Llegó el Día D, la línea roja que separa la
frustración del alivio. Porque para la selección argentina, clasificarse para
un Mundial es, o debería ser, lo habitual y no un milagro. Por su trayectoria,
por su historia, por la exquisita técnica de algunos de sus jugadores (en
otros, está por verse o es más discutible), porque es admirada y temida en todo
el planeta, por lo que representa la gloriosa camiseta celeste y blanca.
Hoy, ahora, no es momento para críticas, sino para
la esperanza, para apostar fuerte para que, por fin, y en el momento más
importante, en el decisivo, en el último, y nada menos que en la altura de
Quito, a 2.850 metros sobre el nivel del mar, la selección nacional haga un
partido a la altura de lo que se espera y que consiga el pase al Mundial sin
renunciar al fútbol bien jugado.
Que la selección argentina no se meta atrás, ni
juegue al contragolpe porque además, necesita ganar para no depender de ningún
otro resultado. Porque ganando, se asegurará por lo menos el repechaje ante
Nueva Zelanda y acaso, hasta el boleto definitivo para el Mundial de Rusia
2018.
Pero para conseguir el objetivo que es básico para
una selección como la argentina, que no falta a un Mundial desde México 1970 y
que sólo estuvo ausente cuatro veces en veinte citas (las otras tres por
decisión propia en 1938, 1950 y 1954), hay que saber afrontar las diversas
circunstancias como en este caso la altura (muchos recordarán aquella frase de
Daniel Passarella en 1996 con aquello de que “la pelota no dobla”), o el
terreno blando por una importante lluvia caída anoche, o que el equipo
ecuatoriano utilizará jugadores del torneo local, más habituados al clima.
Para ganar esta clase de partidos hay que pensar
bien qué tipo de jugadores se necesitan. Más los livianos, para poder moverse
con menos dificultad y que no los afecte la altura, pero también tener mucho la
pelota, para que no la tenga el rival, la haga circular y que haya que correr
tras él con lo que eso implicaría en cuanto al desgaste físico.
Hay que avanzar en bloque, tocando corto, con más
trotes que corridas, y ser precisos, no perder la pelota casi nunca y lo que
más le cuesta a esta selección: hay que tratar de tener contundencia, cuando este
equipo no ha conseguido un solo gol oficial de jugada en todo 2017. Los únicos
dos goles fueron en contra (Rolf Flestcher, de Venezuela) y de un más que
dudoso penal ante Chile (Lionel Messi).
Por eso, más que nunca, lo que hay que desear para
esta selección, en el día en el que se juega todo, la clasificación y su
prestigio, cuando muchos jugadores se juegan su futuro en el equipo nacional,
es corazón y pases cortos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario