación para el Mundial de México 1986 al equipo nacional, al
empatar 2-2, que luego serviría para ganar el título mundial.
Gareca, que
convirtió 6 goles en 20 partidos con la selección argentina, dos de ellos
memorables, sin embargo, no estuvo en la máxima cita en la que los albicelestes
se coronaron campeones del mundo y Diego Maradona fue entronizado como rey del
fútbol mundial. Sin embargo, nunca se quejó, aunque le dolió no formar parte de
la élite de los campeones del mundo, pero lo tuvo siempre claro. Reconoce que
fue “el trago más amargo como jugador” pero que sobre el final de las
clasificatorias “yo no estaba en un buen nivel. No estaba bien anímicamente.
Tenía expectativas muy importantes en la Selección y no se me cumplieron. Fue
un golpe muy duro no ir al Mundial”.
La vida de
Gareca podría ser una película, y hasta una miniserie, por la cantidad y
calidad de etapas que vivió, con una enorme capacidad de resiliencia, para
transformar aspectos negativos en positivos, para encontrar siempre una razón
para aferrarse y seguir el camino hasta encontrar el punto de equilibrio.
“El Tigre” o “El
Flaco” Gareca nació en Tapiales el 10 de febrero de 1958. Hincha confeso de
Vélez, hizo las divisiones inferiores en Boca donde alcanzó a debutar en 1978
en medio de la enorme cantidad de partidos que jugaba el equipo de Juan Carlos
Lorenzo, pero su gran destape fue en el Metropolitano de 1981, justo cuando a
Boca llegaron Diego Maradona y Miguel Brindisi. Eso lo obligó a buscar un club
donde jugar y tener una continuidad, y fue entonces a préstamo al ascendido
Sarmiento de Junín, y no desaprovechó su oportunidad, como centrodelantero entre
el “Toti” Iglesias y Sergio Apolo Robles. Convirtió 13 goles en 33 partidos,
pero mucho más que eso, mostró un alto nivel, buena técnica, y enorme potencia
en ese torneo.
Tanto fue así,
que Silvio Marzolini, el director técnico de Boca, pensó en su inmediato
retorno para el Nacional de ese mismo año, y le hizo un lugar entre los mismos
cracks que antes le habían sacado su lugar, Maradona y Brindisi. Se convirtió rápidamente en ídolo, marcó
goles en el Superclásico, y Víctor Hugo Morales, haciendo juego con la película
de comedia, lo llamó “Alto, rubio y con un zapato negro” en sus relatos.
Llegó a ser
incuestionable en Boca, más aún cuando Maradona emigró en 1982 y Brindisi, a
finales de 1983, al punto de que la revista “El Gráfico”, en 1984, publicó un
artículo llamado “Los intocables” en el que aparecía nada menos que con Gatti,
representando a Boca, Norberto Alonso (River), Ricardo Bochini (Independiente)
y Jorge Rinaldi (San Lorenzo) –Racing jugaba en Primera B-. Todos estaban
vestidos como aquellos personajes de la banda de Eliot Ness.
Carlos Bilardo
comenzó a convocarlo a la selección argentina, tras un breve paso en la
anterior etapa de César Luis Menotti, y Gareca atravesaba días felices que muy
poco tiempo después, se convertirían en un serio problema. Boca había quedado
muy dañado en su economía por la fortuna pagada por el pase de Maradona tres
años atrás y por la “Tablita” de Martínez de Hoz y la mala administración de
sus dirigentes, y de a poco, fue perdiendo la localía en una Bombonera clausurada,
había sido intervenido por el Estado, y sus equipos usaban una camiseta blanca
con números pintados de negro con marcador, que se desdibujaban con la
transpiración.
