El duro golpe
recibido por River en Lima ante el Flamengo no es el primero de su
historia. En 1966, se fue al descanso ganando 2-0 en el partido decisivo de la
Copa Libertadores ante Peñarol de Montevideo, pero los uruguayos lograron
empatar para imponerse 4-2 en el alargue, y en 1976, también en Santiago de
Chile, cayó ante Cruzeiro por 3-2 en el tercer partido, con un gol de tiro
libre a dos minutos del final.
River había
llegado a la final de la Copa Libertadores de 1966 como subcampeón argentino
(llevaba nueve años sin conseguir un título local) y debía enfrentar a un
poderoso Peñarol que en la séptima edición del torneo sudamericano ya iba en
búsqueda de su tercer campeonato y le había ganado 2-0 en el partido de ida en
el estadio Centenario, y como los argentinos vencieron 3-2 en la revancha del
Monumental, hubo que ir a un tercer y decisivo partido en el estadio Nacional de
Santiago.
Esta final se
jugó el 20 de mayo de 1966 y River se fue al descanso ganando por un cómodo 2-0
con goles de Daniel Onega y Jorge Solari, pero en el segundo tiempo, tras una
parada del veterano arquero Amadeo Carrizo con el pecho en vez de usar las
manos, los jugadores uruguayos se enardecieron y consiguieron empatarlo con
goles del ecuatoriano Alberto Spencer y Julio César Abadie. Hubo que jugar un
alargue de 30 minutos, en los que otra vez Spencer y Pedro Virgilio Rocha
dieron vuelta el marcador.
Al regresar al
torneo local, River tuvo que visitar a Bánfield, cuya hinchada, con ironía por
la final perdida, soltó en la cancha una gallina con una franja roja pintada y
desde ese momento quedó el mote que adoptaron los propios hinchas
“Millonarios”.
Diez años más
tarde, en 1976, River tenía que enfrentar a Cruzeiro en otra final de Copa
Libertadores. Esa debía ser la coronación de una brillante campaña comenzada en
1975, con Ángel Labruna como director técnico, con el bicampeonato local
(Metropolitano y Nacional) tras 18 años sin conseguirlo y en semifinales había
logrado eliminar al Independiente campeón por cuatro veces consecutivas (1972 a
1975).
En el partido de
ida, en Belo Horizonte, Cruzeiro se impuso por 4-1 y en la revancha, en el
Monumental, River ganó 2-1 y como una década atrás, hubo que ir a un tercer
partido en el estadio Nacional, al que los argentinos llegaron con muchas bajas
entre lesiones y suspensiones.
Ya en el segundo
tiempo, Cruzeiro ganaba 2-0 con goles de Nelinho y Eduardo, pero River lo
empató en apenas diez minutos con goles de Oscar Más y el defensor Alberto Hugo
Urquiza. Sin embargo, los brasileños terminaron imponiéndose a dos minutos del
final con un tiro libre de Joaozinho que venció al arquero Luis Landaburu.
La Copa Libertadores,
en sus sesenta ediciones, tuvo varias definiciones agónicas. La primera, jugada
en 1960, finalizó con el triunfo de Peñarol ante Olimpia de Paraguay con un gol
de Luis Cubilla faltando apenas siete minutos. Los uruguayos habían ganado 1-0
en la ida en Montevideo con gol de Spencer y en la vuelta, en el estadio Puerto
Sajonia de Asunción, se imponían los “franjeados” por 1-0, igualando la serie,
con gol de Hipólito Recalde.
Peñarol se iría
convirtiendo en un especialista en triunfos agónicos porque de esta forma
consiguió tres de sus cinco Copas. En
1982, tuvo que definir ante el Cobreloa de Chile, que había perdido la final de
1981 ante Flamengo. Habían empatado en la ida 0-0 en Montevideo y el segundo
partido se jugó en el estadio Nacional de Santiago porque la Conmebol no aceptó
que Cobreloa lo hiciera en su reducto de Calama. Era el mismo escenario en el
que los uruguayos se habían coronado en 1966 ante River pero el partido estaba
igualado otra vez 0-0 y ya quedaban segundos
cuando el árbitro argentino Jorge Romero otorgó una falta para Peñarol.
Antes de ejecutarla, el goleador Fernando Morena le pidió “terminalo y nos
vamos al tercer partido en Buenos Aires”.
Pero el partido se prolongó unos
segundos y en la jugada siguiente, Venancio Ramos desbordó por la derecha,
envió un centro, y Morena, de cabeza, le dio el gol y el título a su equipo.
Cinco años más
tarde, en 1987, Peñarol, dirigido por Oscar Washington Tabárez, tuvo que
definir el título ante el poderoso América de Cali, que llegaba a su tercera
final de Copa Libertadores consecutiva (había caído ante Argentinos Juniors en
1985 y ante River en 1986). América habpia ganado 2-0 como local y Peñarol, 2-1
en Montevideo por lo que, otra vez, los uruguayos debían ir a un tercer partido
en el mismo estadio Nacional en el que ya se habían coronado agónicamente en
1966y 1982. El empate le daba el título a los colombianos por diferencia de gol
y el partido estuvo empatado 0-0 hasta el final, incluso durante todo el
alargue de treinta minutos, y en la última jugada, el delantero Diego Aguirre,
con un remate cruzado, pudo vencer al arquero argentino Julio César Falcioni.
