Acaso el 11 de noviembre de 2007 puede ser el principio del fin, aunque un mes y medio después, buena parte del calcio parece haberlo olvidado, con los hechos que corren tan vertiginosamente. Ese día perdió la vida el joven de 26 años e hincha del Lazio romano Gabriele Sandri, cuando iba con su coche y acompañado de amigos rumbo a Milan para seguir a su equipo ante el Inter, tuvo una discusión en una estación de servicio de la autopista de Arezzo (Toscana, en el centro de Italia) con hinchas de la Juventus, y el policía Luigi Spaccarotella disparó (según él, para disuadir a las partes) y su disparo terminó ingresando por la luneta de Sandri, cuya muerte impactó a toda la sociedad italiana.
Acaso también aquel funeral que pareció una manifestación cívica en la ciudad de Roma, con cinco mil personas (muchas de ellas hinchas de todos los equipos) siguiendo el féretro en la Iglesia de San Pío X, y hasta con un supercrack del equipo rival, la Roma, como Francesco Totti, acercándose para llorar abrazado a los padres de “Gabbo”, como se conocía en las discotecas de Roma a este muchacho conocido como disc-jockey, puede haber sido el puntapié para el inicio de un cambio radical y hasta desesperado para un país que respira fútbol, cuya selección acaba de ganar su cuarto Mundial en Alemania 2006, pero que aquella fiesta que llevó hace un año y medio a dos millones de personas al Circo Massimo para recibir a aquellos héroes, hoy apenas su es testigo de marchas en silencio o de protesta.
Desde hace dos décadas que algunos sociólogos (podemos citar a Antonio Roversi, de la Universidad de Bolonia, a quien tratamos y es autor de “Calcio y violencia en Europa”) vienen advirtiendo acerca de un fenómeno creciente y que es el de la violencia ultra, cuya expresión no tiene sólo que ver con el fútbol, sino que la mayor parte de los sectores más duros tienen contactos con organizaciones o partidos de extrema derecha o izquierda.
Desde hace rato que un partido entre Lazio (con ultras reconocidamente fascistas) y Livorno (ultras ligados al Partico Comunista Italiano) es motivo de un enorme despliegue policial y una batalla campal segura, algo parecido al odio que se conoce que existe entre los dos clubes romanos (Roma y Lazio), pero que puede estallar en cualquier lugar y en cualquier momento.
La muerte de Sandri derivó en que el mejor jugador del mundo de la actualidad, el brasileño del Milan Kaká, advirtiera que el calcio “`pierde credibilidad por los escándalos, aquel agente muerto (en referencia al policía Filippo Rascitti, de 38 años, asesinado tras una reyerta entre los ultras de Catania y Palermo el pasado 3 de febrero, cuando una vez más, la Federación dijo de parar el torneo, ahora el hincha de Lazio. Si se llega a desencadenar una guerra entre los tifosi más violentos y la Policía, el calcio corre serio riesgo de morir. Por eso hay que intervenir inmediatamente porque si sigue la violencia, los jugadores extranjeros se terminarán yendo de a uno”.
No parece que Kaká haya sido escuchado como se debía. Tras el asesinato de Sandri, el último caso de muerte en el calcio, la clase política, no casualmente, llegó a hablar de “guerrilla urbana” para definir lo ocurrido en la zona aledaña al estadio Olímpico de Roma, cuando al saberse la noticia de la muerte del joven, se suspendió el Roma-Cagliari. Fue entonces cuando los ultras de la Roma quisieron ingresar al estadio nuevamente para arrojar petardos e incendiar motos, coches, tachos de basura, y hasta intentaron asaltar un autobús con gente adentro, moviéndolo con la intención de volcarlo.
Los antecedentes hablan por sí mismos: el 6 de mayo de 2001, los ultras del Atalanta arrojaron una moto, e incendiada, desde el segundo anfiteatro norte del estadio San Siro, en un partido de su equipo contra Inter. No pasó nada de milagro, porque la moto dio contra butacas de abajo. ¿Cómo una moto pasó un control de seguridad para ingresar a un estadio?. Ese mismo año, fue agredido por ultras del Lazio el defensor brasileño de la Roma Antonio Carlos “Zago”, quien debió ser atendido de heridas, rasguños, y hasta de un golpe en una de sus orejas.