Con su
inseparable amigo de las divisiones inferiores, Oscar Ruggeri, comenzó a tener
dificultades para el cobro, ambos habían arreglado el aumento mínimo del 20 por
ciento por dos temporadas, y durante 1984, la relación con el club fue un
calvario. Ambos reclamaban la libertad de acción, Boca lo negaba aduciendo que
les había hecho otro aumento en sus cobros, el plantel comenzó a resquebrajarse
y la situación explotó a principios de 1985, cuando tras arduas reuniones, tomó
la posta Futbolistas Argentinos Agremiados y para no quedarse sin dinero con la
pérdida de los jugadores, apareció River y se los llevó a cambio de una suma de
dinero, y los pases de Julio Olarticoechea y Carlos Tapia.
De repente,
Gareca pasaba de ídolo a traidor. De Boca a River sin escalas, y en el primer
Superclásico, apareció todo el rencor de la hinchada de Boca y un tremendo
patadón de Roberto Pasucci a Ruggeri, a modo de bienvenida, pero el paso de
Gareca por River fue fugaz, y a los seis meses ya estaba vistiendo la camiseta
de América de Cali.
En Colombia
vivió una etapa intensa, en tiempos en los que los principales equipos eran
vinculados al narcotráfico. En el libro “El hijo del ajedrecista”, de Fernando
Rodríguez Mondragón, el autor se refiere a la figura de su padre, uno de los
principales líderes de uno de los cárteles, Gilberto Rodríguez Orejuela, y cuenta
de los vínculos con el América de Cali y lo que significaba jugar a mediados de
los años Ochenta en la liga colombiana, y cómo siendo futbolista, como Gareca,
resultaba muy complicado escapar de esas molestas compañías.
Gareca coincidió
en el América de Cali con jugadores como su compatriota Julio César Falcioni y
Carlos Ischia, los paraguayos Roberto Cabañas, Juan Battaglia y Gerardo
González Aquino, el uruguayo Sergio Santín, el peruano Julio Uribe, y los delanteros colombianos Antony De Avila
y Willington Ortiz, dirigidos por el doctor Gabriel Ochoa Uribe. Arañaron tres
veces el título de Copa Libertadores, pero en todos los casos, fueron
postergados. En 1985, perdieron la final ante Argentinos Juniors, en 1986 ante
el River del Bambino Héctor Veira (cuando fue marcado por su amigo Ruggeri y
tras ser provocado, Gareca fue expulsado), y la peor, en 1987, cuando a diez
segundos de coronarse ante Peñarol en Chile, llegó el gol de Diego Aguirre para
los uruguayos. “El Tigre” fue el goleador del torneo con 7 goles, a modo de
consuelo.
A su regreso a
la Argentina, en 1989, jugó para el equipo de sus amores, Vélez, aunque ya en
el final de su carrera, fue convocado por Brindisi para jugar en Independiente
y ganó el Torneo Clausura 1994 y se dio cuenta de que no había mejor forma de
retirarse que con ese título. Llegó a marcar 208 goles en su carrera.
Rápidamente le
llegó la oportunidad de ser director técnico cuando fue convocado en 1995 por
San Martín de Tucumán, aunque el paso siguiente lo marcaría mucho más, cuando
asumió en Talleres de Córdoba en 1996, en reemplazo de Osvaldo “Chiche”
Sosa. Estaba en la B Nacional, y el
equipo comenzó a tomar confianza de a poco, hasta que llegó el 16 de noviembre,
cuando goleó a Belgrano por 5-0 en el clásico cordobés, el más abultado de la
historia en partidos oficiales. Pero el gran salto a la Primera A lo daría en
la temporada 1997/98, luego de haber estado dos veces cerca del ascenso, cuando
por fin lo consiguió, tras una sufrida final otra vez ante Belgrano, por
penales, en una dramática definición. Talleres se había impuesto 1-0 en la ida,
ganaba también 1-0 en la vuelta, Belgrano se lo dio vuelta, y cuando tuvieron
que ir a penales, Gareca había reemplazado ya a sus mejores jugadores (Diego
Garay, Rodrigo Astudillo y Daniel Albornós). La etapa se coronaría con el título de la Copa
Sudamericana en 1999, lo máximo en el nivel internacional conseguido hasta
ahora por “La T”.
