Desde Río de Janeiro
Nadie podría
decir que no esperaba un triunfo de Brasil, en una final como local, cuando ha
ganado todas las Copas América jugadas en su casa, y ante un rival como Perú,
al que le había ganado 5-0 apenas dos semanas atrás por la fase de grupos. Esta
vez fue 3-1.
De ganar Perú,
habría sido peor que aquel “Maracanazo” de Uruguay en el Mundial de 1950 porque
sus chances eran escasísimas, pero terminó redondeando un partido digno,
incluso parejo por muchos momentos en cuanto a dominio de balón, aunque la gran
diferencia, como casi siempre marcó Brasil, estuvo en esos destellos de calidad
en los momentos decisivos.
Este Brasil se caracterizó
por eso como equipo: solidez defensiva, desde uno de los mejores arqueros del
mundo como Alisson Becker (reciente campeón de la Champions League con el
Liverpool), un gran lateral derecho como Daniel Alves, reconocido como mejor
jugador del torneo, dos centrales de jerarquía como Thiago Silva y Marquinhos,
compañeros del PSG, y aún dio la ventaja de no contar con un tremendo marcador
izquierdo como Marcelo, gran figura del Real Madrid, que no tuvo una buena
temporada y no fue convocado por el entrenador Tité.
A esa solidez
defensiva hay que agregarle que sus volantes son de alta calidad, con uno más
centrado en el aspecto defensivo como Casemiro, otro más distributivo como
Arthur, y desde allí, la maquinaria ofensiva con juego correcto desde Philippe
Coutinho hasta sus finalizadores como Roberto Firmino y Gabriel Jesús.
El gran problema
de este equipo pasó, durante buena parte del torneo, con un inicio dubitativo
por la falta de gol, por la carencia de
creatividad en el momento de la definición. Este Brasil no tiene un jugador
desequilibrante, con magia, que cambie la velocidad del balón o quiebre el
juego de un lado hacia otro de la cancha, como bien pudo ser Neymar, de no
haberse lesionado, pero no le encontró reemplazante.
La calidad
provino desde el lugar menos inesperado, cuando Tité se animó, por fin, a
colocar por la izquierda a Everton, un futbolista que aún participa en su liga
local, en el Gremio de Porto Alegre. Desde ese costado vino la solución a
partir de un juego atrevido, veloz, pícaro, que era algo que últimamente no
encontraba Brasil, demasiado europeizado, en vez de mantener su esencia
sudamericana.
Fue entonces
Everton el que conectó mejor con sus compañeros de ataque desde los cuartos de
final, especialmente, y con los aportes de los ingresos de Willian por la
derecha, y siempre con el resto de jugadores de pases correctos, aunque sin
magia, Brasil se encontró en semifinales contra una Argentina ascendente, que
bien le pudo haber ganado con otro arbitraje y en otro contexto (dos tiros en
los palos, dos penaltis ni cobrados ni consultados al VAR).
Pero pasada
Argentina, ante Perú, en la final, la selección brasileña volvió a aparecer en
los momentos justos. Al cumplirse el cuarto de hora, cuando Perú tenía casi
siempre el balón, ante el primer descuido y el gol de Everton, y tras el empate
de Paolo Guerrero de penal. casi al finalizar el primer tiempo, justo antes del
descanso, por Gabriel Jesús.
Ya asentado en
el segundo tiempo, dejó venir un poco a Perú pero ya estaba aplomado, mejor
parado, cuando Gabriel Jesús recibió la tarjeta roja por doble amarilla, y con
su expulsión, Tité hizo cambios para que el equipo retrocediera unos metros,
pero otra vez fue oportunista, y Zambrano terminó haciéndole otro penalti a
Everton, que convirtió el recientemente ingresado Richarlison, y así, Brasil
conquistó su novena Copa América (Uruguay tiene 15, Argentina 14), y la quinta
en su país, donde jamás perdió una.
En el balance,
exceptuando el muy polémico partido ante Argentina en semifinales, Brasil fue
el mejor. Sólo recibió un gol (de penalti) y tuvo la virtud de acertar en los
momentos justos, en el contexto de un torneo de nivel muy discreto, y con muy
pobre organización, en líneas generales.
Perú hizo lo que
pudo y de hecho, fue mucho más que hace escasos días ante el mismo rival. Es la
tercera vez que esta selección llega entre las tres primeras en las últimas
cuatro ediciones, y si se tiene en cuenta que pudo clasificarse al Mundial de
Rusia después de 36 años de ausencia de la máxima cita, y en semifinales venció
3-0 a Chile, el anterior bicampeón, el saldo es altamente positivo, y el
trabajo del entrenador argentino Ricardo Gareca podría proyectarlo a dirigir al
equipo nacional de su país en 2020, pero eso se decidirá con más tranquilidad,
y tras el regreso de todos a casa.
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