Desde Belo Horizonte
Los argentinos
aficionados al fútbol recordarán por mucho tiempo al árbitro ecuatoriano Roddy
Zambrano. Le reclaman gran parte de la responsabilidad en el extraño partido
vivido el martes pasado por la noche en el estadio Mineirao (el mismo en el que
cinco años atrás, Brasil perdía 7-1 ante Alemania en la semifinal del Mundial),
cuando no se utilizó siquiera el VAR para determinar por dos claros penales
para Argentina en la clasificación de los locales para la final de la Copa
América del domingo.
La selección de
Brasil venció a la argentina por 2-0 en la semifinal de la Copa América, en un
partido repleto de polémicas y de situaciones deportivas y extra deportivas,
como que antes de comenzar, el VAR sufrió interferencias porque el canal estaba
utilizado en el seguimiento del presidente del país, Jair Bolsonaro, presente
en el estadio, los dos penales no cobrados, una expulsión que debió ser para
Daniel Alves pero no fue, y dos tiros en los palos por parte del equipo
argentino, que dominó gran parte de las acciones, sin réditos finales.
De todos modos,
aún habiendo jugado, como mínimo, el mejor partido de los últimos cinco años
(este periodista recuerda que el día que debutó Gerardo Martino como
entrenador, en un momento le ganaba 0-4 a Alemania en un amistoso en tierras
germanas, luego terminó 2-4), la selección argentina tiene muchas cosas que
mejorar, y que comienzan en la propia institución, la AFA, para seguir en el
entrenador, y luego, en los jugadores.
Podría decirse,
como resumen, que Argentina mereció clasificarse a la final si es por el
partido ante Brasil, pero no en el balance general del torneo, en el que fue de
menos a más y tiene cierta lógica, porque como venimos señalando, no es serio
que un entrenador que dirige a una selección de este calibre, no haya dirigido
jamás a un equipo para sentarse y darle indicaciones a un jugador como Lionel
Messi, y entonces fue aprendiendo el cargo como si fuera un curso acelerado
durante la Copa. Eso no es serio ni es culpa suya, sino del presidente de la
AFA, Claudio Tapia, quien le dio esa responsabilidad.
En este punto,
Lionel Scaloni (que jugó 21 años al fútbol profesional) hizo lo que pudo y
parece que algo aprendió pero esa no es la cuestión, sino que la selección
argentina debería tener un entrenador acorde a su rica historia, y continuidad
en el trabajo.
Ante Brasil, el
equipo argentino sorprendió por su valentía, por la fuerza de cada jugador
trabando cada pelota y ganando muchos duelos individuales ante rivales de muy
buena técnica, pero los albicelestes arrastraban falencias estructurales, que
un entrenador experimentado (al revés que Scaloni) como Tité, aprovechó muy
bien, como dijo en la conferencia de prensa. Manifestó que él sabía que Brasil
podría aprovechar la banda izquierda del ataque porque Juan Foyth, el joven
zaguero argentino del Tottenham, es central y no lateral y que además, es muy
lento allí.
Los otros dos
problemas argentinos pasan por la falta de un volante central de marca al
estilo de lo que fueron hasta Rusia 2018 (aunque allí ya en decadencia) Javier
Mascherano y Lucas Biglia, y entonces Scaloni optó por colocar allí a Leandro
Paredes (PSG), de muy buena técnica pero que no siente la marca. Entonces se
dio cuenta, con el correr del torneo, que tenía que ayudarlo en el medio con
dos jugadores de mayor despliegue, Rodrigo De Paul (Udinese) por la derecha y
Marcos Acuña (Sporting Lisboa) por la izquierda.
El dilema (ya
sabemos cómo terminó) era cómo hacer para que Acuña ayudara a Paredes
cerrándose y al mismo tiempo, bloqueara a Daniel Alves en sus ataques. Pudo más
lo primero, menos lo segundo, y así el gran lateral derecho brasileño realizó
una monumental jugada personal para que terminara en el primer gol de Gabriel
Jesús.
