Más que ganarle al otro, es un desafío consigo mismos y con sus aficiones. Cuando esta noche europea (tarde argentina) se enfrenten el Valencia y el Getafe en el estadio Vicente Calderón, acaso en la última final que albergue antes de ser demolido, por la final de la Copa del Rey, estará en juego, para unos, la temporada entera, y para otros, el hacerse mayores de edad por fin, y a pocos años de ascender a Primera, con un título que se les negó en 2007 y a pocos días de habérseles escurrido de las manos el increíble partido ante el Bayern Munich.
El Valencia-Getafe está lejos, por ahora, de ser un clásico y ni siquiera hay una gran rivalidad entre ellos, pero la final de la nueva edición de la Copa del Rey, con la presencia en el Palco de Honor del monarca Juan Carlos I de Borbón, que entregará el trofeo al ganador, los encuentra en un momento acuciante y con la ocasión propicia para redimirse ante su gente, si bien es mucho más delicado para los “chés” que para los azulones de las afueras de Madrid.
Ronald Koeman, el entrenador holandés del Valencia, que como jugador ha definido con un tiro libre nada menos que una final de Champions League en Wembley para el Barcelona en el mítico partido ante la Sampdoria en 1992, no ha tenido en su nuevo trabajo la misma suerte que como defensor, y aún con Jose Mari Bakero, integrante de aquel Dream Team de Johan Cruyff, como colaborador, reciben desde hace varias semanas en Mestalla la pañolada de protesta de los aficionados, no sólo muy descontentos con el rendimiento del equipo, sino ahora muy preocupados al quedar a tan sólo seis puntos del descenso directo, con dieciocho en juego en la liga.
Koeman ya comenzó en el Valencia con el pie izquierdo. Su afán por aterrizar en una liga competitiva para ir poniendo un pie en el futuro de su querido Barcelona le jugó una mala pasada y aceptó demasiado pronto una oferta de los “ches” en medio de una crisis institucional que terminó con la renuncia de su principal accionista, Juan Bautista Soler, de quien se dice que iba a Mestalla más a hablar por su celular y cerrar negocios que a ver fútbol. Tal es así que su explicación para contratar a Koeman y quitarlo de las filas del PSV Eindhoven fue que se trataba de “un técnico ofensivo, que responde a las tradiciones del club”, cuando justamente hasta ese momento había sido lo contrario, no sólo en el PSV sino anteriormente, en el Benfica.
Pero la cosa no quedó allí. Koeman y Bakero aceptaron las directivas de Soler acerca de que había que “limpiar” el vestuario, y tomaron rápidamente la medida de alejar del plantel a jugadores emblemáticos y ganadores como David Albelda, Santiago Cañizares y Miguel Angel Angulo, lo que dividió al equipo y provocó un sismo tal, que actuales estrellas como el goleador David Villa, ya manifestaron su intención de alejarse si no hay cambios sustanciales de cara a la próxima temporada, y ni la llegada de los juveniles Ever Banega (Boca) y Maduro (Ajax) pudo cambiar el eje de la polémica.
Eliminado de la Champions League en la primera fase de grupos, algo inusual para el Valencia, al punto de no conseguir siquiera el pase a la Copa UEFA (sólo lo consigue el tercero de un grupo de cuatro equipos, mientras los dos primeros avanzan hacia la fase final) y en la cola en la liga, la Copa del Rey aparece como único argumento para salvar la temporada como entidad y para Koeman, un respiro para continuar en el cargo y no renunciar de manera inmediata.
El Getafe llega a esta final en el Calderón con una realidad absolutamente opuesta aunque no en su mejor momento anímico tras el inesperado golpe recibido en su estadio, el coliseo Alfonso Pérez, ante el Bayern Munich por los cuartos de final de la Copa UEFA en un partido que tenía cocinado con un 3-1 a cuatro minutos de finalizado el alargue, pero un tremendo error de cálculo del “Pato” Roberto Abbondanzieri, y el oportunismo del gran delantero italiano Luca Toni, en la última jugada, dejaron a los madrileños sin la chance de avanzar a semifinales.
Sin embargo, pese a quedar eliminado, el Getafe es considerado de forma unánime como un gran equipo que ha sacado el máximo provecho de su escaso presupuesto, desde la inteligencia de su presidente, Angel Torres (socio también del Real Madrid y aspirante a presidente en un futuro mediato), hasta la muy buena contratación de Michael Laudrup como entrenador. Poco se sabía del ex gran jugador danés, que venía a reemplazar nada menos que a Bernard Schuster, el alemán que desde el Getafe se proyectó al Real Madrid, y no sólo consiguió mantener al equipo en la cima, sino que ahora mismo Laudrup compone una lista de candidatos al Barcelona junto a Josep Guardiola para la temporada 2008/09.
Hasta la semana pasada, de los veinte equipos de Primera de la Liga Española, sólo el Getafe permanecía en las tres competiciones (UEFA, Liga y Copa del Rey), y por segundo año consecutivo llega a la gran final de la Copa, la que en la temporada pasada perdiera ante el Sevilla, lo que demuestra la coherencia en el trabajo a lo largo del tiempo.
En el caso del Getafe, no tiene mucho que demostrar y lo suyo pasa más por lo anímico que por lo futbolístico, pero no arrastra deuda alguna. El Valencia, en cambio, con un presupuesto mayor y al borde del precipicio, se juega una temporada y la continuidad de su técnico.
Para el estadio Vicente Calderón, acaso esta final sea el adiós a los grandes partidos vividos allí tras la decisión consensuada entre el Atlético Madrid y el ayuntamiento de la ciudad de demoler el estadio, una vez conseguida la recalificación de sus terrenos a orillas del río Manzanares, en el sur, para que los “colchoneros” pasen pronto a jugar como locales en el estadio de La Peineta, que será aumentado en su capacidad para proponerse como sede de los Juegos Olímpìcos de 2016, a los que Madrid vuelve a aspirar.
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