jueves, 30 de marzo de 2017

La selección y la mochila de la frustración



Hace ocho fechas, la selección brasileña estaba en una crisis parecida a la argentina en el grupo clasificatorio sudamericano. Dunga, un entrenador que jamás comulgó con el estilo de juego brasileño que tanto nos deslumbró en el pasado, no daba pie con bola y la CBF se encontraba en una situación similar a la de la AFA en cuanto al FIFA-Gate. Es más. Marco Polo del Nero, su presidente, ni siquiera puede salir del país, es decir, un Marco Polo antítesis del mítico viajero.

Sin embargo, con tantos problemas, con una crisis interna de sus clubes, con la contratación como estrellas de muchos jugadores argentinos considerados aquí de medio pelo, al menos por una vez en la vida, la CBF decidió cortar por lo sano, escuchar a la gente y a los medios, y optó por contratar al que realmente era, por conocimientos y trayectoria, el mejor entrenador del país, Tité, ganador de varios títulos entre ellos, la Copa Libertadores y el Mundial de Clubes con el Corinthians en 2012.

Y no se equivocaron. Tité cambió todo. Primero, la mentalidad de un equipo que no jugaba a nada, que arrastraba una baja autoestima después del duro golpe del Mundial 2014, en el que sus jugadores sentían la obligación de ganar para que no fuese una segunda oportunidad perdida tras aquella triste experiencia del Maracanazo ante Uruguay en 1950, y aquellos integrantes de la verdeamarelha que fueron derrotados por un insólito 1-7 en el Mineirao por los alemanes, llegaron a llorar en el campo de juego en varias ocasiones, por la opresión que sentían.

Luego, Tité decidió convocar a otros jugadores, entendiendo que los anteriores tenían encima una mochila de frustración y que no encontraban la vuelta y la relación con el público tampoco ayudaba. Así es que le dio la oportunidad a Marquinhos, puso como titular a un relegado Philippe Coutinho, gran figura en el Liverpool, apareció Gabriel Jesús, empezaron a soltarse y brillar los dos laterales, el mejor del mundo para nosotros (Marcelo) y Daniel Alves, y trajo desde China (sí, desde China) a Renato Augusto y a un viejo conocido suyo del Corinthians como Paulinho, descartado por los DT anteriores tras su gran Copa Confederaciones de 2013.

Párrafo aparte para Neymar. Creemos que más allá de lo extraordinario que es como jugador por su habilidad y aunque tiene aún mucho para corregir, la confianza que le dio haber ganado con Brasil la inédita medalla dorada en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, agrandó –para bien- su figura y ya nunca fue el mismo. Ya se atrevió a todo hasta convertirse en imparable, y en camino a ser en un futuro próximo, el Balón de Oro.

Todo eso hizo Tité en ocho partidos sin recetas mágicas y a partir del sentido común, el que indica que lo de Brasil fue siempre tocar y jugar, brindarse por el espectáculo, y ofrecer ese show que a tantos argentinos siempre nos ha encantado, porque la rivalidad con Brasil, futbolística, es en buena parte inventada por los medios.

Muchos amamos a Brasil: a su fútbol, a aquellos maravillosos equipos de selección con Pelé en los sesenta-setenta, pero también a los de Telé Santana en los ochenta. A su música, sus playas, sus mujeres, su simpatía natural, su cadencia, su ritmo, su gente.

La selección argentina tiene menos margen y menos atrevimiento. A cuatro partidos del final del grupo sudamericano, se encuentra en posición de repechaje para jugar tal vez dos partidos extra ante una selección surgida del grupo de Oceanía, pese a contar con el mejor jugador del mundo, Lionel Messi, ser la número uno del ranking FIFA, y tener en el plantel a muchos otros cracks que son estrellas en sus equipos europeos.