Con esa ventaja
en el primer tiempo, un equipo como Brasil, que no ha recibido goles en toda la
Copa, parecía que iba a estar muy cómodo esperando a Argentina para salir al
contragolpe, pero no fue lo que ocurrió. Los albicelestes, en una prueba de
carácter, se plantaron en campo rival, dominaron el partido, y de repente,
Lionel Messi, que deambulaba por las canchas, como en todos los partidos anteriores,
se rebeló y empezó a ser el del Barcelona, bien acompañado por Sergio Agüero y
por Lautaro Martínez.
Pudo ser gol un
cabezazo de Agüero que terminó con la pelota en el travesaño y nadie para
alcanzar el balón en el rebote, un remate de Paredes al lado del palo, un tiro
de Messi en el otro palo, una estirada de Alisson en un muy buen tiro libre de
Messi.
Brasil estaba
cada vez más atrás y sin elaboración de juego, porque se trata de un equipo
pragmático, eficiente, correcto, de buen pase, pero no le pidan magia. Eso,
sólo lo pueden aportar Alves, Marcelo (que no fue convocado) o Neymar
(lesionado) pero nadie más.
Alves debió ser
expulsado por una dura falta, y hubo en el final dos penales (uno a Nicolás
Otamendi y otro a Sergio Agüero) que ni siquiera fueron al VAR, cuando en este
torneo, la tecnología se utilizó para cualquier detalle, por más burdo que
fuera.
La selección
argentina queda eliminada de otro torneo, justo o no, y van 26 años sin títulos
oficiales, desde la Copa América 1993 en Ecuador. Messi merece mucho más aunque
la AFA, no. Pero, al menos, hay una buena noticia para el fútbol albiceleste:;
hay futuro, hay una cantidad importante de jugadores que si tienen continuidad,
un buen DT y regularidad en el trabajo, las convocatorias y una idea de lo que
se quiere, pueden funcionar.
Franco Armani,
Juan Foyth (siempre como central), Germán Pezzella, Nicolás Tagliafico, Rodrigo
De Paul, Leabdro Paredes, Giovani Lo Celso, Marcos Acuña, Lautaro Martínez y
Paulo Dybala (aunque Scaloni no contó nunca con él), aparecen como los
jugadores para seguir vistiendo la camiseta argentina para acompañar a Messi en
la Copa América 2020, en la que serán locales compartiendo la organización con
Colombia.
En cambio,
parece ya el final de la generación de Messi (que es la excepción).
Especialmente Ángel Di María, y en menor medida Agüero y Otamendi, parecen
llegar a su fin y a lo sumo, los dos últimos, podrían despedirse en 2020 en la
Copa América.
Brasil, en
cambio, tuvo la contundencia, ante Argentina, que no tuvo en el resto de la
Copa (excepto el 5-0 ante el débil Perú). Su déficit está en tres cuartos,
cuando se necesita creatividad para cortar la pelota hacia los definidores,
aunque posiblemente le alcance como local, aunque es claro que jugando así,
tiene pocas chances en un Mundial, como le viene ocurriendo desde 2002.
Su defensa no
tiene goles en contra pero tampoco tuvo que enfrentar a grandes ataques. En la
primera ocasión que tuvo, ante Argentina, le remataron dos veces a los palos y
hubo dos penales no cobrados, signo de que algo no termina de cerrar.
Pero de local,
con una Conmebol que le facilitó todo (un grupo inicial demasiado fácil, como
si a las bolillas del sorteo se les ocurrió que lo mejor sería pasar a cuartos
sin dificultades, el no uso del VAR en instancias decisivas), acaso pueda
festejar su décima Copa América. En el contexto del Realismo Mágico
sudamericano que tanto nos describieron los brillantes literatos como Gabriel
García Márquez, Miguel Ángel Asturias o Mario Vargas Llosa, todo es posible.
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