El diario
deportivo “As” de Madrid hizo el cálculo científico. Cuando Gareth Bale ingresó
como suplente ante la Real Sociedad en el estadio Santiago Bernabeu, el pasado
domingo, la sonora silbatina marcó exactamente 87 decibeles y aún así, el
potente delantero, protagonista de varias finales para el Real Madrid, cumplió,
jugó un buen partido, y su entrenador, Zinedine Zidane, no le cayó encima como
tampoco la comisión directiva.
En su último
partido con su selección, y como modo de provocar a un club y a una prensa que
viene persiguiéndolo por una supuesta actitud indolente hacia la entidad blanca
de la capital española, Bale apareció con una pancarta que decía “Gales, Golf,
Madrid, en ese orden”, una forma de colocar al club en una tercera prioridad, a
sabiendas de que eso le traería problemas.
Acaso, Bale ya
se vea fuera del Real Madrid en 2020 o acaso ni le interese lo que le vaya a
pasar y su mensaje está queriendo decir que además de jugar al fútbol, el tipo
nació en Gales, ama su lugar de origen, y le encanta jugar al golf, y cuando
tiene que realizar su trabajo profesional, el de jugador de fútbol, va y lo
hace. Y vaya si lo hace, porque es un auténtico jugadorazo que no admite. En lo
técnico, demasiada discusión.
Paralelamente a
Bale, el extraordinario defensor del Fútbol Club Barcelona, Gerard Piqué,
atraviesa una situación distinta de forma pero muy parecida de fondo, aunque es
más cuestionado por los medios que por los aficionados blaugranas por estar
dedicado a full, en estos días, a la nueva Copa Davis en Madrid, organizada por
su exitosa empresa Kosmos.
Los propios
medios que lo critican, admiten al mismo tiempo que Piqué, y así es, tiene una
capacidad intelectual (y de negocios) muy superior a la media, y mientras
otros, en sus ratos libres, permanecen con sus seres queridos, o salen, o
viajan, o duermen o ven la tele, Piqúe es multifacético y siendo aún jugador,
ya se codea con los grandes nombres del mundo del deporte y de otros
quehaceres. ¿Y cuál es el problema?
Un diario
deportivo de Barcelona llegó a discutirle al defensor (al que alguna vez
llamaron “Piquembauer”) que no es como él dice, y que viajar seguido desde
Barcelona a Madrid insume tres horas y no “lo que un viaje en coche a las
afueras”, como si en el día libre fuera importante si una hora, dos o tres. ¿No
debería importar el rendimiento en el campo de juego, y no lo que sucede
afuera?
Sosteníamos más
arriba que los casos de Bale y de Piqué son distintos de forma pero parecidos
en el fondo, porque siendo dos jugadores de perfiles completamente diferentes
(Bale, más distante y poco locuaz, Piqué, muy cercano en el afecto del
Barcelona y de posiciones frontales y permanentes), ambos, cada uno por su
actividad fuera de la cancha, es reclamado por la prensa deportiva local por no
estar “24/7” metidos en lo suyo, como si no hubiera vida privada o como si el
club estuviera por encima de todo en tanto “pagante del sueldo”.
A su manera, Bale
y Piqué vienen a decir que mal que les pese a estos medios, que se fueron
convirtiendo en voceros de sus clubes en ocasiones como éstas, hay vida más
allá del fútbol y no sólo más allá. Porque dentro del fútbol, el sentimiento
por una selección nacional supera en un altísimo porcentaje, el de los clubes
pagantes, a los que van por prestigio, poderío o dinero, no hay que olvidarlo.
Desde hace
tiempo que el fútbol mundial sufre un tironeo entre los clubes poderosos
europeos (ejemplificados en la ECA) y las selecciones nacionales. Ya hace unos
años, el ex presidente de la FIFA, el suizo Joseph Blatter, llegó a decir que a
él, en ese cargo, le tocaba “administrar pasiones”. No hay mayor contradicción
que esa. “Administrar” va reñido de “Pasión”
pero hoy el fútbol atraviesa este duelo, en el que el poderoso caballero
“Don Dinero” de los clubes europeos comienza a ganarle por goleada a la pasión
de las selecciones nacionales, una vez que la vieja dirigencia (aún corrupta en
los manejos de los fondos) dejó su lugar a los que ya responden por completo a
los mandatos del gran capital.
No es casual,
por ejemplo, la aparición de la Liga de las Naciones de Europa. No es otra cosa
que la metida de mano de los clubes poderosos para cerrar a las selecciones
europeas a lo que llaman “Virus FIFA”, esto de que sus jugadores tengan que
viajar muy lejos entresemana para luego regresar exhaustos de “partidillos” de
sus selecciones nacionales y no rendir ante el capitalista que es, al fin y al
cabo, el que lo mantiene. Esa es la mentalidad. Y entonces, con esta Liga, al
menos se garantizan de que los europeos seleccionados no salgan del continente,
aunque nos priven a todos de partidos como Alemania-Brasil, España-Argentina u
Holanda-Uruguay, salvo huecos en fechas excepcionales. Todo sea por el gran
capital.
Entonces, que a
Bale le guste jugar al golf en su tiempo libre, o se sienta más cómodo con la
camiseta de Gales que con la del Real Madrid, cuando tras ganar mil partidos lo
tildan de indolente, tiene toda la lógica del mundo. Y que Piqué, en vez de
mirar la tele o comprarse ropa, tenga éxito organizando la Copa Davis con un
nuevo formato, y en Madrid, también la tiene.
Guste o no, hay
vida fuera del fútbol profesional, y aún los jugadores pueden elegir, por
ahora, qué hacer con ella, aunque mañana nunca se sabe.
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