jueves, 5 de octubre de 2017

El peor enemigo de la Selección Argentina es ella misma




El último gol de jugada de la selección argentina de los grandes goleadores de las principales ligas de Europa fue en noviembre de 2016, en San Juan, ante Colombia, con Edgardo Bauza como director técnico.

El equipo albiceleste es el segundo peor goleador del grupo sudamericano de diez, con 16 goles en 17 partidos, menos de un gol por partido. Ha tenido tres directores técnicos en esos 17 partidos: comenzó con Gerardo Martino, siguió con Bauza y terminó con Jorge Sampaoli. Cada uno con su librito, con “sus” jugadores convocados, con su sistema táctico.

Con Alejandro Sabella, Sergio Agüero era extremo izquierdo. Con Martino, centrodelantero.  Con Bauza, jugaba por detrás del nueve. Con Sampaoli,  o en una línea de tres por detrás del nueve o de nueve pero con tres atrás.

Lucas Pratto fue convocado por Bauza y rindió, pero una vez que éste se fue, no volvió a ser convocado. La selección de Martino jugaba un clásico 4-3-3, mientras que la de Bauza prefería un 4-4-2, mientras que Sampaoli juega un estrafalario 3-2-2-2-1, aunque sobre el final cambió al 4-2-3-1.

Esta selección argentina no consiguió ni identidad, ni volumen de juego, y mucho menos, profundidad. Sin ideas, en fútbol, todo lo demás que trae la confusión general, llega por añadidura. Sin resistir comparaciones, primero Joao Saldanha y luego Mario Lobo Zagallo idearon para México 70 un Brasil con cinco números 10, con las posiciones cambiadas. Estaba la materia prima, pero a ella se le agregó una idea de cómo explotarlos mejor, cómo hacer para que rindieran como lo hicieron al punto de convertirse en el mejor equipo de la historia. Había cracks, y con ellos, un genio (Pelé).

La selección argentina cuenta con un genio (Messi) y con algunos cracks y otros que si bien no llegan a serlo, sí son estrellas del fútbol mundial a las que los principales clubes ya los quisieran tener, pero no sabe a qué juega porque el fútbol argentino lleva una confusión de más de medio siglo que fue creciendo hasta llegar a este punto que parece de pesadilla: no estar entre los cinco seleccionados que van al Mundial de Rusia 2018 a una sola fecha de terminar el grupo sudamericano.

En este blog ya hemos expuesto sobremanera las causas de esta caída estrepitosa, a la falta de conceptos desde que sin detenerse a pensar en los motivos, el “Desastre de Suecia” en 1958 trajo consigo la falsa idea de que la razón de la derrota luego de 24 años de aislamiento internacional había sido la capacidad física de los europeos y se empezó a copiar aquello, agregando el resto de los negocios relacionados con el marketing y la TV.

Si Europa se transformó en La Meca de todo futbolista, la influencia cultural ha sido tan grande que el fútbol argentino, exportador por naturaleza, produce lo que se puede vender y ya no genera lo que quisiera sino lo que vende, lo que genera dinero, y entonces ya no se producen arqueros seguros, embolsadores, con buen saque de manos y juego de pies, ni marcadores de punta chiquitos y con oficio, ni “ochos” que lleguen al área rival y definan (como lo eran Brindisi, Ardiles o JJ López), ni diez con pegada y mando para manejar los partidos (que no “enganches”, que son los nueves retrasados, en otra de las confusiones generalizadas de este tiempo). Tampoco wines o extremos, ni nueves con dominio del juego que puedan ir a buscarla para definir o generarse su propia oportunidad de gol (acaso Pratto sea una de las excepciones y otra, aunque en una etapa por debajo de su nivel, Luciano Vietto).

Con este panorama, a fuer de ser sinceros, la selección argentina tiene superposición de cracks en algunos puestos, y tiene jugadores sólo del montón en otros. No es una constelación sino una mezcla de unos y otros que no siempre da como resultado un equipo.

Pero no sólo eso: el peor enemigo de esta selección es la propia selección, porque viene haciendo todo lo posible por auto flagelarse a partir de la frustración de tres finales perdidas en tres años consecutivos, y todas por detalles: nada menos que la del Mundial, en el Maracaná y en el alargue (la única vez que un equipo sudamericano no fue campeón en Sudamérica), y dos Copas América ante Chile y por penales.

Y sin embargo, esta mediocre dirigencia que el fútbol argentino supo conseguir, con el milagro de ser aún peor que la de los tiempos del Grondonato,  no reparó en que si un grupo de élite tiene los mejores médicos y campos de entrenamiento, también podría necesitar un psicólogo, como sí tienen ya varios equipos del torneo local y como también tiene, por ejemplo, la selección peruana y que, por supuesto, es argentino y de gran calidad (Marcelo Márquez).