Un hecho poco
común es que una división política interna de Peñarol determinó que unos
dirigentes reivindicaran más la final de 1982 (Washington Cataldi, el
presidente de esa época), mientras que otros resaltaran más la de 1987 (José
Pedro Damiani, el mandatario de aquel momento, de complicadas relaciones con su
antecesor).
En 2018, en el
estadio Santiago Bernabeu de Madrid, River se imponía a Boca 2-1 en el alargue
de treinta minutos luego de que el partido finalizara 1-1 en los noventa (2-2
en la ida en la Bombonera), cuando un remate del lateral Leonardo Jara, desde
fuera del área, terminó con la pelota dando en el palo derecho, con el arquero
de River, Franco Armani, ya vencido, a segundos del final. Con el guardameta de
Boca, Esteban Andrada, ya jugado al ataque, Gonzalo “Pity” Martínez se fue solo
y con pelota dominada desde su propio campo, y sin obstáculos, cerró la final
empujando la pelota a la red para el 3-1.
También la
Champions League, en Europa, tuvo definiciones dramáticas. En 1974, cuando aún
era la Copa de Campeones de Europa, un Atlético Madrid repleto de argentinos
(Iselín Ovejero, Ramón Heredia, Rubén Ayala, Rubén Díaz, José Garate) y
dirigido por Juan Carlos Lorenzo, alcanzó la final ante el poderoso Bayern
Munich, base de la selección alemana que un mes más tarde ganaría el Mundial
como local.
El partido se
jugó en el estadio Heysel, en Bélgica y tras un empate sin goles en los noventa
minutos, hubo que ir a un alargue de treinta. A sólo seis minutos para el
final, Luis Aragonés marcó un gol de tiro libre que parecía decisivo, pero en
la última jugada, y desde media distancia, Hans Georg Schwarzenbeck sorprendió
al arquero Miguel Reina (el padre de Pepe, el arquero español campeón mundial
en 2010) y empató 1-1 y obligó a un segundo partido en el mismo escenario pero dos
días más tarde, en el que ya los germanos se impusieron por un inapelable 4-0
(dos goles de Uli Hoeness y dos de Gerd Müller).
Este gol de
Schwartznbeck marcó a fuego a generaciones de hinchas del Atlético Madrid, al
que comenzaron a emparentar con la mala suerte (en España lo llamaron por años
“el pupas”) y hasta se le atribuyó a Reina responsabilidades en el gol alemán
porque estaba tan distendido que segundos antes se distrajo firmando autógrafos
a los alcanza pelotas cercanos a su arco.
Lorenzo, ya fallecido,
llegó a contarle a este cronista que en las horas siguientes al primer partido,
“buscaba a Reina por todas partes pero no lo podía encontrar, se escapó”. El
Bayern comenzaría un reinado de tres años seguidos en Europa, liderado por el
“káiser” Franz Beckenbauer, aunque no quiso disputar la Copa Intercontinental,
que el Atlético le ganó a Independiente.
Un cuarto de
siglo más tarde, en la final de la Champions League de 1999 en el Camp Nou del
Barcelona (se jugó allí porque fue el año del Centenario del club catalán), el
Bayern Munich comenzó ganándole al Manchester United con un gol tempranero de
Mario Bassler y dominó por completo a los ingleses. El partido estuvo 1-0 para
los alemanes hasta el final y cuando restaban pocos minutos, el escocés sir
Alex Ferguson, DT del Manchester United, hizo entrar al veterano Teddy
Sheringham y al noruego Oleg Gunnar Solskjaer (actual entrenador de los
“Diablos Rojos”).
Sheringham
desvió un defectuoso remate de Ryan Giggs para empatar el partido en el minuto
89 y Solskjaer, tras un córner desde la derecha de David Beckham, pudo
establecer el 2-1 final en el minuto 91.
No fue
la única final agónica que sufrió el Bayern. Hubo otra casi peor. Fue en la
temporada 2011/12 y como local, en el Allianz Arena, ante un Chelsea remendado,
dirigido por el italiano Roberto Di Matteo.
Fue una final cerrada por la actitud defensiva de los ingleses hasta que
por fin, a ocho minutos del final, pudo marcar Thomas Müller ante el delirio de
los hinchas alemanes, pero cuando nada lo preveía, a dos minutos del cierre
empató el marfileño Didier Drogba, y obligó al alargue y los penales y allí se
impuso el Chelsea y justamente Drogba fue el autor de la ejecución definitiva.
Siempre
dirigido por Jupp Heynckes, el Bayern se vengaría al año siguiente al vencer en
la final al Borussia Dortmund.
En 2014, en
Lisboa, exactamente cuarenta años después de aquella increíble derrota ante el
Bayern, el Atlético Madrid, ahora dirigido por el argentino Diego Simeone,
llegó a la final de la Champions ante su rival de la ciudad, el Real Madrid.
Ganaban los albirrojos con un gol de Diego Godín y ya se desataba la fiesta
cuando a los 2 minutos y 48 segundos de descuento, el defensor “merengue”
Sergio Ramos, empató con un cabezazo y forzó el alargue de treinta minutos y
tal como en 1974, los “colchoneros” se desinflaron y ganaron los blancos 4-1.
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Esta final se jugó el 20 de mayo de 1966 y River se fue al descanso ganando por un cómodo 2-0 con goles de Daniel Onega y Jorge Solari, pero en el segundo tiempo, tras una parada del veterano arquero Amadeo Carrizo con el pecho en vez de usar las manos, los jugadores uruguayos se enardecieron y consiguieron empatarlo con goles del ecuatoriano Alberto Spencer y Julio César Abadie. Esto es muy divertido.
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