Pero una de las grandes locuras del calcio ocurrió el 22 de marzo de 2004, cuando se suspendió un clásico entre Lazio y Roma por un rumor (nunca comprobado) del asesinato de un niño en los alrededores del estadio Olímpico. En lo que parece ficción, y aunque desde los altavoces se desmintió la información y se convocó a los espectadores a continuar viendo el partido, que debía reiniciarse tras el descanso, lo cierto es que los hinchas creyeron más en los corrillos de voces y en algunos cánticos sueltos de “asesinos, asesinos” dedicados a la Policía, que a las propias instituciones, que trataron de explicar en vano a cincuenta mil espectadores, de que esa muerte no era real. Y aunque el propio árbitro recomenzó el partido, los hinchas de los dos equipos gritaban a sus jugadores para que no continuaran e invadieron el campo de juego para convencer también al árbitro, que recibió incluso una orden desde un teléfono celular que le alcanzaron, para que suspendiera el partido. Esa orden llegaba por parte del propio presidente de la Federación Italiana, nada menos, que implicaba resignarse ante el rumor, antes que luchar contra un desatino semejante.
Espectáculos como esos, en Italia abundan, en lo que es una muestra del estado de desarticulación social y de la pérdida de representatividad de las instituciones, algo que paradójicamente se planteaba Nicolás Maquiavelo hace siglos, pensando en Italia, y que recién tantos centenares de años después, pudo unificar Garibaldi.
El 13 de abril de 2005, Inter y Milan se eliminaban por la Champions League, cuando el árbitro alemán Markus Merk anuló un gol de cabeza del volante argentino del Inter Esteban Cambiasso, al considerar que había cargado contra el arquero Dida. Cambiasso increpó al juez por esta anulación e inmediatamente llegó la reacción ultra. Una bengala dio en el hombro de Dida, el locutor del estadio, en vez de decir que el partido estaba suspendido, sólo dijo que los jugadores “se retiraron al vestuario por un momento” y jamás pidió calma a los asistentes. Desde la tribuna del Milan, los hinchas colocaron una bandera que decía “cuando (Adriano) Galliani –presidente del Milan, pelado- se haga la permanente, el Inter ganará”. Lo increíble es que a los treinta minutos, los jugadores volvieron a reanudar el partido. Dida había sido reemplazado por Abiatti y a nadie se le ocurrió pensar que al regresar, los jugadores también habían perdido la batalla de la dignidad. Pero tampoco se les ocurrió que ante el clima que se vivía, por lo menos cambiar de arco sería beneficioso, y ni siquiera así, el partido pudo seguir.
Apenas un dìa antes, el partido entre Lazio y Livorno, se jugó en un estadio olímpico plagado de cruces esvásticas y 240 arrestados por disturbios. El 3 de diciembre de 2006, en ocasión de un Lazio-Fiorentina, los ultras romanos incendiaron una patrulla policial y burlaron las barreras de seguridad del estadio Artemio Franchi.
El fútbol italiano se fue desarticulando y no es casual que luego de los sucesos extradeportivos conocidos como el “caso Moggi” por el que se supo de escuchas telefónicas entre el director deportivo de la Juventus y dirigentes influyentes del fútbol italiano para beneficiar a su equipo y perjudicar a otros (especialmente el Inter), la violencia entre los ultras haya aumentado y el clima de crispación se hiciera insoportable. Ya nadie creía en sus dirigentes, en ese fútbol corrupto en el que ya no se sabía por qué llegaba o se iba un jugador de cualquier equipo y casi siempre escondía algún negociado (es el día de hoy que ya castigado Moggi, y con la pérdida de una liga y un descensos a Serie B, el dirigente sigue teniendo los mayores contactos, que son difundidos por los principales diarios, al tener éstos accesos a más escuchas).
Así llegamos al 3 de febrero de 2007 en ocasión del Catania-Palermo, dos equipos del sur italiano. El primer tiempo transcurría normalmente, pero todo se desencadenó con el arribo de los hinchas del Palermo, protegidos por la policía, lo que genera un primer enfrentamiento con los hinchas locales. Así, el partido debe suspenderse en el minuto 13 y por media hora, por la neblina producto de los gases lacrimógenos y las bombas de humo. La batalla se traslada al exterior, con la participación de 1500 policías antidisturbios y una bomba estalla dentro del coche del oficial Rascitti, que es trasladado al hospital Garibaldi, donde fallece tras 45 minutos de agonía.
