Imagínese,
lector, por un instante, una escena en un hospital público en cualquier ciudad
de la Argentina. Llega un conocido del director, acompañado de un muchacho muy
joven, para recomendarlo como médico de la institución. No tiene título aún,
pero “sabe un montón y va a solucionar muchos problemas de salud”, lo
justifica. El director del hospital dialoga con el joven, que acaba de terminar
el Bachillerato, y evidentemente, maneja algunos conceptos y podría llegar a
ser bueno en lo suyo, a futuro. ¿Pero qué sucede si el allegado lo propone como
jefe del turno mañana o tarde?
Lo más probable es que el director indique que
lo que corresponde es que ese muchacho ingrese primero a la universidad,
estudie mucho, se gradúe, y con el título en la mano regrese, concurse y en ese
caso, si gana, tenga un primer espacio como residente en ese hospital.
Algo parecido
ocurre con la selección argentina. Lionel Scaloni no sólo nunca dirigió antes
un equipo (ya no es que salió campeón o no de algún torneo) y se encontró al
frente de un equipo que tiene como antecedentes históricos 2 Mundiales ganados,
3 finales de Mundiales perdidas, 14 Copas América, 6 Mundiales sub-20, 2 medallas
doradas olímpicas y tantos otros títulos y partidos decisivos. ¿Puede este
director técnico, con estos antecedentes, dirigir a una de las cuatro o cinco
mayores potencias mundiales de fútbol?
El propio
Scaloni, que en la Copa América tuvo que enfrentarse a entrenadores de la talla
de Oscar Tabárez, Reinaldo Rueda, Tité, Carlos Queiroz o Ricardo Gareca (es
decir, toda gente con el doctorado terminado, siguiendo con la analogía),
admitió en una de las conferencias de prensa durante el torneo, que n la Copa
América hizo un curso acelerado, que incluso pudo haber terminado
aceptablemente, o mejor que lo que originalmente se vaticinaba, pero…¿alcanza
con eso?
¿Es posible
justificar a Scaloni, como lo hizo un ausente director de Selecciones
Nacionales en Brasil, César Luis Menotti, quien dijo tras la Copa América,
cuando pasó a respaldar al mismo DT al que antes quería reemplazar, que él
mismo, en 1974, cuando asumió en la selección argentina “no tenía experiencia
porque sólo había ganado un torneo con Huracán”? ¿Es lo mismo ganar un torneo
con Huracán, y de manera brillante (por otra parte, el único título liguero del
Globo en el Profesionalismo desde 1931), que no haber dirigido nunca a nadie?
Todo indica que
Scaloni sigue, primero que nada, porque no hay otro DT de cierto renombre, que
quiera asumir. Esta AFA de Claudio “Chiqui” Tapia, enfrentada con la Conmebol,
con el presidente del Comité Arbitral de la entidad, con El Vaticano, con
Israel, con River, con San Lorenzo, con la Superliga, con la CBF, con Jair
Bolsonaro, con muchos clubes de todo el país por lo sucedido con la definición
de los ascensos federales, y con otros del conurbano bonaerense por la de los
ascensos de esa zona, no parece estar en condiciones de dar ninguna certeza a
un entrenador de jerarquía, y mucho menos, garantía de tranquilidad en un
trabajo a mediano plazo.
Pero a este
primer factor, hay que agregar que Scaloni también sigue porque en la AFA, la
palabra de Lionel Messi sigue pesando demasiado, y si se quejó tras la Copa
América de la corrupción en la Conmebol –un argumento atendible- o si sostuvo
con pulso firme al DT, en buena parte fue porque ningún dirigente de la AFA
tiene la mínima capacidad de anteponerle un marco de institucionalidad, el
director deportivo se llamó a silencio absoluto a distancia, y el crack del
Barcelona ya no es un joven tímido y con algunos granitos en la cara sino un
muchacho de 32 años, padre de familia, y uno de los cuatro más veteranos del
plantel, y no tiene a quién consultar, ni cree necesitarlo.
Se entiende la
buena voluntad y la lucidez de Marcelo Gallardo, el DT de River Plate, cuando
sostiene que a Messi “no lo supieron cuidar”, pero a los 32 años y con tres
hijos, una fortuna y con más de tres decenas de títulos y 15 años de
profesional y 5 Balones de Oro, Messi se sabe cuidar muy bien solito.
El problema es
de institucionalidad, algo que suele costarle demasiado al argentino medio.
Scaloni no debe estar en este lugar no porque sea mejor o peor, sino porque aún
no reúne los requisitos. Y entonces no importa caerle bien al crack, o cebar
buen mate en la concentración, o contar buenos chistes, o que Menotti (por dar
un ejemplo) tenga excelente línea directa con uno de sus ayudantes, Pablo
Aimar. Scaloni no puede estar allí porque no corresponde, y punto.
Pero si el
presidente de la AFA en vez de reclamar antes de los partidos por malas
designaciones arbitrales, o antes del sorteo de los grupos por la irregular
distribución de los equipos en los copones para favorecer (como casi siempre)
al local, se calza el buzo y se sienta a mirar en la platea cómo le patean a
los arqueros, o firma una carta incendiaria a la Conmebol (por si fuera poco,
refrendada al día siguiente por el director de la Escuela de Árbitros, Federico
Beligoy), y olvida que la Argentina será coorganizadora de la Copa América en
apenas un año, y genera un clima que expone al propio Messi a una larga
suspensión, ¿cómo el mejor jugador del mundo no va a creer que en esa anarquía
y falta mínima de ideas, la AFA es él mismo?
Se supone que en
todo orden, un dirigente es aquel que tiene una mirada más profunda que la
masa, alguien que puede ver más allá en el futuro, que puede parar la pelota
para pensar, con mayor temple que la mayoría, en las acciones a seguir, para
beneficio de todos. Cuando esto no ocurre (como en el caso de la AFA), son
otros los que toman la bandera, aunque no sea lo que corresponda. Y Messi crece
en roles que no les son propios desde la falta de alguien que aporte ideas y
sentido común, a partir de su liderazgo futbolístico y desde épocas pasadas en
las que comenzaron las irregularidades que fueron determinando que cada palabra
suya fuese santa.
¿Acaso puede
hacerlo contra la Conmebol la dirigencia que utilizó las mismas herramientas en
el ascenso local? ¿Acaso puede hacerse con el antecedente de la Mano de Dios,
el Bidón de Branco, o el 6-0 a Perú? Calavera no debería chillar.
Mientras no haya
un marco institucional serio (como por ejemplo, que cualquier medio nacional de
comunicación –que no haya pagado derechos-, que hizo un enorme esfuerzo por
cubrir el torneo, se haya ido de Brasil tras un mes, sin una sola entrevista
exclusiva con jugadores argentinos porque estos no tienen intenciones de hablar),
la AFA seguirá exponiendo al fútbol argentino a cómo sople el viento y a pagar
las consecuencias de tantos desatinos.
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