Y también esta selección arrastra una mochila de enorme frustración, distinta que la que llevaba Brasil. Porque es innegable que llegar a tres finales seguidas, una de Mundial y dos de Copa América, en tres años consecutivos, es meritorio. Pero en un país tan exitista como Argentina, que desde los años ochenta con el discurso bilardista y resultadista de que lo único que importa es ganar, tiene tan arraigado lo de que ser segundo no es positivo, que este plantel albiceleste se fue desintegrando al no poder coronar sus buenos rendimientos.

Es decir, nadie está cuestionando el nivel técnico de Gonzalo Higuaín, Angel Di María, Sergio Agüero o Javier Mascherano, sino que lo que crece en el consenso es que un plantel con tantas frustraciones, sean estas basadas en la exageración o no en las pretensiones de los aficionados, ya no parece tener retorno porque además, la respuesta que ha optado en dar a estas expresiones populares ha sido la de una constante en estos años del ciclo, que mucho no interesaban antes porque parecía que en algún momento los resultados llegarían.

En este blog nos hemos referido mucho a esto en el pasado. Un plantel que no habla con la prensa ante cualquier situación molesta, por mínima que fuese (aclaramos que no nos interesa, a nosotros, que los jugadores no hablen, porque estamos en desacuerdo con que lo hagan porque nada aporta lo que digan). Un plantel que ya casi no hablaba con buena parte de la prensa ni cuando sí hablaba, es decir, sólo le importaba la TV y algún medio gráfico puntual en determinada situación de conveniencia.

Pero además, un plantel que no tuvo nunca interés por la gente, por el público que pagó entradas para verlo jugar, ni para salir siquiera a saludar a las puertas de los hoteles, o cerrando la cortina de la ventana del bus cuando la gente sólo esperaba una mano que se agitara desde el cómodo asiento. Nada.

Jugadores con millones de euros en sus cuentas bancarias, que cada tanto tienen que venir a jugar un partido o dos con la selección argentina, que vienen por la gloria deportiva, algo entendible, no parecen comprender ni parece que les importara, que además están representando un símbolo nacional, y por la importancia que tiene el fútbol, un símbolo de los que en estos tiempos adquiere mayor importancia.

El divorcio es con estos jugadores que cada vez rinden menos, porque la paciencia con ellos se agotó hace tiempo, primero se quisieron ir de Buenos Aires por el supuesto maltrato que recibían. Pero luego se fueron también del interior porque sintieron el mismo maltrato. Algo no funciona, entonces.

Si todo esto operó hacia el exterior, ¿qué decir del interior? Muchos de los elementos que este cronista fue observando en la innumerable cantidad de partidos que le tocó cubrir por el mundo (desde Asia hasta Africa, Europa, América del Norte y del Sur), siempre parecieron extraños a partir de analizarlos por el lado de contar con un jugador especial, distinto, como Messi.

Messi no es un jugador más y requiere de mucha mayor atención y posiblemente, comprensión por lo que su figura representa, como antes sucedió con Diego Maradona, aunque claro, en los años setenta y ochenta, no había redes sociales y la cantidad de periodistas que cubrían la actividad de la selección era más limitada.

El gran problema es que lentamente, Messi fue generando, a partir de un innegable liderazgo futbolístico, un entorno que fue creciendo y que fue reproduciendo los mismos círculos de poder que los jugadores que tienen hoy más peso padecieron en el pasado, cuando eran más jóvenes, de otros círculos de poder.

Si por ejemplo Messi fue echado alguna vez de una habitación de una concentración por otros líderes indiscutibles, para que le quedara bien claro quién mandaba, ahora, una década más tarde y a su manera, el crack del Barcelona sólo repite lo que vio y padeció.

Mucha prensa insiste con que a Messi “hay que consultarlo” por ese tan habitual desapego argentino a las instituciones.  Messi es el mejor jugador del mundo pero su categoría es esa: “jugador”. Pero hay una institución, AFA, que está por encima de él y de todos los demás, y que tiene un entrenador (en este caso, al menos hasta hoy, Edgardo Bauza), que debe decidir por sí mismo, con la autoridad que emana de la entidad que lo contrató, a quién convoca . Y no puede ser que dependa del pulgar levantado de un círculo de poder de jugadores, cualquiera sea éste.

