Cuando a las 20,45 del próximo 8 de marzo se vuelvan
a enfrentar el Barcelona y el Paris Saint Germain en el Camp Nou y por la
Champions League habrán pasado 22 días del durísimo 4-0 que el club francés le
propinó al catalán por la ida de los octavos de final y sin embargo, en estas
tres semanas han ocurrido hechos muy importantes que parecen haber cambiado
mucho el panorama.
La pregunta, entonces, es si el Barcelona será capaz
de remontar un resultado no sólo tan abultado en contra, como pocas veces se
recuerde en una instancia de octavos de final de Champions, es decir, demasiado
temprano para la costumbre de estar siempre en cuartos de final como mínimo
desde 2007/08 (la última eliminación en octavos fue hace una década ante el
Liverpool y por diferencia de gol en condición de visitante).
Lo cierto es que el inesperado 4-0, por lo abultado
del marcador y máxime cuando el Barcelona aparecía como favorito en la serie,
más por antecedentes históricos que por el presente de ambos, hizo gran ruido
en el ambiente del club catalán, que generó una crisis que estalló muy pronto,
al punto de que al equipo le costó ganarle al Leganés como local, con un penal
en el último minuto, que su estrella Lionel Messi no gritó, enojado con algunos
compañeros que no parecían concentrados en la situación, y la semana pasada,
Luis Enrique Martínez anunció que no seguirá siendo el entrenador en la próxima
temporada.
Lo de Luis Enrique, a quien la grada de animación le
dedica cánticos en cada partido en el Camp Nou especialmente recordando sus
tiempos de jugador, era a todas luces lógico porque su decisión ayudó a
descomprimir la situación de la plantilla ante la cercanía de la pronta pérdida
del principal objetivo de la temporada, y porque sabiendo que el enojo aumente
en casos de una eliminación, irse posterior a ésta ya podía parecer forzado por
un mal resultado y no por su propio deseo de marcharse.
En cambio, así manifestada su intención de alejarse
del cargo tras tres temporadas, puede aparecer como real su cansancio, su
estrés por haber estado al frente de una plantilla tan expuesta en lo mediático
y con una problemática global, más allá de que en estos tres años de su
gestión, el equipo nunca ha logrado tener una larga continuidad de grandes
rendimientos colectivos y su juego fue variando para depender cada vez más del
genio de Messi y del Tridente Sudamericano que éste compone con el uruguayo
Luis Suárez y el brasileño Neymar.
Lo de Luis Enrique es mucho más estadístico que
visual. El Barcelona lleva ganados ocho de los diez títulos en juego con él en
el banquillo, pero eso disimula y maquilla situaciones como las vividas en la
primera temporada hasta la derrota en Anoeta ante la Real Sociedad, que luego
derivó en un pacto de convivencia que terminó en tantos títulos en esa
temporada.
Aquel Barcelona de los primeros tiempos con Frank
Rikjaard, luego acentuados con Josep Guardiola y con Tito Vilanova, de juego
horizontal y basado en la distribución de la mitad del campo y la amplia
posesión de balón hasta cortar la última jugada al área para la definición, fue
dando paso a otro equipo más vertical, con la primera transición de Gerardo
Martino en el banquillo, pero acentuado en Luis Enrique, con quien lo
importante pasó a ser decididamente el ataque pero sin tanto tránsito para
llegar a su concreción.
Esto se encadenó con una frecuencia cada vez mayor
de lesiones de uno de sus ejes, Andrés Iniesta, sumado al final de la carrera
de Xavi Hernández en el fútbol más competitivo, por lo que no sólo el eje
derivó a lo vertical sino que tampoco hubo un basamento táctico que pudiera
suplir un mal día en lo individual.
Así es que este Barcelona se había ido desdibujando
cuando le tocó enfrentarse por la ida de los octavos de final ante un PSG más
maduro y poderoso, que había ido afinando su plantilla y que no tuvo piedad con
los azulgranas.
Sin embargo, y cuando la gran mayoría daba por
terminada la participación del Barcelona en esta Champions, dando origen a una
nueva etapa desde la temporada próxima, lentamente comenzó a funcionar más
aceitadamente el ataque, recuperaron su nivel Iván Rakitic (que está marcando
seguido luego de haber perdido su puesto ante André Gomes) y Sergio Busquets, e
Iniesta fue graduando sus ingresos para llegar en el mejor estado al duelo de
revancha del miércoles en el Camp Nou.
Tras aquel 2-1 con tantas dificultades propias ante
un débil Leganés por la Liga Española, el Barcelona no sólo venció 1-2 al
Atlético Madrid otra vez jugando mal y con otro gol sobre la hora de Messi,
sino que beneficiado por un inesperado traspié del Real Madrid en Mestalla ante
Valencia, de pronto se vio otra vez con chances en el torneo local y eso
repercutió en el ánimo, para golear 6-1 al Sporting Gijón y 5-0 al Celta y
trepar a la punta, a 12 jornadas del final, y a un punto del Real Madrid, que
debe un partido ante el Celta en Balaídos.
¿Alcanzará con esta subida del estado de ánimo, y la
anunciada salida de Luis Enrique en el final de temporada, para poder remontar
un 4-0 ante el PSG?
Se sabe que con un genio como Messi, un tridente
como el de la MSN y con un Iniesta en condiciones físicas, el Barcelona es
capaz de cualquier cosa. Sin embargo, la amplia distancia sacada en París, la
envergadura de los jugadores del equipo francés y el hecho de que con apenas un
gol obligaría a seis de su rival, complican mucho las cosas.
Quedan pocos días para develar la incógnita.
No hay comentarios:
Publicar un comentario