Han pasado ya dos días del partido ante Chile en el
Monumental, y preferimos un análisis frío, desapasionado, en la medida de lo
posible, para tratar de desentrañar, si cabe, a qué juega esta selección
argentina, y qué es lo que pretende, en verdad, su entrenador Edgardo Bauza, a
cinco fechas del final del grupo sudamericano rumbo al Mundial de Rusia 2018.
En otro contexto, definiéndolo como en otra
situación institucional, y no ésta por la cual tras más de dos años y medio de
crisis tras la muerte de Julio Grondona, la AFA se apresta a una extraña “normalización”
el próximo 29 de marzo, es decir, al día siguiente del partido ante Bolivia en
La Paz, posiblemente las insólitas
declaraciones de Bauza tras el horrible espectáculo ante Chile, sería motivo de
largas reuniones dirigenciales y la evaluación acerca de que salvo un rendimiento
muy superador el próximo martes, se impondría un cambio en la orientación del
equipo.
Todo indica que pese a que se esperaba otra cosa
desde su llegada, Bauza jamás pudo imponer su tan promocionado “método” porque
la selección argentina no es la Liga de Quito ni mucho menos San Lorenzo, y el
entrenador, experimentado e inteligente, se fue dando cuenta de que la única
manera de sobrevivir en esta etapa, con demasiadas cartas ya jugadas que lo
precedían, era aceptar el ecosistema y darle para adelante tratando de imprimir
su desteñido sello con algunas pocas incorporaciones de los suyos, como Lucas
Pratto o Julio Buffarini.
A Bauza le pasó lo que antes a Gerardo Martino,
aunque al menos, ya le tocó convivir con una etapa que significó la anteúltima
antes de la definición de la AFA, la de la Comisión Normacrizadora, y por lo
menos tuvo algún interlocutor más fijo que su predecesor, que tuvo que luchar
con la sola compañía de Claudio “Chiqui” Tapia, Jorge Miadosqui, y hasta algún
vuelo chárter con toda la dirigencia paga previa al escándalo del 38-38.
En cambio, el “Patón” tuvo una continuidad en cuanto
al grupo de jugadores, a los que cuesta mucho contradecir cuando una situación
ya está consolidada desde hace años y cuando aquellos vicios que muchos padecieron
cuando eran jóvenes y recién comenzaban a ser convocados y los que mandaban
eran otros, ahora fueron copiados y adaptados a este tiempo por los nuevos
mandamases, que determinan, a veces con palabras y otras con hechos concretos,
quiénes vienen y quiénes, no.
Por eso, no es falso que Bauza le haya asegurado a
Mauro Icardi, uno de los que no encuentra oportunidades en el equipo por un
hecho extra deportivo, que lo tiene en cuenta como segundo recambio luego de
Gonzalo Higuaín y de Pratto, pero jamás llega esa chance.
Tampoco la tuvo Carlos Tévez, quien emigró a China,
aunque juegue con más asiduidad que Ezequiel Lavezzi, un incondicional de todas
las convocatorias aunque hace tiempo que no se desempeñe profesionalmente, o
que Sergio Romero, quien no era tenido en cuenta por su DT José Mourinho en el
Manchester United ni para la Premier League, ni para la Europa League ni para
la FA Cup hasta que Bauza viajó y le pidió que le hiciera un lugar en alguno de
los torneos.
Ejemplos hay muchos sobre muchas situaciones, pero
está claro que Bauza llegó con una idea y terminó dándose cuenta de que no era
momento ni había posibilidad de implementarla porque no tenía ni la paz
institucional, ni el ancho respaldo dirigencial, ni el poder absoluto de
decisiones, para llevar a cabo su plan y como el tren de la selección argentina
pasa tal vez una sola vez, decidió aferrarse al vagón de cola y seguir con los
ojos cerrados.
Así es que se encontró con otro problema y es el
anímico. Se trata, efectivamente, de un plantel muy rico en muchas posiciones,
y apenas discreto en otras, pero que tiene en común la enorme carga de
frustración de la contradicción entre llegar siempre a la final de cada torneo
y perderla, o ser número uno del ranking mundial y no tener títulos, y que
estas definiciones, y una actitud distante de los jugadores con su propio
público, fue determinando un clima gélido con la gente.
A todo esto, ahora sí, hay que sumarle la propia
filosofía de Bauza, que no cree que exista un estilo argentino, más allá de que
si en algún momento la camiseta albiceleste fue temida y respetada, no es
precisamente por meterse atrás a especular o sumar defensores para entregarle
la pelota al rival, sino por su potencial a partir del talento y de una forma
de jugar que enamoró al planeta en tiempos pasados.