Pero no puede ser casual que no sólo Bauza, sino tampoco Gerardo Martino, o Alejandro Sabella, o Sergio Batista, hayan chocado ante este obstáculo. Porque no es lógico y porque no es lo que corresponde, de ninguna manera.

Entonces, aunque parezca doloroso, el próximo entrenador, deberá tomar medidas fuertes, algunas, incluso, requerirán de coraje, como cortar de raíz con un círculo que, creemos, además, pide a gritos, desde sus actuaciones y reacciones, salir de esta crisis y no ser convocado, para ahorrarle la mala imagen de renunciar a algo que significa perder definitivamente la gloria deportiva, pero se trata de un grupo cansado, destrozado anímicamente, y harto de polémicas que sólo lo empujan hacia abajo.

Esta selección por trazar un paralelo, se parece mucho, en lo psicológico, al River Plate de 2011, cuando era claro que su plantel no tenía forma de escapar al descenso, que le aparecía inexorable, porque ya los partidos los perdía solo, mucho más que contra un rival.  Y administrar una crisis como la de pensar que existe una chance creciente de no clasificarse a un Mundial, es realmente difícil sin un apoyo de un profesional de la psicología aplicada al deporte cuando además, ni el DT ni la AFA creen en ello, y el plantel se resiste a ello.

Por eso, volviendo a Tité y a la sabia decisión (por una vez) de la CBF, se necesita que la AFA, que dispone ahora de 5 meses para pensar una acción, tome decisiones fundamentales como primero, animarse a volver a las fuentes y entender que al fútbol se gana jugando. Que no es un trabajo sino un juego y que para meter goles hay que llegar al arco y no ganar “como sea” (fórmula que nunca entendimos y que nos gustaría que alguien nos dijera cómo se consigue).

Luego de tener en claro esa filosofía, apuntar a un entrenador ganador, con mucha experiencia y peso específico, cuyo discurso llegue a los jugadores, y que no tenga temor en ninguna cancha y confíe en la técnica del jugador argentino, y que luego pueda seguir hasta el Mundial con el plantel que considere que tiene que estar. Y creemos que en este momento, hay sólo dos en condiciones de ocupar ese lugar: Carlos Bianchi y Ramón Díaz.

Y luego, que el entrenador contratado, no tema en dejar atrás a jugadores que ya han dado todo, que tienen una innegable calidad, pero cuya frustración los ha dejado en una situación insostenible. Contratar a un entrenador que quieran los jugadores, y en especial el círculo de poder actual, sería profundizar en la misma crisis, los mismos problemas, pero ya sin margen de error.

La selección argentina, el fútbol argentino, se encuentran en una encrucijada: tres veces consecutivas finalista, primera en el ranking mundial, el mejor jugador del mundo…y ya no sería tan extraño quedarse afuera del Mundial o tener que jugar un repechaje. Una pesadilla que originó el propio fútbol argentino y desde hace tres décadas, aunque cuando el virus llegó, a muchos no les importó. Hoy ya golpea a la puerta.

De esta se sale jugando con los buenos, renovando entrenador y jugadores, que hay de sobra: desde algunos que están y juegan poco (Dybala, Pinola, Acuña, Buffarini, Guzmán), otros pocos titulares (Otamendi, tal vez Rojo, Biglia o Banega) y muchos que han demostrado condiciones para estar, sin tener que pasar por el tamiz del “grupo”: Icardi, Alejandro “Papu” Gómez, Lo Celso, Pablo Pérez, Centurión, Maidana,  Ruben, Scocco, Gago, G.Bou, Insúa, Ascacíbar, Rulli.

La CBF se animó. Es el momento para que esta nueva conducción de la AFA, copie por fin algo bueno de los vecinos.


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