Gareca –muy
querido en Talleres- dice que de esa experiencia aprendió mucho. Volvería al
club en 2001 y 2007 aunque sin aquellos resultados de su primera etapa y apenas
ganó un partido entre los dos ciclos cortos, pero con un legado: hizo debutar a
los 17 años en Primera a Javier Pastore, por el que el club se recuperaría un
poco en lo económico.
Pasó por Colón,
Quilmes y Argentinos Juniors sin dejar demasiada huella hasta que en 2005 viajó
a Colombia para dirigir al América de Cali, con buenos resultados pero
inconvenientes con los dirigentes y se fue en 2006 al Independiente Santa Fe de
Medellín, pero otra vez no le fue bien.
En setiembre de
2007 fue contratado por Universitario de Deportes, de Perú, con el que consiguió
escalar posiciones y consiguió el pase a la Copa Sudamericana, y fue campeón
del Apertura 2008 clasificándose para la Libertadores 2009 (llevaba 7 años sin
títulos).
A su regreso a
la Argentina, por fin, recalaría en Vélez. Enseguida que asumió quiso aclarar
que por más que sea hincha del club “llego como entrenador, desde otro lugar” y
agradeció las recomendaciones de Christian Bassedas y Carlos Bianchi, dos
grandes figuras de la entidad de Liniers. Allí desarrollaría uno de los mejores
trabajos de su carrera.
En 2009 ganó el
Torneo Clausura tras un muy polémico partido ante el Huracán de Angel Cappa,
que llegaba a Liniers en la primera posición en la tabla y sólo Vélez lo podía
alcanzar en la última fecha, por lo que adquirió ribetes de final. El “Globo”
resistió el empate hasta cerca del final cuando Maxi Moralez aprovechó un
choque entre el delantero Joaquín Larrivey y el arquero Gastón Monzón (Huracán
reclamó falta, no cobrada) y con ese gol, Vélez fue campeón. Cappa siguió
diciendo hasta hoy que se trató de “un robo” mientras que el árbitro Gabriel
Brazenas nunca más volvió a dirigir profesionalmente.
El ciclo exitoso
de Vélez con Gareca se extendió hasta 2013 con gran protagonismo en casi todos
los torneos de la época y varios títulos, cuando ya no era habitual que un
entrenador durara tanto en el cargo. En 2011 logró ser protagonista al mismo
tiempo del campeonato y la Copa Libertadores (llegó a semifinales tras 17 años,
en los tiempos de Bianchi) y ganó el Clausura, en el que fue puntero desde la
segunda mitad de la disputa. Un año y medio después, en diciembre de 2012,
obtuvo el título de campeón del Torneo Inicial, y medio año más tarde, en junio
de 2013, se coronó Supercampeón argentino al vencer a NOB (ganador del Torneo
Final) en Mendoza.
Fueron años
gloriosos para Vélez porque además de los 4 títulos entre 2009 y 2013, fue
semifinalista de la Libertadores 2011 y de la Sudamericana 2011, subcampeón del
Apertura 2010, y tercero en Apertura 2011, Clausura 12 e Inicial 13 hasta que
en mayo de 2014 fue contratado por el Palmeiras, aunque no le fue bien y le
criticaron mucho la contratación de los argentinos Fernando Tobio, Agustín Allione,
Pablo Mouche y Jonathan Cristaldo.
