La euforia duró varios días entre los aficionados
del Barcelona en todo el mundo, y no era para menos: en estos tiempos, en este
tipo de torneos como la Champions League, con jugadores tan cotizados y ante
equipos tan fuertes en estrellas como el Paris Saint Germain (PSG), remontar un
4-0 y de la forma en que ocurrió, teniendo que marcar tres goles en tan pocos
minutos, es para festejar.
Sin embargo, y pese a los ribetes heroicos que tuvo
el 6-1 de la vuelta de los octavos de final, con la clasificación a cuartos
cuando muchos dábamos casi por eliminado al Barcelona, aunque parezca una
contradicción, hay que escribirlo pronto para que no queden dudas sobre nuestra
opinión: ni siquiera esa noche, el equipo azulgrana pudo jugar como en otros
tiempos y si pudo llegar a la diferencia deseada fue por su gran actitud, por
algunos groseros errores arbitrales, y porque contribuyeron los franceses
metiéndose tan atrás, tan cerca de su portero Trapp, desde el primer minuto,
que fue como una invitación a los locales a lanzarse en la remontada sin
obstáculos por muchos metros del campo.
Si tomamos en cuenta la factura de los goles, con
cierta excepción del primero, el rápido tanto de Luis Suárez, tres de ellos
fueron de penalti (en ambos casos, creemos que no fueron) y un libre directo
ejecutado con maestría por Neymar, uno fue en propia puerta y apenas el último,
en la jugada final, llegó a través del empuje de Sergi Roberto en un intento
desesperado del equipo metiendo a toda su gente en el área rival.
Nada de esto quita mérito a la clasificación del
Barcelona, debe quedar claro, pero sí ponemos el acento en el juego del equipo,
en el sistema, en la comparación con lo que fue hace no tanto tiempo atrás y
cómo fue perdiendo la brújula táctica hasta desinflarse completamente y pasar a
tener un trato vulgar del balón, dependiendo pura y exclusivamente de sus
estrellas, que tampoco van teniendo en su rendimiento la regularidad deseada.
Ahora con el aliviante anuncio de la salida del
entrenador Luis Enrique Martínez luego de tres temporadas para cuando acabe la
actual, que sin dudas ha logrado descomprimir el ambiente en el equipo,
comienza a comprobarse que este Barcelona depende de una genialidad de un
Lionel Messi que muchas veces camina la cancha con libertad y sin una posición
precisa, de un Andrés Iniesta que físicamente no se encuentra en su punto justo
y disputa pocos partidos, de un Neymar con una excelsa calidad pero empecinado
en muchas resoluciones individuales y pierde el último pase porque suele elegir
mal, y un Luis Suárez que necesita que lo asistan con precisión y el lento
traslado del balón ayuda a que la defensa contraria encuentre facilidades en la
colocación y el posicionamiento.
Sumado a todo esto,
y por ejemplo comparándolo con el Real Madrid, que ahora volvió a
arrebatarle la punta cuando nos acercamos a la recta final de la Liga, la
sensación es que el Barcelona no ha logrado fichar con acierto de manera que
tenga una plantilla completa y pareja en cuanto a jugadores que puedan rendir
en todas las ocasiones.
Y todo esto, tras la euforia por la remontada,
aunque basada en la forma en que se produjo y obviamente en el resultado final,
hizo eclosión el pasado domingo en La Coruña, cuando este Barcelona
anímicamente en las nubes, no encontró nunca respuestas desde el juego ante
este nuevo Deportivo de Pepe Mel, que lo presionó, no le permitió llegar casi
nunca con claridad, y le ganó muchas veces en los centros aéreos.
Este Barcelona reúne no más de quince jugadores de
alto nivel y luego debe apelar a un recambio que no es uniforme y que aparece
con total claridad cuando debe apelar a los que no son titulares y lo paga
demasiado caro, sumado a que algunas de sus estrellas tampoco encuentran su
mejor rendimiento.
Por eso, el título de esta columna. Se entiende la
euforia por la remontada en la Champions, pero en Barcelona, deberían tener
grabada a fuego la definición post-partido ante el PSG del entrenador del
equipo francés, Unai Emery: “Perdimos por el árbitro, pero también por el
Barcelona y por nosotros”.
Cabe preguntarse si el Barcelona habría podido
remontar un 4-0 ante un Bayern Munich, un Real Madrid, un Manchester City o una
Juventus, equipos que posiblemente no tomarían la misma actitud del PSG, o
incluso un Atlético Madrid, potenciales rivales en las próximas instancias
europeas. La respuesta parece clara.
Entonces, el partido con el Deportivo, al margen de
que haya sido con derrota, que bien pudo ser empate, fue una buena medida para
comprobar hasta dónde puede dar este Barcelona si no modifica pronto su manera
de jugar, su sistema táctico, y no aparecen sus estrellas en toda su dimensión
en el momento crucial de la temporada, cuando se define la Liga, llegan los
cuartos de Champions y se acerca la final de la Copa del Rey.
Que aquella euforia no sea el árbol que tapa el
bosque del rendimiento y el juego del equipo. Si no, probablemente el Barcelona
lo acabará pagando muy caro.
Aún está a tiempo.
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