Esta selección argentina compuesta en algunos casos
por jugadores que brillan en sus equipos europeos de primer nivel, sale a
sufrir cada partido por no contar con una idea de base, con un sistema que la
ampare en caso de un mal día, o una mala noche, o un resultado adverso.
Por eso es que no sólo ha pasado malos momentos en
Venezuela o en Perú, ante rivales flojos, sino que apunta en principio a rascar
un puntito en la altura de La Paz, volviendo al clishé del ahogo y de sumar
habladurías contra el fenómeno natural, cuando el propio equipo boliviano
apenas si ganó dos partidos allí en toda la clasificación y ante rivales muy
flojos.
No es para menos: esta selección argentina juega
como puede y jamás logró rodear de la mejor manera al mejor jugador del mundo,
Lionel Messi, convertido casi en un obrero más ante la imposibilidad de crear y
ante la impotencia de que no cuenta, a su lado, ni siquiera con una cantidad de
atacantes acorde a la tradición de un equipo como éste.
Por eso mismo es que ya no parece importar demasiado
cuál es el sistema que Bauza puede utilizar en La Paz o incluso de local, como
el pasado jueves ante Chile, un equipo con algunas bajas importantes como
Arturo Vidal o Marcelo Díaz, que de todos modos dominó por completo en Buenos
Aires como nunca antes había sucedido en la historia de los enfrentamientos
(salvo un baile en Santiago en 2008, cuando Marcelo Bielsa dirigía a los
trasandinos) y en mucho tiene que ver la actitud de los de Bauza y la falta de
ideas para buscar algo distinto.
Esa decir que a la selección argentina le basta con
enfrentar a un equipo ya trabajado, estructurado, como para no poder molestarlo
demasiado y acabar ganando con un penal que no fue, y gracias a un gol anulado
al rival que sí había sido, a partir de un arbitraje localista, como esos que
aparecen con frecuencia para los poderosos cuando hay en juego un pasaje a un
Mundial.
De todos modos, Bauza no es el principal responsable
sino sólo quien pone la cara y se sienta en el banquillo. Porque sus
declaraciones posteriores al partido ante Chile, aquella burla de decir que sus
jugadores tuvieron un brillante cotejo, y que lo hicieron para 10 puntos, no
podrían hacerse en un contexto alemán, holandés, o danés, y hay que recordar
que tampoco, hasta hoy, la Comisión Normacrizadora aclaró nunca el por qué de
su designación sobre otros entrenadores de prestigio como Carlos Bianchi o
Ramón Díaz.
Porque no es que Bauza llega de casualidad al máximo
cargo para un entrenador argentino, sino que lo hizo luego de una selección tan
espuria como apresurada por el reloj, y luego de intentar por todos modos
fichar a Jorge Sampaoli y no fue posible por razones económicas y contractuales
que, además, podrían ser más accesibles desde julio y con una nueva conducción
en la AFA.
Ni tampoco es casualidad que esta misma dirigencia
futbolera, provisoria y con mucha cercanía a la Casa Rosada, haya optado por
designar a Claudio Ubeda en los juveniles del sub-20 cuando ni siquiera había
presentado carpetas para el concurso de antecedentes cuando otros cuarenta y
cuatro sí lo habían hecho.
Tampoco lo es que en la pasada Copa América Extra,
el plantel haya tenido que entrenarse con unas chicas del soccer, o que estuvo
muy cerca de no disputar la final porque en Buenos Aires se había desafiado a
la FIFA colocando a un dirigente del Ascenso en forma provisoria y no se sabía a ciencia cierta quién era el
presidente de la AFA.
O tampoco que un club como la Juventus pueda seguir
presionando para que una estrella emergente como Paulo Dybala siga sin ponerse
la celeste y blanca con extraños partes médicos y exigencias desmedidas que una
federación como la argentina no tiene por qué contemplar en situaciones
normales.
Nada, entonces, es casual, y hoy, esta selección sin
rumbo en lo táctico, sin una concepción filosófica de juego, sin un método
concreto, sin psicólogos que trabajen con las frustraciones del plantel (porque
además, el entrenador no cree en ellos), con un equipo que dejó Buenos Aires
para jugar en el interior por falta de aliento, y que luego dejó el interior
para regresar por la misma causa, busca afanosamente llegar al Mundial de
Rusia. ¿Para qué?
Acaso, sea una buena pregunta que podría ayudar al
equipo a bucear para encontrar una respuesta que le dé sentido a su calvario.
¿Para qué se pretende ir al Mundial así? ¿Qué sentido tiene jugar tan mal,
sufrir cuando hay otras opciones? Acaso sea bueno ir al fondo del pozo porque
como dice aquel refrán del optimista, después de aquello solo queda volver a
subir.
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