En marzo de 2015
se hizo cargo de la selección peruana,
uno de sus períodos más fructíferos. Sin embargo, el ciclo no comenzó
nada bien. Perdió 2-0 ante Colombia por las clasificatorias al Mundial 2018 y
en 7 partidos, su campaña era peor que la anterior para 2010 con el Chemo Del
Solar: 4 puntos sobre 28. Sin embargo, lo ayudó el hecho de llegar a
semifinales con la Copa América de Chile en ese mismo año, cuando cayó ante los
locales 2-1 pero acabó con 10 jugadores por la expulsión de Carlos Zambrano y
luego consiguió ser tercer lugar al vencer 2-0 a Paraguay.
Entonces, optó
por hacer un cambio radical en el equipo, quitando a experimentados como Claudio Pizarro, Carlos Zambrano y Juan
Manuel Vargas y optando por los jóvenes. Desde esa fecha 7 Perú solo perdió 2
partidos más y sacó 26 puntos para llegar al quinto lugar (sacó un 0-0 en la
Bombonera ante Argentina) y se clasificó para el repechaje ante Nueva Zelanda
para el Mundial de Rusia.
En el Mundial no
tuvo suerte: le tocó primero contra Dinamarca y Francia y en los dos perdió por
la mínima diferencia y luego ganó a Australia 2-0. Tuvo que lidiar con una
larguísima suspensión de la FIFA a Paolo Guerrero por un caso de doping ante
Argentina en Buenos Aires, y fue autorizado provisionalmente, pero no encajaba
con el equipo por falta de futbol.
Renovó por otros
4 años en agosto de 2018 -su amigo Ruggeri dijo días pasados que tardó en
hacerlo porque por un mes esperó en vano el llamado desde la AFA para asumir en
la selección argentina- y es el DT con más partidos en la historia de la
selección peruana, incluso más que Marcos Calderón, quien la dirigió en el
Mundial 1978.
Su trabajo en la
selección peruana (con la que llegó a una semifinal y a una final de Copa América
y la clasificó para el Mundial de Rusia) se basa en una buena sinergia grupal
como sus colaboradores Sergio Santín (ex compañero suyo en el América de Cali),
el ex jugador de Boca e internacional peruano Norberto Solano y que cuenta con
participaciones de Esteban González como “espía” de los rivales.
“Creo que una de
las claves en mi trabajo en la selección peruana fue enfocarme en la autoestima
de los jugadores. Yo lo entiendo así. Si les trabajáramos sus defectos a
nuestros hijos, esos chicos van a crecer llenos de dudas, y nosotros nos
centramos mucho más en las fortalezas cuando acá, antes, se hablaba mucho de la
debilidad, de lo psicológico, de la indisciplina”, comentó Gareca en una
entrevista con la TV peruana.
Gran parte de
este enfoque proviene de uno de sus ex colaboradores que ya no trabaja con él
desde principios de 2019, el psicólogo rosarino Marcelo Márquez. Gareca intentó
reemplazarlo por el coach Giacomo
Scerpella, que venía trabajando en los seleccionados juveniles, y también
convocó al ex jugador peruano de Estudiantes de La Plata, Juan Comíngez
(también con estudios de coaching) pero quien terminó siendo determinante en
esta Copa América, especialmente tras la dura derrota en la fase de grupos ante
Brasil (5-0) fue Juan Carlos Oblitas, director de Selecciones Nacionales e
ídolo del fútbol peruano.
Oblitas, muy
respetado por su condición de dos veces mundialista y de gran prestigio,
terminó dejando de lado su condición de dirigente y pasó a tener un rol privado
de acercamiento a los jugadores. Les dio charlas, habló con ellos en privado.
Despúes de la goleada ante Brasil hubo, una reunión extensa y por eso, en la
última conferencia de prensa, Gareca le dedicó el triunfo ante Chile (3-0) en
semifinales. Oblitas había preferido quedarse en Brasil apoyando al equipo pese
a que en Lima se había muerto un primo hermano suyo en un accidente.
Gareca tiene un
profundo agradecimiento a Oblitas, por toda su colaboración. “Fue determinante.
