Desde Río de Janeiro
La alegría fue
toda brasileña, en el final. El público no tuvo que sufrir demasiado, esta vez,
cuando su selección conquistó su octava Copa América (Uruguay tiene 15,
Argentina 14), y pudo prolongar su récord de seguir ganando todos los torneos
continentales disputados como local en la historia (5) al vencer merecidamente
a Perú por 3-1 en el mítico estadio Maracaná.
El equipo
brasileño, sin la magia de otros tiempos, especialmente desde la ausencia de
Neymar por lesión, terminó teniendo como estandarte de creatividad y buen juego
a su veterano lateral derecho Daniel Alves, ganador del trofeo al mejor jugador
del campeonato, y a un delantero que no era tenido demasiado en cuenta al
inicio, “Cebollinha” Everton, del Gremio de Porto Alegre, imparable como
extremo izquierdo.
Este Brasil fue
una mezcla de solidez defensiva (recibió un solo gol, y fue de penal, en la final,
a través del peruano Paolo Guerrero, que juega en el fútbol brasileño), un
arquero serio como Alisson Becker (reciente campeón de la Champions League con
el Liverpool), dos volantes dúctiles y bien distintos como Casemiro (más
defensivo) y Arthur (/más distributivo), y correctos delanteros como el
señalado Everton, Gabriel Jesús, Roberto Firmino, y en menor medida Willian,
con el enlace de Philippe Coutinho.
Ninguno brilló
especialmente, pero Brasil se asemejó a un noqueador: apareció siempre en el
momento justo para definir, y si quedó alguna duda fue porque ante Argentina en
semifinales fue muy beneficiado por un muy mal arbitraje, pero en el resto de
los casos, aún con varios partidos deslucidos en la fase de grupos, porque no
pudo salir del cero ante Venezuela y Paraguay, y tampoco pudo vencer a Bolivia
hasta la segunda parte, aunque luego fue creciendo.
No fue
casualidad que en el momento de la premiación haya subido al podio el
presidente Jair Bolsonaro, y acompañado del paraguayo Alejandro Domínguez,
titular de la Conmebol, que en todo el certamen jamás se refirió a ninguna
situación del mismo y se mantuvo en un extraño silencio.
El nivel
futbolístico de la Copa fue solamente discreto y repuntó un poco en las fases
finales, y con polémicas importantes como el uso de la tecnología (a veces
parecía que el VAR era necesario hasta en jugadas que no importaban a nadie, y
otras, no se lo usaba ante faltas flagrantes), o el estado de los terrenos de
juego, que dieron lugar a fuertes protestas.
Desde lo deportivo,
no sólo para Brasil hay balance positivo. Perú terminó redondeando un muy buen
certamen, en el que se consolidó el trabajo de Ricardo Gareca como director
técnico, tras llegar una vez más a los puestos de privilegio (finalista ahora,
semifinalista en Chile 2015, clasificado al Mundial de Rusia), mientras que el
colombiano Reinaldo Rueda pudo levantar en Chile a algunos jugadores que venían
de temporadas discretas (Alexis Sánchez, Gary Medel, Eduardo Vargas) y todo
indica que hay futuro, al menos en los próximos meses.
Uruguay, pese a
quedar sorpresivamente eliminado en cuartos de final por penales ante Perú,
mostró la misma solidez de siempre con el largo y serio trabajo del Maestro
Oscar Tabárez, y el portugués Carlos Queiroz parece haber adelantado unos
metros en la cancha el juego preciosista y de posición de pelota de Colombia,
mientras que Venezuela resulta cada vez más competitiva.
En cuanto a la
selección argentina, aún jugando por momentos buen fútbol en el final ante
Brasil (cuando fue perjudicada netamente) y ante Chile (algo parecido), no deja
de cerrar un enorme signo de pregunta. Su entrenador, Lionel Scaloni, no tuvo
empacho en decir que hizo “un curso acelerado” durante la Copa, que no parece
ser el ámbito adecuado, mientras que su dirigencia se vio enfrascada, como un
toro bravío, en una inconducente polémica con la Conmebol, dejando solo a su
gran estrella, Lionel Messi, quien terminó pareciéndose, más que nunca, a un
rebelde Diego Maradona, cuando en las fases finales presentó un nivel
futbolístico de alto nivel pero quedó enmarañado en la queja.
La gran pregunta
de la selección argentina es si a su regreso de la Copa, por fin, habrá cambios
o todo seguirá igual que siempre.
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