Tras aquella clamorosa derrota del Barcelona en
Francia ante el PSG por 4-0 en la ida de los octavos de final de la Champions
League muchos dieron (dimos) por acabada la serie. Remontar ese marcador
adverso en la vuelta en el Camp Nou y ante semejante rival, con tanta capacidad
de gol, parecía francamente una quimera.
Mientras los días fueron pasando y la revancha se
fue acercando, el Barcelona fue cumpliendo con los requisitos propios: ir
tomando confianza de a poco en que la capacidad goleadora del equipo se
mantenía y de esta forma, ir mentalizándose de que si el PSG pudo meter cuatro
goles antes, ¿por qué no se podía hacer lo mismo ahora, pero al revés?
El gran problema del Barcelona pasaba (y sigue
pasando) por su juego. Es cierto que Luis Enrique Martínez, su entrenador,
ayudo también descomprimiendo el clima al anunciar su salida al término de la
actual temporada, su tercera en el banquillo, como para que los jugadores se
fueran soltando. Pero ni así.
Este Barcelona es una máquina de convertir goles
porque tiene una delantera bestial, compuesta por los tres sudamericanos:
Lionel Messi, Luis Suárez y Neymar, pero peca últimamente de no generar el
fútbol suficiente en un mediocampo que se fue diluyendo, ante la falta de
respuestas tácticas colectivas, y ya no ofrece aquellos espectáculos de galera
y bastón de otros tiempos.
Sin embargo, en el partido de vuelta en el Camp Nou,
el Barcelona se encontró muy pronto con una sorpresa: el PSG no vino a mostrar
la calidad de su plantel sino que se paró demasiado atrás, desde la mitad de su
campo propio hacia su portería, y sumado a eso, a los dos minutos los
azulgranas ya ganaban 1-0 con un oportunista gol de Suárez, lo que le daba más
tiempo aún para pensar en alcanzar el resultado soñado.
Allí se planteó otra cuestión: este Barcelona cuenta
con un Sergio Busquets de un andar más inseguro y menos preciso en los pases,
un Rakitic que no está en el nivel de la temporada pasada, un Iniesta muy lejos
de su mejor estado físico al encadenar una serie de lesiones, y ni Messi ni
Neymar están en su mejor momento en cuanto a la elaboración de juego y la
combinación entre ellos.
Luis Enrique dispuso un planteo que es el que
aproximadamente llevó a cabo en los últimos partidos de Liga Española: línea de
tres centrales, dejando afuera a los dos laterales (Sergi Roberto y Alba), una
segunda línea de tres, con Rakitic, Busquets y el insípido Rafinha (al que este
escriba jamás tuvo la suerte de verlo en una jornada deslumbrante), e Iniesta
por detrás del Tridente.
Pero como otras veces en estos tiempos, cuando más
se necesitaba de la creación de juego, el Barcelona no lo podía encontrar, aún
cuando seguía siendo ayudado por un planteo insólitamente temeroso del PSG de
Unai Emery, que antes de terminar la primera parte se metió un gol en contra
que dejó a los locales todavía más ilusionados para el segundo tiempo.
Lo que vino luego, ya se conoce. El Barcelona estuvo
a punto de quedar eliminado cuando sucedió lo más temido: el gol del notable
delantero uruguayo Edinson Cavani para el 3-1 que obligaba a tres goles más de
los azulgranas con pocos minutos para conseguirlo.
La clasificación, a no engañarse, llegó con dos
penales (uno dudoso y el otro, inexistente), uno no cobrado al PSG por evidente
mano de Mascherano en el primer tiempo, un tiro libre magníficamente pateado
por Neymar, que significó el 4-1 y una mínima chance de volver a soñar, y luego
sí, el gol in extremis de Sergio Roberto, ingresado en el final.
También hay que recordar que el también ingresado en
el segundo tiempo Angel Di María falló una ocasión clarísima que habría
significado el final para los de Luis Enrique.
Es decir que si bien se produjo una remontada
histórica, que será recordada por siempre no sólo por los hinchas del Barcelona
sino de muchísimos seguidores de todo el mundo, este resultado extraño de 6-1
no debe llamar a engaño.
El Barcelona no jugó un gran partido en lo técnico.-
Cometió muchos errores (que son recurrentes) en los pases, no tuvo creatividad,
no consiguió penetrar la defensa de un PSG rácano por demás para la plantilla
de que dispone, e individualmente cuesta encontrar grandes producciones, y en
todo caso, nos quedamos con la posición y la solvencia de Umtiti en la zaga
central.
El Barcelona llegó a esta clasificación convencido
de que podía, y se encontró con un PSG que tal vez aprenda esta lección, que
también se extiende a todos aquellos que creen que saliendo a clausurar su
portería, alcanza para obtener un resultado. Castigo justo para una actitud
indigna con el espectáculo, mucho más cuando se tiene con qué y se renuncia a
ello.
Este Barcelona concretó una hazaña aunque ayudado
por la actitud de su rival. Es tiempo de festejar, pero si quiere seguir
avanzando en la Champions y no quedar en la orilla de la próxima ronda, deberá
mejorar mucho, y para eso, debe aplicarse una vez que estos tiempos de miel
vayan esfumándose.
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