Él me recomendó, me vino a ver a Bs As, en 2015 y me dijo que me quería hasta
Qatar 2022. Yo le dije que pensemos en el ahora y en clasificarnos para Rusia
2018. Siempre te piden más de dos años y a mí eso no me va, yo no quiero
comprometerme por tanto”.
“El Tigre”
también reconoce que quien le dio el último empujón para tomar el cargo de
director técnico de Perú fue su ex compañero en Boca, Carlos “Cacho” Córdoba.
“Me dijo que le gustaba, que le pintaba bien y que por la forma de ser de los
peruanos, ese trabajo era ideal para mí. Yo estaba evaluando una oferta para
dirigir a la selección de Costa Rica pero no conocía mucho de ese fútbol y por
suerte, hice caso a los consejos”, reveló en una entrevista con el programa
“Simplemente Fútbol”, por ESPN.
Gareca,
literalmente, no puede caminar tranquilo por Lima. Vive en la zona acomodada
del Malecón Cisneros, en el distinguido barrio de Miraflores, frente al mar. Es
un ídolo absoluto y goza del reconocimiento general, al punto de que muchos
creen que si se presentara para una elección presidencial en el país, la
ganaría sin dificultades.
“Me genera
vergüenza que puedan decir que yo ganaría una elección presidencial en Perú.
Hay que ponerlo en un contexto de que hacía 36 años que no se iba al Mundial y
se trata de un pueblo agradecido, afectuoso. Con los jugadores no quiero ser un
padre, soy su entrenador pero eso no significa que la relación no pueda ser
amena, de respeto”, respondió ante la pregunta de la TV peruana.
Su vínculo con
la resiliencia, la capacidad de adaptación a todo tipo de circunstancias para
rescatar lo positivo y seguir adelante, puede resumirse en esta frase sobre sí
mismo: “Hay entrenadores con más y menos paciencia con los jugadores, y yo soy
un entrenador de, acaso, excesiva paciencia, y yo veía en ellos buen pie. Y
además, el peruano juega en césped sintético, en el frío, en el calor, en la
altura y se adapta. A mí me gustó aunque no había una buena opinión porque
estaba acostumbrado a las decepciones”.
Casado con
Gladys Hartintegui en 1985, tiene dos hijos, Milton y Robertino, uno preparador
físico y el otro, DT, y tiene dos nietos. “Duré tanto en mi matrimonio pero eso
no significa que siempre todo haya estado bien. Todos cometemos nuestros
errores pero lo importante es sopesar la gravedad o no de esos errores y el
crecimiento que eso implica en la relación y reconozco que por mi tipo de
trabajo, es mi esposa la que llevó el peso del hogar y en la relación con mis
hijos, aunque siempre trato de estar presente, en lo que pueda”, reconoció en
una entrevista.
Dice no temer
“ni al paspo del tiempo, ni a la vejez, ni a las arrugas, ni a la acumulación
de grasa” pero que tiene su kryptonita verde, “la calvicie”. “Me cuido mucho el
pelo, me lo hago tratar cuantas veces puedo y me cargan con que si logramos
algún objetivo me lo van a cortar”, advierte.
Daniel Albornós,
promovido por Gareca a la Primera de Talleres, sostuvo años más tarde que el
Tigre “se convirtió en estratega. Descubre cada vez con más precisión qué es lo
que necesita el equipo, interpretando adecuadamente los partidos. Creció desde
ese lugar, por eso se acomodó. No le teme a los escenarios complicados, y en
Perú lo pudo demostrar”.
Ante Brasil, por
la final de la Copa América, Gareca tendrá otro capítulo más de resiliencia en
su vida, aunque ya nada parece que cambie su relación con la sociedad peruana,
que le ha levantado un monumento en el Parque Argentina, en la localidad de San
Miguel, inaugurado a poco de lograr la clasificación al Mundial de Rusia 2018.
Aparece posando junto a Paolo Guerrero con el título “Monumento a los Hombres
del Mundial”.
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