El escándalo fue total. El presidente de la Federación Italiana, Luca Pancalli, anunció la suspensión de todas las categorías para la semana siguiente aunque alguien ironizó con que justo se paraba un torneo cuando a la semana siguiente no se había previsto jugar una fecha. “El calcio cierra. Ya basta. Es una situación que no quiero comentar”. “Perder la vida a los 38 años, como este oficial, es algo increíble. Esto ya no es deporte”, dijo Gianni Petrucci, el presidente del Comité Olímpico Italiano, y hasta el primer ministro Romano Prodi salió a apoyarlo: “contra la degeneración del deporte, son necesarias medidas fuertes”, la ministra de Deportes, Giovanna Melandri, estuvo todo el día reunida con el ministro del Interior, Giuliano Amato y hasta el diario “L’osservatore romano”, expresión de El Vaticano, pidió que “se suspendan todos los campeonatos italianos por un año”.
El único que desentonó con esta línea fue Antonio Matarrese, el presidente de la Liga, quien llegó a decir que el calcio “no se puede suspender porque los muertos forman parte del sistema. La Fiat no cerró para levantar cabeza. Podemos estar apesadumbrados, pero el espectáculo debe continuar”. Estas duras declaraciones de Matarrese, un hombre poderoso del fútbol italiano y mundial, fueron rechazadas de plano por todos. “No se pueden comentar”, dijo la ministra Melandi, o “locas”, calificó Prodi, o “desencantado e indignado”, se manifestó Petrucci.
Pero apenas nueve meses después, la muerte de Gabriele Sandri, venía a probar que pese a tanta frase dura de ocasión, todo indica que Matarrese tenía razón y el show debía continuar. Aunque la Municipalidad de Roma designara como “Jornada de Luto” por esta muerte, o que los hinchas gritaran “justicia, justicia” al paso del féretro del joven, o aunque el fiscal Ennio Di Cicco dijera que el policía Spaccarotella está sumamente comprometido al comprobarse que al apuntar su arma, lo hizo sosteniéndola con sus dos manos y eso se suele juzgar como “homicidio intencional”, o aunque en toda la ciudad de Roma aparecieran pintadas como “Estado asesino”, “Esbirros impunes” o “pronto, otro Rascitti”.
El presidente de la UEFA, el francés Michel Platini, que por años defendió los colores de la Juventus, se llegó a preguntar “¿qué tiene que ver el fútbol con lo que pasó en la autopista de Arezzo?”, mientras ue el entrenador campeón mundial con la selección italiana, Marcello Lippi, afirmó que es “cada entidad la que tiene que decirle a sus hinchas que el dinero que se usa para contratar jugadores, ahora será destinado para garantizar la seguridad”.
El estado de conmoción es total, aunque la clase política y deportiva italiana se debata sobre lo que hay que hacer, mientras todo sigue como entonces, a la espera de la próxima muerte. La sociedad parece ir muy adelante y marcando el camino. Webs como las de los periódicos “La Repubblica” o “Corriere della Sera”, promueven la votación de los lectores sobre si se debe suspender el campeonato o no. En el “Corriere”, el 69 por ciento de los encuestados cree que se debe suspender por un año, un 16 por ciento, por un mes, y un 14 por ciento, por una jornada, pero todos miran para el costado.
En su magnífico libro “Historias del calcio”, Enric González, corresponsal en Italia del diario “El País” de Madrid, recuerda que durante 2007 se suspendió el llamado “Calcio storico” en Florencia, porque en la ceremonia de los últimos años, en la que los habitantes imitaban el viejo “calcio” (que significa “patada”) que se jugaba en la época medieval, por los episodios violentos que se generaban. A ese calcio llegaron a jugar en aquel tiempo Lorenzo II de Medicis y hasta los papas Clemente VII y Leon XI.
“El Calcio (sostiene González) contiene altas dosis de violencia, pasión, fraude, dinero y disparate, pero es también un complejo mecanismo de símbolos, un código social”. Y parece difícil que todo eso vaya a detenerse con una industria de la que vive demasiada gente, en juego.
Por lo pronto, al menos desde esa misma ciudad que generó aquel Calcio medieval, ahora apareció la idea del “Tercer Tiempo”, a la que todos parecen querer adherir, y que consiste, como aún perdura en el rugby, que al finalizar los partidos ambos equipos convivan fraternalmente. La Fiorentina ya lo hizo en noviembre ante el Inter, aún perdiendo. Fórmulas distintas que se buscan para un país que respira fútbol, pero que se ha violentado ya demasiado y pende de un hilo, si no toma medidas a tiempo.
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