A nadie parece importarle mucho que Angel Di María se lesiona siempre en los partidos importantes o no rinde en ellos, o que a Fernando Gago le pasa más o menos lo mismo, o que Sergio Agüero ya no sabe cómo pedir que lo auto excluyan. Lo dijo explícitamente, luego el entrenador dijo, para un periodismo deportivo local ingenuo hasta límites insospechados, que en verdad no lo convocó en una gira europea para que “picara” y quisiera venir solo a Londres, como si fuera una novia quinceañera a quien probamos de no llamar para que ella llame, y al final acabó estrellándose con un taxi en Amsterdam porque teniendo su gran chance de demostrar su valor ante su público luego de mucho tiempo de espera, se fue a ver un recital de “Maruma”. De manual.

Por supuesto que a esta mediocre dirigencia no se le ocurrió siquiera intentar pedirle al Barcelona, por ejemplo, que jugaba ante Las Palmas y como local, que le adelantaran a Messi y a Javier Mascherano, como para tratar de generar más entrenamientos, o luego de un ciclo de casi una década, el cuerpo técnico decidió así como así prescindir de Gonzalo Higuaín, en una medida tribunera como pocas, pero de quien también quiso imponer la música previa al partido ante Venezuela en el Monumental, o espanta al periodismo de cualquier lugar cercano a la selección, y ni siquiera da partes médicos sobre el estado de los jugadores.

Todo esto, y mucho más, permite esta dirigencia, la misma que determinó que el entrenador para los últimos cuatro partidos fuera Jorge Sampaoli porque así lo quisieron los jugadores (que son los que llevan desde hace rato la voz cantante) y porque también así lo quiso Daniel Angelici, quien le tiene simpatía y respeto.

Y a Sampaoli, justo cuando se necesitaba apagar el incendio de la cercanía a una dura eliminación de un Mundial, se lo acabó comiendo el personaje. Importaron más sus movimientos de un lado al otro de la cancha, sus gritos, su ansiedad, su hiperkinesia, sus tatuajes, su gusto por el Indio Solari o Callejeros, sus constantes cambios de sistema táctico y de convocados, su invocación a los 40 millones de argentinos.

Y el “falso progresismo” compró, ilusionado con un personaje que sabe que vende mucho referirse a lo extra futbolístico, hacerse el “Marcelo Bielsa”, y entonces, un determinado día fue “Sampa”, alto, rubio, de ojos celestes. Y sus jugadores llegaron a ser “Los Carasucias de Sampaoli”, y toda su prensa adicta, la del romanticismo sin base y la de los cientificistas que compraron también su idea de revolución a lo Rinus Michels, comenzó a contarnos como si fuera Ulises o Eneas, los kilómetros recorridos en Europa para charlar con los jugadores de allá, y como “La última cena”, los asados en la casa de Messi o los favores de éste y de Mascherano.

Lo importante no era ya trabajar, como antes hacían Sabella, Martino o Bauza sino que ya pasaba a ser importante “mostrar que se trabaja”, divulgando fotos con todos, incluso de las comidas y que, por supuesto, aparecieran en escena pizarrones, pantallas y proyectores de diapositivas, instalando la idea de que “ahora sí hay un DT que trabaja en serio, no como los anteriores” que igualmente viajaban a Europa, recorrían los mismos kilómetros, hablaban con los mismos protagonistas, pero sin necesidad de contarlo.

¿Era Sampaoli el DT indicado para este momento? ¿Es su carácter, su forma de ser, el imprescindible para una situación como ésta o primó el dedo de los jugadores, como tantas otras veces? ¿No habría sido el turno de un ganador, de alguien que convenza a partir de ser una voz de renombre en los vestuarios? ¿Garantiza este entrenador la tranquilidad de sus jugadores? ¿Tiene ideas claras sobre a qué quiere jugar?

A esta altura, todos esos interrogantes ya tienen respuesta. Y aún así, cuando esta selección tampoco podía ante Perú, como no pudo ante Venezuela, Ecuador o Paraguay como local, cuando ya Messi se sumía en la impotencia por otro resultado en contra (y van…) llegó la enésima oportunidad gracias a Antonio Sanabria y sus goles en Colombia.

Aún hay una nueva vida, la última, para el martes en Quito. Ganando, y ante una Ecuador ya eliminada y en crisis, Argentina estará con un pie y medio en el Mundial porque o irá directo o se asegurará una Repesca ante Nueva Zelanda. Pero el problema (a no engañarse) no es ni la altura, ni la selección ecuatoriana, ni ningún factor externo.

El problema de la selección argentina es la selección argentina, sin un DT acorde, sin ideas de juego, sin identidad histórica, sin una buena relación con su sociedad ni prensa, y con una enorme mochila de frustraciones, y sin siquiera un psicólogo para que la ayude.

¿Podrá esta selección contra todos esos fantasmas ¿ ¿Tendrá, si no, la suerte de resultados externos que la ayuden? El martes lo sabremos, pero no pinta nada bien. Y merecer la clasificación, realmente no la merece. Aún con un genio como Messi en el equipo.


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